Tristan Göbel y Anand Batbileg en Goodbye Berlin

Fatih Akin parece afanado en atravesar las fronteras intercontinentales hasta diluirlas, perfilando un horizonte de convivencia que choca una y otra vez con la terca realidad. Ahora estrena Goodbye Berlin, una emotiva crónica de dos chicos que sobrellevan, cada uno a su manera, la imposible conquista del éxito social.

Con un pie en Alemania (casi siempre cerca de su Hamburgo natal) y el otro en Turquía (desde donde emigraron sus padres), Fatih Akin se ha consolidado como un cineasta de la errancia, director de películas itinerantes, articuladas en torno a la idea del mestizaje. Autor de títulos emblemáticos del cine de autor europeo del siglo XXI -ganó el Oso de Oro de Berlín por Contra la pared (2004) y el premio al Mejor Guión en Cannes por Al otro lado (2007)-, Akin parece afanado en atravesar con su cine las fronteras intercontinentales hasta diluirlas, perfilando un horizonte de convivencia que choca una y otra vez con la cruda realidad, marcada por los prejuicios y la intolerancia. Lo curioso del caso es que, más allá de la evidente cohesión temática, existe otra frontera que parece resquebrajarse en el conjunto de la obra del director de Soul Kitchen (2009): la que separa el conocido como cine de autor y el cine popular.



Esta última frontera entre un cine de la reflexión y otro de la evasión entra en crisis ante una película aparentemente ligera pero de trasfondo melancólico como Goodbye Berlin, en la que Akin adapta la novela Tschick (publicada en España como Goodbye Berlín), el best seller del alemán Wolfgang Herrndorf, fallecido en 2013, a la edad de 48 años, al suicidarse después de combatir durante años contra un tumor cerebral.



Preadolescencia y melomanía

Emotiva crónica de la amistad entre dos chicos que sobrellevan, cada uno a su manera, la imposible conquista del éxito social, la nueva película de Akin se sitúa, de nuevo, sobre una frontera, esta vez entre la comedia de adolescentes y la road movie, dos géneros perfectamente codificados y afines al espíritu outsider que el cineasta alemán utiliza como escenario para la exploración de sus perennes obsesiones: la desconfianza en la sociedad de consumo y la celebración del diálogo entre culturas.



Maik (Tristan Göbel) es un apocado chaval de catorce años que sufre en silencio su amor platónico por la chica más deseada del instituto. Su opaca existencia -marcada por el alcoholismo de la madre y la desatención del padre, un exitoso constructor- dará un vuelco con la explosiva aparición de Andrej Tschichatschow (Anand Batbileg), alias Tschick, un estudiante ruso de apariencia pordiosera que parece habitar una realidad paralela, ajena a los estrictos mandamientos de la vida estudiantil. La pareja hace pensar en unas versiones preadolescentes del neurótico e inseguro Cameron de Todo en un día (1985) y del rebelde John Bender de El club de los cinco (1985), dos figuras cumbre de las teen movies dirigidas por el patriarca del género, John Hughes, quien supo trascender los clichés del retrato de la vida adolescente para ahondar en la incendiaria y frágil existencia de sus chicos rebeldes.



Esquivando el maniqueísmo

La referencia a las teen movies lleva incorporada, inevitablemente, una alusión al cine pop: ligero, empático, bailable. Cualidades que permiten a Akin dar rienda suelta a su exultante pasión por la música. Y es que el director del documental Cruzando el puente. Los sonidos de Estambul (2005) -un retrato de Turquía a través de su música- pertenece al club de los cineastas melómanos que presiden, en la actualidad, autores como Jim Jarmusch o Quentin Tarantino. Cuando ejerce de disc-jockey en sus ratos libres, Akin se hace llamar DJ Superdjango. Su habilidad para entremezclar temas musicales preexistentes e imágenes de nueva creación retroalimenta el mestizaje de su cine, como lo demuestra, por ejemplo, el modo en que la cadencia sincopada del tema Goosebumps, de la banda alemana de reggea Seeed, colorea rítmica y melódicamente la grisácea realidad de la extraña pareja protagonista de Goodbye Berlin. Por su parte, el uso humorístico de la música de Richard Clayderman merece figurar como el gag triunfal de la película.



Como apuntábamos, Goodbye Berlin funciona como el contrapeso ligero y vitalista de la cara más grave y tremendista del cine de Akin. Conocido por sus películas de historias cruzadas y destinos aciagos, el director de El padre (2014) ha caído en más de una ocasión en un cierto exceso de moralismo y afectación dramática -él mismo ha reconocido la influencia de Alejandro G. Iñárritu-. Una inclinación al maniqueísmo que en Goodbye Berlin queda neutralizada por la proximidad afectiva entre el director y sus personajes. Maik, Tschick y más adelante la joven Isa (Nicole Mercedes Müller) parecen construidos a golpe de trazo caricaturesco -de hecho, la película remite a la teen comedy francesa Les beaux gosses, dirigida por el dibujante Riad Sattouf-, sin embargo, sus lazos de amistad, su despertar sentimental y su incursión en la consciencia adulta poseen una hondura emocional plenamente tridimensional.



Un cierto hedonismo

Fanático confeso del cine de Martin Scorsese, y de los autores del Nuevo Hollywood, Akin puede haber dirigido, con Goodbye Berlin, su Jo, qué noche (1985) particular: esa película supuestamente evasiva, afincada en un cierto hedonismo, que sin embargo consigue conjugar el sustrato turbio del universo del autor. En una monografía editada por el Festival de Gijón en 2009, el crítico Carlos Losilla describía las películas de Akin como "relatos en constante movimiento, no solo geográfico, sino también sentimental: las amistades y los amores pertenecen a distintas razas, provienen de distintos lugares, buscando un espacio intermedio, una utopía emocional y geográfica, en la que se produzca algo así como una utopía de la reconciliación". Una utopía que en Goodbye Berlín se construye sobre la frontera, en los márgenes de la sociedad, en los límites entre la teen y la road movie, entre la melancolía y la joie de vivre, entre la esencia popular y la dimensión autoral del arte cinematográfico.