Acaso nadie lo esperaba, pero el pase fuera de concurso de 24 Frames, la película póstuma de Abbas Kiarostami, ha hecho evidente la enorme brecha y el enorme vacío que abrió el iraní en el cine del siglo XXI. Se trata para este cronista de la película que justifica por sí sola la 70 edición de un Cannes cuya selección, de momento, no cruza las buenas intenciones y la mediocridad generalizada. En la edición en que el affair Netflix ha martilleado el último clavo de la muerte del cine (el de la pantalla grande), el filme del maestro, su último plano, termina con una película clásica en slow motion, su beso final y el rótulo The End. Es un filme de diversas desapariciones, como la del propio cineasta, entre ellos el mismo fin del realismo cinematográfico. Ese parece ser al menos el corazón de su pensamiento, del que una vez más el poeta persa extrae abismos de emoción.
Como indica el título, 24 Frames está compuesta de 24 planos o, más bien, fotografías del propio Kiarostami, quien imagina qué ocurre después de que la captura fotográfica detuviera el instante y recurre a técnicas de animación para pintar el paso del tiempo posterior. El ejercicio queda descrito en el primero de los planos, el cuadro Cazadores en la nieve, de Pieter Brueghel el Viejo, que de repente cobra vida con el sonido ambiente, el vuelo de los cuervos, los ladridos y paseos de perros, un grupo de vacas cruzando la mitad de la tela... Se mueven los animales pero no las figuras humanas, una constante que se repetirá en los siguientes frames del film. La mayoría de los paisajes, en color o blanco y negro, son nevados y grises, con abundante presencia de palomas, cuervos, lobos, ovejas, vacas, etc. La propuesta trasciende el mero experimentalismo técnico en manos de Kiariostami, que es como si volviera a hacer Five pero controlando lo que ocurre (pintando lo que sueña), un "Five animado", o como si las fotografías de su exposición-film Roads of Kiarostami cobraran vida. Cuando en estos simulados tranches de vie ya la cámara no revela lo aleatorio pero la pantalla quiere dar la impresión de que lo que acontece es aleatorio y se está registrando el mundo (aunque esté “resucitado" con técnicas de animación), el filme nos hace entender de forma palmaria a qué nos referimos con aquello de la muerte del cine. Las imágenes ya no son fiables, pero no por ello deben perder su poesía. El último de los planos, bellísimo, es poesía esencial, que nos advierte de lo mucho que vamos a notar la ausencia del maestro.
Doble emulsión de Hong Sang-soo
El cineasta más prolífico del cine contemporáneo, Hong Sang-soo, ha hecho doblete este año en Cannes. Fuera de Competición se proyectó Claire's Camera, una película pequeña que rodó a lo largo de tres días en la pasada edición del Festival de Cannes, protagonizada por Isabelle Huppert; y a concurso, The Day After, una nueva y plena inmersión en el universo del coreano, más consistente pero sin la complejidad de obras recientes suyas como Ahora sí, antes no o Lo tuyo y tú. Ya se está convirtiendo en una tónica del festival que los autores más esperados entregan sus trabajos menos inspirados, si bien cualquier película del coreano siempre encuentra algún momento especial por el que será recordada.
Ambos filmes se complementan en el modo en que se ofrecen como espejo fabulador de la propia vida del cineasta, quien abandonó a su mujer hace un par de años cuando inició una relación con la joven actriz del proyecto en el que estaba envuelto. Tanto Claire's Camera como The Day After abordan, de hecho, el tema de la infidelidad y de la transformación interior a través del amor y la magia del cine. Se trata de dos variaciones en el universo Sang-soo, el de criaturas bohemias envueltas en relaciones amorosas y el de días y noches de alcohol y conversación. Filmada en blanco y negro, The Day After reúne a un editor y a tres mujeres (su mujer, su amante y su empleada) para poner en marcha los efectos dialécticos, malentendidos y juegos de espejos que proyecta en las estructuras narrativas de sus filmes. Claire's Camera es un ejercicio de minimalismo extremo, un argumento simplificado al máximo, prácticamente bosquejado, y con una puesta en escena que se enorgullece de su ascetismo. Ninguna de las dos películas es la mejor ni la más compleja de las suyas, pero aun con todo, como ocurre con los autores que siempre pintan la misma manzana, se trata de la doble emulsión de uno de los cineastas más necesarios de la contemporaneidad.
@carlosreviriego