Ciarán Hinds, Rodrigo garcía y Ewan McGregor durante el rodaje de la película

Lejos de la épica de las grandes superproducciones bíblicas, Últimos días en el desierto, de Rodrigo García, se acerca a la figura de Jesús (Ewan McGregor) para dotarlo de una gran humanidad al tiempo que se adentra en los conflictos familiares.

Rodrigo García (Bogotá, 1959) había construido hasta la fecha una trayectoria fílmica que se internaba con empatía y gran sensibilidad en el mundo femenino. Cosas que diría con solo mirarla (1999), Nueve vidas (2005) y Madres e hijas (2009), e incluso Albert Nobbs (2015), de la que no firmó el guión, se alejaban con decisión de la mirada masculina que todavía domina el mundo del cine. En Últimos días en el desierto, película estrenada en 2015 que llega ahora a las salas españolas, el cineasta abandona este universo para adentrarse en las particularidades de las relaciones paterno-filiales. Para ello se vale de la relación padre-hijo que más ha marcado a la cultura occidental: la de Jesús y Dios en el Nuevo Testamento. "La verdad es que no sé de dónde procede la idea para esta película, simplemente apareció y me capturó", asegura García, que se define como una persona con pocas inquietudes religiosas.



Últimos días en el desierto, más cercana a la reflexión de La última tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988) que a la épica de películas bíblicas recientes como Noé (Darren Aronofsky, 2014) o Exodus (Ridley Scott, 2014), nos presenta a un Jesús aún dubitativo, profundamente humano, que afronta los últimos días de meditación y ayuno en el desierto antes de afrontar su destino. Allí se encuentra con una humilde familia y, provocado por el diablo, se involucra en sus problemas: la mujer está enferma, el padre es severo e inflexible y el hijo quiere buscar un futuro distinto del que su progenitor ha escrito para él. "Jesús quiere ayudar, pero no sabe bien cómo hacerlo", explica un Rodrigo García que eligió para el papel principal a Ewan McGregor (que se desdobla para dar vida también a Satanás) por "su gran inteligencia, por su capacidad para proyectar una complicada vida interior y, sobre todo, por su gran humanidad".



El conflicto entre el padre y el hijo que vemos en la pantalla funciona como contrapunto de la silenciosa relación de Jesús con su padre y es utilizada por el diablo para tentar al protagonista. Con ritmo pausado, la película se dirige a una resolución donde la tensión aumenta. De fondo la dualidad del desierto, tan bello como peligroso, fotografiado con maestría por Emmanuel Lubezki. "La rodamos en Anza Borrego, cerca de Los Ángeles. Es un desierto especial porque uno no sabe si es norteamericano o de Oriente Medio. Tuvimos suerte con el clima porque la película está rodada casi como un documental, sin focos ni grandes equipos, siempre con luz natural".



Dios y García Márquez

Rodrigo García es hijo de Gabriel García Márquez. El autor de Cien años de soledad siempre quiso ser director de cine, pretensión que acabó adoptando su hijo como proyecto de vida. En un momento de la película el diablo describe a Dios como un creador que reescribe el mundo de manera caprichosa, como si fuera una historia inacabada que tratara de perfeccionar. Una idea un tanto borgiana que hace que nos preguntemos si Rodriga García está hablando de alguna manera de la relación con su padre en esta película. Él lo niega, aunque solo en parte. "Evidentemente todo lo que uno escribe tiene relación con sus experiencias personales, pero aquí no hay nada que refleje de manera literal la relación con mi padre".



@JavierYusteTosi