Una imagen de Los demás días

En Los demás días Carlos Argulló acompaña al médico de cuidados paliativos Pablo Iglesias en su periplo de visitas a enfermos desahuciados a los que procura el mejor final posible.

No hay que ser un lince para darse cuenta de que en una sociedad como la nuestra basada en la competencia y el consumismo el propio concepto de la muerte permanece oculto. Si la medicina moderna considera ya la vejez como una enfermedad quizá curable, y a ello muchos científicos dedican su empeño, la propia muerte se sitúa en un lugar indecoroso, como si fuera un molesto recordatorio de nuestras propias limitaciones como especie aunque tengamos Facebook y conquistemos el espacio. La muerte como espantosa señal de que somos, al fin y al cabo, seres humanos y no dioses.



Y la muerte, o lo que sucede cuando se está cerca de la muerte, es lo que retrata el cineasta Carlos Agulló (Madrid, 1974) en Los demás días, en la que acompaña al médico de cuidados paliativos Pablo Iglesias en su periplo de visitas a enfermos desahuciados a los que procura el mejor final posible. Porque Iglesias, con aspecto de haber formado parte en algún momento de su vida de Ketama y carisma de rock star, es un médico que no cura porque sus pacientes son incurables. Su misión es que el final sea lo menos traumático posible y que esos "demás días" en que uno no se muere transcurran sin dolor y a ser posible, incluso, con un poco de felicidad.



Lo peor de Los demás días es que como la propia situación que retrata, es inapelable. Es una película en la que desde el principio sabemos que todos mueren pronto y así uno se coloca ante una situación paralela a la de ese Iglesias que consuela y reconforta a diario a personas que saben que más pronto que tarde se van a ir de este mundo. Algunos lo llevan peor que otros pero en general, como es razonable, nadie lo lleva bien aunque el filme de Agulló no abunda en demasiados tremendismos.



Uno se emociona viendo la película no solo por la cercanía de la muerte, sobre todo por la rica galería de personajes que vemos en pantalla. Personajes sometidos a una presión extrema y que por ello explotan en la película en toda su humanidad. Como la ex profesora Carmela, tan adusta y contundente como pueden serlo algunas castellanas, o esa mujer de unos 40 años aficionada al yoga llena de vida pero que sabe que cuenta los días por semanas o el director de fotografía que observa atónito su propio final incapaz de contener su sentimentalismo.



A veces, en nuestro trato con los demás o en nuestra forma de vivir, nos olvidamos de lo que puede haber detrás de las personas con las que nos cruzamos. El filme de Agulló nos introduce en las alcobas y en los últimos vestigios de la humanidad al presentarnos a personas normales y corrientes de todas las clases sociales en el momento más dramático de sus vidas y con ellos a los familiares que los acompañan. Articulada en torno a un combate de boxeo como metáfora de la lucha que es la vida, Los demás días es un bello filme que nos recuerda una cosa tan importante como que nos vamos a morir. Y la parte positiva del asunto es que entonces, nos podemos dar cuenta, de lo que vale nuestra propia vida.



@juansarda