Carlo Padial
La película se llama Algo muy gordo y hasta antes de ayer se trataba de una comedia sobre un cuarentón, Berto Romero, que tiene que volver al instituto, rememorando los argumentos clásicos de algunas películas ochenteras. Sin embargo, se trata del falso rodaje de esa película y una comedia de un refinamiento extremo que juega con la perplejidad del espectador. Cinefilia y fanatismo, como dice el propio director, Carlo Padial, se dan cita en este filme marciano a más no poder en el que Romero rueda con enanos que hacen de niños, los decorados están a la vista como en Dogville y aunque es la película con mayores efectos especiales de la historia del cine español, nunca hay ninguno. Algo muy gordo navega contracorriente con una propuesta que oscila entre lo brillante y lo crispante y que puede provocar reacciones de verdadero pasmo en algunos espectadores. Tras Mi loco Erasmus (2012), Carlo Padial, artista, humorista, cineasta y, en último término, personaje inclasificable, nos da las claves de un filme muy peculiar.Pregunta.- ¿Qué cuenta Algo muy gordo?
Respuesta.- Es una pieza satírica con más aristas que las que suele tener una comedia. Y de allí empiezan a aparecer estas perplejidades en el espectador. Tengo una naturaleza satírica. Si me pones en una habitación me comienzo a fijar en cosas como quién se está quedando calvo. Me flipan Quevedo, Jonathan Swift, Christopher Guest... Incluso Bergman tiene un componente satírico. Veo Algo muy gordo como un artefacto que retrata una cierta insatisfacción contemporánea hacia la tecnología. El pasmo en el que se sumerge Berto intentando hacer esa película y la desconexión progresiva sirve como retrato del entorno tecnológico y de la desconexión entre nosotros. Es una fábula. Claro que también es posible verla de una manera muy pragmática, simplemente como gente grabada en un documental, y sería lícito. La película tiene algo de comedia pero también está muy cerca del videoarte.
P.- ¿La tecnología es, como la fábrica de Chaplin en Tiempos modernos, fuente de alienación?
R.- Hay una sátira sobre este subirse al carro permanente sin plantearse si eso vale o no vale. El cine actual es profundamente extraño. Lo hemos aceptado porque es lo que hay. Hace poco fui al cine y me salí de Guardianes de la galaxia porque no entendía ese extraño chorro de imágenes. Era una cosa epiléptica sin sentido para mí. Sin embargo, lo hemos aceptado como lo que hay que hacer, pero de lo que se trata es de ver al ser humano que hay ahí delante del croma.
P.- ¿Algo muy gordo es cine intelectual?
R.- No lo sé. Hago las películas con los materiales que a mí me funcionan y las cosas que a mí me hacen gracia. Es cierto que se produce ese efecto que puede parecer intelectual pero yo no me considero en absoluto un intelectual, más bien me veo como un fanático español y catalán. Recojo esa tradición de fanáticos catalanes como Francesc Pujols, que era un hombre creativo con teorías muy locas. Hago lo que me gustaría ver y la película es el resultado de mi inclinación hacia el documental y la comedia. Ciertas puntitas de rarezas vienen de allí. Pero no pretendo para nada hacer una rareza.
P.- ¿Cómo se plantea esa dimensión del filme como falso documental?
R.- Si lo quieres ver solo como un documental, está muy bien. En España es un lenguaje del que cuesta encontrar buenas piezas. En Algo muy gordo mucha gente cree que es verdad porque hay toda una elaboración que no es casual. Está todo pensado, hasta el último figurante, para que haya este código de naturalismo. La película te puede gustar o no pero hay un intento de que sea "material encontrado" que cuesta horrores. Grabamos casi 100 horas para quedarnos con esa hora y media en la que todo parece real.
P.- ¿Puede existir una comedia que no haga sentir bien?
R.- Yo lo que busco es una catarsis rara. Soy un entusiasta absoluto de la comedia clásica y muy construida pero a la hora de hacer mis cosas lo que estoy buscando es sacudirla. Estoy intentando incomodar, y eso tiene que ver con la propia naturaleza del humor. Me gusta mucho el cómico como Richard Pryor, que te cuenta que era adicto a la cocaína y que intentó quemar su casa. Yo tengo esa necesidad también. Pensando cómo remover a la gente, se me ocurrió que los niños fueran enanos. Se trata de buscar ideas que te saquen de la comodidad.
P.- ¿De dónde surge la idea de hacer una película con croma en la que nunca vemos lo que se supone que simboliza el croma?
R.- Cuando Berto me llamó yo estaba haciendo el making-of de Un monstruo viene a verme, la película de J. A. Bayona, y estaba asombrado por la potencia estética de todos los elementos previos al CGI: el croma, los arneses... Con ese bagaje de la escuela de bellas artes detecto que hay algo muy potente que se va a perder en la película. Me parecía muy interesante articular una película con todo eso. Cuando yo grababa el making-of veía cosas como el niño protagonista (Lewis MacDougall) hablando con un croma, que es como hablar con la nada. Veía gente como con bolas, veía paletas raras, había dos ingleses que iban poniendo pequeñas camaritas para monitorizar movimientos pero que no hablaban con nadie. Con estos elementos creo escenas que son videoarte puro.
P.- ¿Esa desnudez que plantea el artificio funciona como metáfora de una civilización enmascarada?
R.- Yo hago las cosas desde planteamientos muy intuitivos, de allí que no haya nada intelectual, es puro fanatismo. Es una estupidez increíble que el tío del making-of vuelva a construir el plató de Un monstruo viene a verme. La idea de la civilización como simulación completa es justo a lo que apunta la película. Desde su misma génesis tiene que ver con la idea de representación: el cómico mainstream quiere salir del lugar en el que le han ubicado. También está la idea de qué nos define como adultos. El personaje de Berto es obligado a volver a ser un niño. Todo eso no es casual. Y el llevarlo a un plató con imágenes generadas por ordenador que nunca ves redunda en ese juego de espejos. La ficción dialoga con el documental, las confrontaciones entre la vida real y la íntima y lo mismo sucede con los personajes, que siempre dialogan con sus aspiraciones. Carlos Areces dialoga con él mismo en el espejo o Botet confiesa que siempre ha querido ser actor para salir en Star Wars.
P.- La idea del paso del tiempo y la pérdida de la juventud es una obsesión constante en su trabajo.
R.- Sigues siendo un niño por mucho que crezcas. Que los demás nos vean como adultos nos preocupa. Busco un reconocimiento como director porque tengo un miedo infantil a que no se me tome en serio. En la relación entre Berto y yo siempre generó un vínculo el hecho de que él tiene tres hijos y yo tengo dos y hemos hablado mucho de eso. Y luego esta profesión siempre es muy inconsistente, siempre piensas que van a decir que es una payasada. Una de las secuencias que no entró en la película era una en que los padres de Berto le visitan y él intenta demostrarles que es un hombre de éxito pero lo único que le puede enseñar son dibujos hechos en clase y le recriminan que no ha llegado a nada.
P.- ¿Qué le diría a quien haya visto la promoción de hace unos meses y se espere una comedia clásica?
R.- Esa promoción es otro juego, es Duchamp. Nos parecía una buena idea que eso completara la película. La gente habla de la ficción que supuestamente se va a estrenar pero luego se encuentra otra cosa. En su cabeza había visualizado a Berto volviendo al instituto con una comedia tipo Noche en el museo. Lo que pasa actualmente con las películas es que hay tanta promoción previa que llegas a la película agotado.
@juansarda