Paco Plaza durante el rodaje de la película

Inspirándose muy libremente en el famoso y real caso de "la niña de Vallecas", Paco Plaza firma una soberbia película sobre la posesión demoníaca que sufre una adolescente en la España de 1991. El co-creador de la saga REC aprovecha además para lanzar una honda reflexión sobre el paso de la niñez a la edad adulta.

Muy libremente inspirada en un caso real conocido como "la niña de Vallecas", una joven madrileña que en los años 90 fue supuestamente poseída por el diablo, con Verónica Paco Plaza firma una película soberbia. Protagonizada por la debutante Sandra Escacena en la piel de una adolescente que después de una sesión de espiritismo comienza a sufrir todo tipo de fenómenos extraños, el último filme del co-creador de la saga REC da mucho miedo y también es una honda reflexión sobre el paso de la niñez a la edad adulta en clave de terror. Ambientada en el año 91 y confesamente inspirada en Cría cuervos de Carlos Saura, el filme de Plaza nos conmociona con una historia que se presta a ricas y variadas lecturas para sumergirnos en el misterio de lo sobrenatural pero también de una época en la que se suceden los cambios y donde el suelo tiembla bajo nuestros pies.



Pregunta.- Hay muchas diferencias entre la película y la historia real en que se inspira. ¿Cómo trabajó a partir de ese suceso?

Respuesta.- El caso real nos sirvió de excusa. Lo importante es que aquí tenemos a un policía diciendo en un informe oficial que él ha sido testigo de fenómenos paranormales. Eso no había pasado nunca ni ha vuelto a pasar y consideramos que era el punto de partida. A partir de aquí podríamos haberlo tratado de muchas maneras. Podríamos haber hecho un documental o algo más fiel a la realidad pero lo que yo quería era usar el pretexto del caso real. Como nunca sabremos realmente lo que pasó pues pensé que ya nos lo inventamos. Y entonces creamos las circunstancias familiares de ellos y bajé la edad de la niña porque quería hacerla más joven.



P.- ¿Es Verónica una historia de iniciación en un contexto extremo?

R.- Para mí era muy importante contar la historia de una niña a la que están obligando a crecer y se agarra con uñas y dientes a la infancia. Ese es el tema de la película y de lo que me importaba hablar. Hay un momento en tu vida, que en los hombres tiene que ver con el cambio de voz o los pelos en la cara, que es clave. Luego te estancas, pero ese momento de transformación y descubrimiento de la sexualidad marca mucho. En el caso de una niña es más acusado. Porque a las niñas se las mira muy diferente cuando sucede ese crecimiento. Un chaval sigue siendo un chaval, pero una niña ve que sus compañeros no le hablan de la misma manera y los adultos la tratan de una manera muy distinta. Es ese cambio vital y las sensaciones que lo acompañan lo que de verdad contamos en el filme.



P.- Sin embargo, nunca deja de ser una película de terror pura y dura.

R.- Yo soy un fan del género de terror. En ningún caso considero que sea un género menor sino al contrario. Es el que te proporciona un andamiaje en el que el espectador se siente cómodo y en el cual puedes introducir cualquier mensaje que puedas explicar. Yo siempre digo que la mejor película sobre las mentiras dentro de la pareja es La profecía (1976, Richard Donner) porque Gregory Peck engaña a su mujer haciéndola creer que el niño que ha parido sigue vivo, cuando en realidad lo ha sustituido por otro. Trata mejor que nadie la culpa del protagonista al no ser capaz de confesar la verdad. Y el hecho de que sea el hijo del demonio es un artefacto narrativo. El exorcista (William Friedkin, 1975) es una maravillosa película de género pero también te está contando el sentido de culpa de una madre que no se está ocupando de su hija y la deja al cuidado de los criados. No considero que necesites meter drama para engrandecer una película, el propio terror te sirve para hablar de todo lo que puedas querer. Dracula es una novela de terror y es una de las mejores obras literarias jamás escritas.



P.- ¿Quería abordar cuestiones metafísicas a partir del espiritismo?

R.- El espiritismo tiene mucho que ver con la fe. Con pensar en algo más allá de esta vida. Por eso Verónica también está ambientada en un colegio religioso. Cuando te han educado en un colegio católico estás programado para creer en lo sobrenatural. Te dicen que Jesucristo fue concebido sin pecado o que curaba a ciegos y los mártires morían calcinados sin dolor. Te están planteando como verdades cosas que son sobrenaturales. A partir de aquí pensar que un vaso está ocupado por un espíritu que lo mueve es casi lo de menos. El catolicismo, supongo que las otras religiones también pero esta es la que yo conozco, te prepara para lo sobrenatural. Es como creer en los milagros. Cuando crees en algo sin comprobación empírica entra la religión y el espiritismo. Siempre son cosas que no sabemos explicar. Del mismo modo que los mayas pensaban que un eclipse eran las tinieblas del mundo y hoy sabemos que la explicación es mucho más prosaica, pero ese momento de búsqueda dentro del enigma es lo más fascinante. El espiritismo en la época de Madame Blavatsky era considerado como una especie de religión.



P.- ¿Por qué aun considerándonos seres racionales nos puede espantar tanto un filme sobre espíritus?

R.- Dentro de nosotros habita el miedo y la pulsión de lo desconocido. La Ilustración hizo mucho daño porque nos hice creer que somos seres racionales cuando no lo somos. Aspiracionalmente somos racionales. Pero íntimamente no lo somos. Me resulta difícil de creer que haya alguien que no se estremezca en según qué situaciones. Cuando estás en un cementerio o en un lugar en el que han sucedido grandes tragedias, por mucho que racionalmente trates de ignorarlo pasa algo dentro de nosotros que no podemos negar. Creo que somos muchos menos racionales de lo que nos gustaría.



Una imagen de la película

P.- ¿Percibe los ecos de A las nueve cada noche (Jack Clayton, 1967)?

R.- Esa película me la recomendó Bayona una vez comentando este proyecto. Es una obra maestra. Me dijo que tenía que verla porque hay una sintonía. Y hay una cosa fundamental que también sucede en Cría Cuervos (1976, Carlos Saura) y es que el punto de vista no es objetivo, es el punto de vista de los niños. La película te muestra como real lo que los niños creen que es real. Todo lo que vemos se legitima porque es lo que Verónica cree que está viendo. Por eso hay ese juego con el policía, un personaje puede ver una cosa y otro personaje otra cosa distinta.



P.- ¿Por qué en la infancia se habla tanto de la muerte?

R.- Igual eso lo vamos perdiendo porque la muerte nos comienza a dar miedo de verdad. Cuando eres niño eres inmortal de alguna manera. Cuando vas creciendo te vas dando cuenta de que no y ya le tienes más respeto. Esto lo vemos en Cría cuervos en esa escena preciosa en la que la niña le pregunta a la abuela si se quiere morir, ella contesta que sí y le trae los polvos de bicarbonato y la abuela se decepciona. Pero esa mirada de Ana Torrent en la película es la que nos guía y aquí es la protagonista, Sandra. De pequeño también está mucho más presente ese mundo de la imaginación y eso lo vemos en la relación de Verónica con sus hermanas. Me gustaba dejar patente eso cuando vemos que las amigas de Verónica ya no están allí y van a fiestas y piensan en chicos. La protagonista siente que esa burbuja que ha sido la infancia la está aprisionando de alguna manera. Ve a la vecina de enfrente bailando, con su padre ayudándole con los deberes y ella anhela eso. Un psicólogo con el que preparo las películas, que se llama Josep Vila, me habló mucho de Jung (Carl Gustav) para quien lo parapsicológico es una materialización del inconsciente. Todo lo que desencadena son cosas que Verónica desea que sucedan, pero no se atreve a desear de una manera consciente. Los fenómenos poltergeist están provocados por las personas que los padece, te ayudan a liberarte de lo que te molesta en la vida.



P.- ¿Usted cree en los fantasmas?

R.- Desde luego sí creo que hay cosas raras y no sabemos darles un nombre. Que haya fantasmas entendidos como la continuidad de una persona que muere y aparece de una forma ectoplásmica, en eso no creo. Sí creo que en los lugares y las personas que ocurren determinadas cosas pueden generar fenómenos sin explicación racional desde nuestro punto de vista. Si yo no supiera cómo funciona la electricidad adoraría a una bombilla porque me da la luz. Pero como sé que hay una cosa que se llama electricidad y más o menos sé cómo funciona es distinto. Existen cosas que no entendemos pero no necesariamente obedecen a fenómenos paranormales.



P.- ¿Cómo fue el trabajo de ambientación de ese año 1991 que no parece tan lejano?

R.- No nos parece tan lejos a nosotros que lo recordamos. Si piensas que es el año de Reservoir Dogs o el Nevermind de Nirvana te puede parecer que de eso hace nada. Pero cuando te pones a documentarte te das cuenta de que no es tan distinto de los 70. Elegí el año 91 y no el 92, que es cuando de verdad pasó el caso real, porque el 92 en nuestro imaginario representa ese éxito de los Juegos Olímpicos y la Expo de Sevilla. Me gustaba mucho que fuera justo antes de eso. Igual que la película narra la pubertad de Verónica también vemos la pubertad de España. Porque el país estéticamente no había cambiado tanto respecto a los 70. Lo vemos con cosas tan prosaicas como que los coches eran más rectos porque aún no había la tecnología de fabricar en serie chapa con formas curvas. La manera de vestir de la gente tampoco había cambiado mucho, las hombreras… Y luego la casa de Verónica aunque pase en los años 90 estaba intacta desde los 70 cuando se la dan. Es una España a punto de modernizarse pero aún sigue anclada en esa prepubertad.



@juansarda