La actriz Mireia Ros en el cartel promocional de Alicia en la España de las maravillas, de Jordi Feliú

Sala B se ha propuesto y está consiguiendo recuperar fragmentos secretos, ocultos y hasta a menudo supuestamente perdidos de una singular historia del cine español, a veces marginal, a veces marginada, que desvela un auténtico mundo paralelo al de los títulos y directores conocidos y reconocidos, revelándonos un universo sicalíptico, delirante y hasta psicotrónico, donde el sexo y la política, lo comercial y lo experimental, el esperpento y lo radical, se dan la mano y hasta el pie, sorprendiéndonos con filmes olvidados pero indispensables para comprender no sólo el devenir histórico del cine español sino, de hecho, la realidad misma de este país que tanto nos duele y, por lo que se ve, nos seguirá doliendo.



En el caso del programa del día 27, el cuarto que ofrece esta ya imprescindible Sala B de Filmoteca Española, bajo el epígrafe nada gratuito de Cuentos verdes y rojos, nos encontramos con dos títulos a cual más peculiar: Caperucita y roja (1976), de Luis Revenga y Aitor Goiricelaya, paráfrasis erótico-política del famoso cuento que dio mucho que hablar a cuenta no sólo de la presencia de bellezas como las de Esperanza Roy y una jovencísima Victoria Abril, sino del polémico -y censurado- trasero de Patxi Andion; y Alicia en la España de las maravillas (1978), de Jordi Feliú, sin duda una verdadera sorpresa para el espectador desprevenido y un título tan atípico como sustancial del cine de la Transición, del que constituye una suerte de hito aislado. Película que se creyó definitivamente perdida durante mucho tiempo, esta (per)versión hispana del clásico de Lewis Carroll, de extraña fidelidad al mismo en numerosos aspectos, es la única obra de ficción íntegramente firmada por Feliú como director, aparte de su participación en los filmes de episodios El arte de no casarse y El arte de casarse, ambas de 1966 y dirigidas a pachas con José María Font.



La trayectoria peculiar de Feliú, suerte de contrafigura oculta de la Escuela de Barcelona, que no consiguió terminar sus estudios en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid y se consagró -quizá forzosamente- al cine publicitario y documental, manteniendo siempre en este segundo una actitud catalanista militante, reivindicativa y opuesta al régimen franquista que no habría de facilitarle en absoluto su trabajo, ha contribuido también a posar un velo de olvido e ignorancia sobre esta su peculiar revisión de la Alicia de Carroll, que convierte en alegoría de la más negra y gris España de la posguerra y la dictadura, con tono tan surrealista y excéntrico, a la par que sensual, que sorprende todavía al espectador de hoy con su poderío visual, su riesgo formal y montaje imaginativo y radical.







Sólo cabe imaginar el desconcierto de los espectadores que acudieran, en 1979, al estreno de Alicia en la España de las maravillas, película clasificada "S", es decir, que podía "herir la sensibilidad del espectador", pensando en las oscuras promesas del destape, el sexo softcore y en la presencia de tres jóvenes y guapas actrices como Mireia Ros -protagonista a su vez del desconcertante y al tiempo impactante cartel del filme-, Silvia Aguilar y Montserrat Móstoles, que si bien no escasean la exhibición de sus juveniles cuerpos al desnudo, lo hacen en escenas tan extrañas, apocalípticas y virulentas que convierten su atractivo erótico en algo igualmente violento e inquietante. Tres Alicias, tres, por el precio de una, nos ofrece Feliú, sin mediar explicación o sentido alguno en su elección, y las tres se van alternando a lo largo de la relectura del cuento de Carroll, sin que haya excusa o racionalización alguna de por qué se sustituyen unas a otras durante su metraje.



Persiguiendo a una conejita negra estilo Playboy (oscuro agente quizá del imperialismo yanqui) esta trinidad nada católica arrastra al espectador por un laberinto donde la imaginería y episodios más absurdos y surreales del libro original se convierten en metáforas pesadillescas de los oscuros rincones del poder y la miseria del franquismo. Torturas policiales, estraperlistas violadores, filas de hambrientos y mutilados, sicarios del Estado que pintan todas las flores de azul después de que se hayan teñido de rojo con la sangre de las víctimas inocentes del régimen, científicos con desquiciados discursos nacional-católicos raciales y racistas, sacerdotes de moral hipócrita entregados sin pudor a la más servil política represora, la persecución de las lenguas españolas y quienes las reivindican, la intromisión imperialista yanqui, representada por un Séptimo de Caballería compuesto por una troupe de enanos desquiciados que violan a una de las Alicias con un misil, el juicio final a las tres Alicias llevado a cabo por un impersonal y futurista jurado de computadoras, y, sobre todo y ante todo, la omnipresencia de la censura, siempre la censura, que de hecho sufrió todavía el propio Feliú a lo largo del accidentado rodaje de su película, iniciado en 1975 y finalizado en 1977 pero que sólo pudo estrenarse dos años después con el sello vergonzante de la "S" a la manera de la estigmatizante letra escarlata de Hawthorne.



Todo esto confluye en uno de los títulos más atrevidos formalmente, imaginativos cinematográficamente y atípicos de la historia entera de nuestro cine. Una fotografía sepia y voluntariamente retro, que evoca tanto la era victoriana del cuento de Carroll como la tristeza de la posguerra y el franquismo, una utilización enervante y disruptiva de los efectos sonoros, el cambio brusco y repetido de ubicaciones espacio-temporales, la narrativa asincrónica y voluntariamente caótica, lo fantástico, alegórico y simbólico como vehículo del más puro negro-realismo y la sátira política acerba y radical, sumado todo a elementos iconográficos como muñecas, ataúdes, plazas de toros o enanos, a la utilización de escenarios emblemáticos barceloneses y catalanes, la sensualidad de sus tres protagonistas casi adolescentes en perpetuo contraste con la brutalidad de torturas y torturadores, censores, científicos locos, sacerdotes lascivos, burgueses estirados y estraperlistas afectados de satiriasis, aproximan Alicia en la España de las maravillas, como bien explica Álex Mendíbil en el programa de mano de Filmoteca, "al cine de visionarios militantes como Fernando Arrabal, Alberto Cavallone, o Dusan Makavejev", y al sumergirnos en su kafkiana pesadilla franquista nos encontramos sin duda en los mismos territorios pantanosos de la memoria personal e histórica del Viva la muerte (1971) de Arrabal, con ecos de los primeros y superiores filmes de Gonzalo Suárez, el de las películas de hierro, que incluso podríamos calificar como mágico ejercicio de psicohistoria a la manera del Jodorowsky más pánico.



La Sala B de Filmoteca Española nos ofrece el próximo día 27 la oportunidad no sólo de recuperar un fragmento singular, olvidado y prácticamente perdido de nuestro cine, sino también de nuestra propia Historia, pero reificado (con r) a través de una praxis fantástica, surrealista y mitopoyética que poco tiene que ver con los trillados y aburridos senderos del realismo social más pedestre e ineficaz. Por increíble que parezca, una humilde película "S" nos demuestra que sí, que "otro cine español" era y quizá siga siendo posible.