Haley Lu Richardson y John Cho en Columbus

Columbus es una pequeña ciudad del Estado de Indiana. Hay otra Columbus, mucho más conocida, que es la capital de Ohio, que de hecho no está muy lejos de la localidad de la que estamos hablando. En el Medio Oeste, nos referimos a una parte de Estados Unidos que no sale mucho en las películas y que está lejos del glamour y el frenesí de las ciudades más conocidas del país. Precisamente esa condición de lugar aburrido en el que nunca pasa nada es uno de los temas de este filme en el que, paradojas, también se rinde homenaje a una villa de apenas 40 mil habitantes que, contra pronóstico, brilla como un escaparate de la arquitectura más moderna y arriesgada. Si en Paterson Jim Jarmusch buscaba poesía en un suburbio aparentemente anodino, aquí de lo que se trata es de poner en valor un tesoro arquitectónico oculto.



La belleza de los edificios de Columbus sirve como aderezo a un filme en el que el director, el debutante Kogonada, se plantea la eterna pregunta sobre si el arte es capaz de sanar. Y lo hace a través de una joven que fuma mucho, Casey (Haley Lu Richardson), que destaca por su inteligencia y curiosidad pero sin embargo se niega a marcharse de su provincia por miedo a abandonar a una madre drogadicta a la que cuida como si ella fuera la adulta. Atrapada y empequeñecida por ese lastre, se abre una rendija de esperanza cuando se hace amiga de un hombre coreano (John Cho) en sus 40 que viaja hasta Indiana para ocuparse de su padre enfermo. El padre es un afamado arquitecto y el hijo vive atormentado porque el hombre célebre no le hizo caso. De esta manera, mientras la joven siente que debe renunciar a sus sueños para cuidar a una madre que no la merece, el adulto se pregunta hasta dónde debe llegar su lealtad por un padre que siente que le ha traicionado.



En Columbus se habla mucho y no pasa gran cosa. El proyecto de romance entre el hijo doliente y la dicharachera adolescente nos recuerda un poco al de Natalie Portman, en el papel de Lolita, y Timothy Hutton como maduro galán en Beautiful Girls (1996, Ted Demme) y, en general, toda la película rezuma un aire a cine indie americano de pura cepa. La idea final es que más que el arte, lo que sí puede salvarnos en todos los sentidos es establecer una verdadera conexión emocional con otra persona y en último término, ayudarla. Un tanto pretenciosa y por momentos demasiado aficionada a andar en círculos para no decir nada o exagerarlo (la escena de la confesión de la chica), Columbus adolece de una cierta pedantería pero al mismo tiempo logra construir dos personajes bien definidos como esa inverosímil pareja protagonista que como dos náufragos acaban encontrándose en medio de su desolación. Y la desolación compartida es más llevadera.



@juansarda