Kristen Stewart es Maureen Catwright en Personal Shopper

Personal Shopper, nuevo trabajo de Olivier Assayas con Kristen Stewart tras Viaje a Sils Maria, obtuvo la Palma al Mejor Director en la edición de Cannes del pasado año. El francés redefine en el imaginario del espectador el ghost movie con dosis de drama sobre el duelo, con un thriller criminal levemente erótico y con una inteligentísima puesta en escena de los espíritus tecnológicos.

"Toda obra existe a partir de lo que se muestra y de lo que no se muestra". La frase es del propio Olivier Assayas, cuyas películas siempre han pivotado alrededor de las ausencias, de los significados que solo puede rellenar el espectador pero que, al cabo, estaban de algún modo claramente inscritos en las líneas de fuga del relato. En Personal Shopper, segunda de las colaboraciones del cineasta francés con la megaestrella Kristen Stewart -de hecho, confiesa que diseñó la película para ella y con ella, su musa norteamericana-, la ausencia es, si acaso, el centro catártico, el magma misterioso que concentra todas esas fugas hacia los misterios de la vida moderna. La ausencia no es, de hecho, el reverso de la presencia, sino la presencia misma. Entramos en el limbo.



Stewart interpreta a una americana en París, Maureen Catwright, que trabaja como asistente de una modelo, Kyra (Nora von Waldstatten), un papel que guarda estrecha relación con el que interpretó en Viaje a Sils Maria (2014) como asistenta personal de la actriz interpretada por Juliette Binoche. En aquella película, que Assayas también presentó en Cannes, de hecho el personaje de Stewart desaparecía como un fantasma que no deja rastro alguno, como si solo hubiera vivido en la imaginación de Binoche. Durante el día, Maureen recorre la ciudad en scooter, haciendo recados, comprando joyas y ropa de alta costura para el armario de Kyra, que luego deja en su apartamento. A Maureen no le entusiasma precisamente su trabajo, pero el motivo por el que está en París es que espera entrar en contacto con su hermano gemelo, recientemente fallecido.



Un alma melliza

Ella es medium, y antes de que Lewis desapareciera estableció con él un pacto por el cual el primero que abandonara el mundo trataría de entrar en contacto con su alma melliza. Personal Shopper tiene tanto de película de fantasmas, en su sentido convencional, como Irma Vep (1996) lo tenía de película de vampiros, una especie de remake de Les Vampires (1915) que se convertía en un genuino, esquivo ensayo sobre el acto de hacer cine un siglo después de su alumbramiento. La distancia que establece Assayas con los estándares del cine de género no es que busque el desconcierto o la provocación, sino que se ofrece como un espejo roto de cierta idea del cine determinada por un centro narrativo, por una generación de sensaciones sin lugar a equívocos. La película de Assayas juega constantemente con las expectativas, redefine la experiencia del espectador respecto a lo que representa en el imaginario una supuesta película de fantasmas. En verdad, Personal Shopper es tanto una muy particular ghost movie (y no faltan los efectos CGI para fabricar agresivos ectoplasmas) como un melancólico drama sobre el duelo, una reflexión sobre la identidad, un thriller criminal de contenido levemente erótico y una inteligentísima puesta en escena de los espíritus tecnológicos.



Interrogantes complejos

Una imagen de la película

La ambigüedad del relato, su extrañamiento y abstracción fantasmática, no encuentra satisfacción en dar respuestas sencillas a interrogantes complejos. Como la propia Maureen, el espectador es invitado a habitar un limbo y acaso a extraviarse en él. Como muchos otros personajes de Assayas, pertence a la era de la globalización en la que no hay raíz geográfica o cultural a la que aferrarse, personajes en perpetuo nomadismo internacional -París, Londres y Oman-, cuyas acciones se definen en el tránsito de sus cuerpos y la disolución de sus identidades. Los desplazamientos de Maureen son de una tierra de nadie a otra, las atmósferas que la rodean se cargan de electromagnetismo, como si el sentido ordinario de sus experiencias en el trabajo, en el sexo y en los viajes se abriera a una red de fuerzas invisibles. La cámara se mueve como si fuera un espía, observando a una mujer que nunca puede tener la certeza de que está sola, lo que hace que el espectador se sienta más como un intruso que como un acompañante o un observador. La vergüenza del voyeur siempre está latente. Incluso el cuerpo de Maureen se disuelve en los confines de la pantalla como si fuera un espectro, más que una presencia física. En ello adquiere una relevancia primordial la propia interpretación de Stewart, siempre esquiva, desapegada de sí misma, de su personaje, al que es inevitable añadir lo que representa la actriz y su frontal rechazo al glamour y la estupidez congénita del mundo en el que se mueve y del que, a su pesar, forma parte.



Preadolescencia y melomanía

Su interpretación retraída y desganada es perfecta para un personaje más interesado en el otro mundo que en el nuestro. Maureen entra y sale de habitaciones y hasta de vestidos que no son suyos, transita por la pantalla como si estuviera realmente atrapada entre dos dimensiones, desenraizada del mundo físico del mismo modo en que la película se va alejando de cualquier noción de realismo para adentrarse en los territorios de la abstracción. La catarsis y resolución final no son tales, sino más bien la última pieza de un rompecabezas que Assayas no se ve obligado a mostrar en plano general. Debemos recomponerlo.



El proceso de recomposición es como un juego posmoderno, una broma lúdica que nos invita a tomárnosla en serio. Una secuencia crucial en un viaje en tren, que convoca el espíritu de Hitchcock y el de El círculo (1998) de Hideo Nakata, revela que incluso las fantasmagorías se manifiestan en mensajes al móvil por un remitente anónimo que parece en todo momento saber dónde está y qué está haciendo su destinataria. La tensión es explícita y evanescente. Los mensajes por WhatsApp, las conversaciones por Skype y los vídeos de YouTube son los espectros y revelaciones espirituales del siglo XXI. Assayas juega con la idea de que la artista Hilma af Klint se adelantó al arte moderno debido a sus conexiones con el más allá, y hasta recrea en una simulada producción televisiva las sesiones de espiritismo del escritor Victor Hugo. La naturaleza del arte es fantasmagórica.



Estamos por tanto ante el fantasma de una película más que ante una película de fantasmas. El magnetismo de Stewart es el del propio filme, de la propia naturaleza de la historia, que determina su puesta en escena en el retrato de una burbuja artificial, de un mundo ultraterrenal que, quizá, sea al mismo tiempo extraordinamente terrenal. Maureen / Stewart ocupa todas las secuencias excepto una, de ahí que debamos pensar que esa escena en la que notamos el peso de su ausencia deba ser necesariamente relevante para completar el significado del filme. Es la pieza perdida del rompecabezas, el lugar en el que el espectador probablemente encuentre el flotador que le salve del naufragio.



@carlosreviriego