De todos los nietos que le han ido saliendo a Cassavetes y Scorsese, los neoyorquinos Josh y Benny Safdie son probablemente los discípulos más aventajados. Go Get Some Rosemary era un película casi milagrosa, la peripecia de un padre desastroso al cuidado de sus hijos que nunca llegó a estrenarse en España, y hace un par de años presentaron Heavan Knows Wat, un duro y desasosegante retrato del submundo de la droga. La película con la que compiten ahora en Cannes, Good Time, es sin duda su mayor conquista hasta la fecha, y para este cronista el mejor filme visto hasta ahora a concurso. Protagonizada por Robert Pattinson, cuya prodigiosa interpretación le eleva al santoral de las almas perdidas y outcast del celuloide, se trata de una irresistible combinación de thriller criminal, retrato urbano y drama familiar en el que dos hermanos atracan un banco, uno de ellos, deficiente mental (interpretado por Ben Safdie), es encarcelado y hospitalizado, y el resto del filme narra con nervio incesante la enloquecida y desnortada búsqueda que emprende Pattinson para averiguar qué ha pasado con su hermano. El retrato de Nueva York es casi espectral, sobre todo rodado en escenas nocturnas, y la sensación de que el vagabundeo de los personajes se dirige a un lugar sin norte se hace espejo de la percepción del espectador, quien nunca sabe hacia dónde se dirige el relato, qué le espera al cruzar una esquina a un personaje tan magnético para los problemas, con tantas ideas en ebullición y desbordante de energía. Jennifer Jason Leigh también tiene un papel notable en el filme, pero Good Time es la función de Pattinson.
El pesimismo y desasosiego de Good Time dio paso al del ucraniano Sergei Loznitsa, mucho más oscuro y devastador. En A Gentle Creature, este talentoso cineasta, capaz de conferir gran densidad y sentido dramático a sus imágenes, narra la pesadilla de una mujer que se adentra en una ciudad-prisión para visitar a su marido encarcelado. El proceso es kafkiano y el descenso a los infiernos es dantesco. La mujer, llevada por la inercia, casi indolente, es arrastrada al corazón de un cuadro del Bosco, rodeada de la miseria humana y moral de una sociedad de delincuentes, mafias, sátiros, policías corruptas y prostitutas. Hasta bien avanzado el metraje de dos horas y veinte minutos, el filme mantiene un rigor opresivo en sus formas que nos conduce a un estado de tensión y claustrofobia ciertamente espeluznante, un relato monocular que se ofrece como retrato colectivo de un mundo sin humanidad alguna. Pero la última media hora cambia por completo de registro bajo la ley de la autocracia creativa y el delirio, y asistimos a uno de los suicidios creativos más espectaculares que uno logra recordar. Es una verdadera lástima que un cineasta con tanto talento quede devorado por el discurso del odio de este modo.