Federico Luppi

El actor argentino Federico Luppi ha muerto este viernes a los 81 años en Buenos Aires, según informa el diario argentino Clarín. El miércoles había sido ingresado en un hospital por complicaciones aparecidas después de haber sido operado, en abril, de un coágulo en la cabeza que fue consecuencia de un accidente doméstico.



Luppi (Ramallo, Buenos Aires, 1936), que tenía también la ciudadanía española por carta de naturaleza, fue un colaborador habitual de los directores Adolfo Aristarain y Guillermo del Toro. Participó en más de 50 películas, entre ellas Tiempo de revancha (1981), Un lugar en el mundo (1992), El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006). También actuó en Martín (Hache) (pelícual con la que ganó la Concha de Plata al mejor actor en el Festival de San Sebastián de 1997), Incautos (2003) y La habitación de Fermat (2007). En 2017 se estrenó su última película, Nieve negra, una coproducción hispano-argentina dirigida por Martín Hodara y rodada en los Pirineos, aunque la acción de este thriller supuestamente ocurre en la Patagonia.



El actor, nacido en una familia de origen campesino y ascendencia italiana, debutó en el cine en la película Pajarito Gómez (Rodolfo Kuhn, 1965) y se consagró un año después con El romance del Aniceto y la Francisca, de Leonardo Favio. Aunque se dedicó principalmente al cine, a lo largo de su carrera tocó todos los palos de la profesión, de la tragedia a la comedia, del celuloide a las tablas e incluso ejerció la dirección en la película Pasos (2005), escrita por su mujer, la actriz española Susana Hornos.



Curiosamente, Luppi estudió dibujo y escultura en Buenos Aires y pretendía convertirse en autor de cómics, pero un día fue a una función de teatro con una amiga y quedó fascinado por el mundo de la interpretación, como contó en su última entrevista en El Cultural, a propósito del estreno de su película Cuestión de principios (2011).



También en aquella conversación recordó el momento en que en 2001, a causa de la grave crisis económica en Argentina, se instaló en nuestro país. "Yo me quedé sin nada, perdí todos mis ahorros y eso te hace vivir con la desconfianza total en tu pueblo, o sea que no hubo espacio para la nostalgia. Me vine aquí a rodar Nadie hablará de nosotras... y ya me quedé. Emigré como mis abuelos lo hicieron. Estaba tan enfadado con Argentina que no volví en cinco años y así me defendí de dos horribles fantasmas: la nostalgia y la melancolía".