Una imagen de la película

Los jóvenes de la película de Elena Martín construyen la idea de un mundo flexible en el que la directora encuentra aristas

Debut en la dirección de Elena Martín (Barcelona, 1992), estudiante de la Pompeu Fabra, directamente inspirada en sus propias experiencias en el extranjero como universitaria Erasmus, Júlia Ist, co-escrita junto a otros tres alumnos de la misma universidad, e interpretada por ella misma ganó sendas biznagas en el último Festival de Málaga y viene avalada por el entusiasmo de la crítica. En una línea similar a la vista en la reciente Las amigas de Ágata, dirigidas por alumnas de la misma universidad, o del cine de Mar Coll (Tres días con la familia, Todos queremos lo mejor para ella), no solo por basarse en retratos de mujeres, que también, sino con un cierto tono naturalista con toques poéticos de aire rohmeriano que seguramente también tiene que ver con la propia escuela de la que vienen todas ellas.



Júlia Ist nos ofrece un interesante y conmovedor retrato de una joven arquitecta apasionada por el urbanismo que más que encontrarse a sí misma en Berlín, como quizá prevé, se hace aún más consciente de su desconcierto. Tiene la película una interpretación memorable por parte de su directora y protagonista, esa chica que no es exactamente la más guapa (tampoco es fea desde luego) y que combina una suerte de inteligencia natural con una especie de hermetismo emocional que la hace poco permeable a captar las emociones que vibran a su alrededor sumiéndola en una especie de abismo constante.



No es el reflejo de una juventud española enloquecida en Berlín aunque tampoco faltan las fiestas. En un pequeño gesto de interpretación que revela el talento de su autora, vemos cómo a la protagonista le cambia el rostro cuando se reúne con un grupo de alumnos que están trabajando en un proyecto de urbanismo 'flexible' porque por fin parece encontrar algo que le interese. Esa Júlia nos resulta enigmática y cercana, con un punto arrogante y otro dulce, más apasionada y alocada de lo que quizá esté dispuesta a concederse a sí misma con su carácter autoexigente. Y en esa idea de la construcción de un mundo flexible que proponen los jóvenes, la directora comienza a encontrar las aristas: ¿estamos preparados para la flexibilidad absoluta en las relaciones? O, ¿realmente estamos hechos para vivir con otra gente cuando no nos soportamos? Pero, ¿podemos soportar la soledad?



En esa idea de la construcción idealista y en su choque con la realidad de una juventud nómada pero marcada por su identidad de origen, Elena Martín construye un filme por momentos ensimismado. A veces se echa en falta un poco más de ritmo pero logra, en todo momento, que nos concierna y nos afecte el tránsito a la madurez de esa joven que comienza a descubrir los placeres y amarguras de la vida que le espera.



@juansarda