Imagen de Déjame salir

La vida es una cosa rara que nunca se sabe por dónde va a salir. Al mismo tiempo que Estados Unidos está dirigido por un presidente enloquecido y racista que acusa a pueblos enteros por los crímenes de unos pocos y sueña con construir muros absurdos, la cultura afroamericana vive un momento de esplendor dentro del mainstream. Después del éxito de Barry Jenkins en los Oscar con Moonlight, el gran éxito comercial y de crítica de los grandes estudios de este 2017 ha sido esta Déjame salir. Dirigida por el debutante, pero actor de largo recorrido Jordan Peele, y con un presupuesto limitado, un cásting sin grandes estrellas juveniles y una propuesta, que en principio puede parecer modesta, ha arrasado con todo con una película de terror sensacional que se ve con un nudo en la garganta y proporciona el mejor tipo de entretenimiento posible. Déjame salir trata tanto sobre el odio de los blancos por los negros como de la ancestral "envidia" del hombre blanco frente a la percibida como mayor capacidad sexual y física de los negros, para ser la metáfora de una sociedad en pánico dominada por una clase social enriquecida y aterrorizada por la pérdida de sus privilegios.



Porque Déjame salir tiene algo de ese cine de terror que arranca en los 70 y aspira a asustar al personal y, de paso, a lanzar reflexiones de calado sobre la sociedad. No es otra cosa que una señal de alerta contra la uniformización y la deshumanización como aquella Noche de los muertos vivientes, de 1968 de George Romero. Aquel filme inauguró una nueva era que sigue con películas de tanto calado social y político como El exorcista (William Friedkin, 1973) o Los ladrones de ultracuerpos (Philip Kaufman, 1978), ambas sofisticadas críticas sociales disfrazadas bajo la apariencia de "banal" entretenimiento. Si aquellos filmes lidiaban con la liberación de la mujer o las paranoias de la Guerra Fría respectivamente, lo cierto es que con algunas excepciones recientes, como la magnífica La niebla (2007) de Frank Darabont, la mayoría del cine de terror actual se dedica precisamente a dar miedo sin buscar grandes metáforas.



Déjame salir surge en plena era de "Black Live Matters", en una realidad marcada por los asesinatos a sangre fía de negros desarmados y las consiguientes protestas (como las que revolucionó Ferguson en Misuri en 2014) que han llevado al país a una época marcada por la brutalidad policial resumida por el propio Trump en su promesa de "ley y orden" en base a unos datos de inseguridad ciudadana falsos. La gran virtud del filme, o una de ellas, es hablarnos de todo ello bajo el envoltorio de una magnífica película de terror. Al mismo tiempo que quiere que lo pasemos muy bien, no solo lo hace buscando un asunto importante del que hablar como es el racismo en Estados Unidos, también lo hace jugando audazmente con la estructura para construir un filme que, salvo la impactante escena inicial, arranca pareciendo un drama racial. Además, tiene algún toque de esos filmes de finales de los 60 y 70, como esa Adivina quién viene a cenar, de 1967, en la que una joven de clase alta presenta a sus estupefactos padres a su novio negro, aunque en clave, claro está, sangrienta.



El punto de partida es exactamente el mismo. Rose (Allison Williams), una belleza de tez pálida, y Chris (Daniel Kaluuya, protagonista del filme) son una atractiva pareja interracial que se disponen a pasar un fin de semana en casa de los ricos padres de ella durante el que se celebra una fiesta y servirá como presentación oficial. Todo es extraño cuando Chris llega a la casa de los muy wasp padres pero el director, Jordan Peele, dilata los tiempos para que la sangre, que acaba llegando, no vulgarice a un filme magnético que se sirve del sonido de una simple taza y una cuchara para causar pavor. Todo ello lo cuenta utilizando de forma magistral las pistas, falsas o no, y creando alrededor de la familia un clima de ansiedad y locura creciente que acaba atrapando al espectador. Con un final rotundo que desdeña el cinismo, Déjame salir es un clásico contemporáneo.



@juansarda