Un momento de Perfectos desconocidos, la última película de Álex de la Iglesia
Año convulso para el cine y sus ecosistemas. Este año ha venido a decirnos que el cine, o lo que queda de lo que se entendía por cine, está más vivo (porque muta) que nunca. No solo en la dimensión global. La convulsión también se ha dejado sentir a escala nacional. Mientras el público masivo sigue la corriente de Telecinco Cinema (sus cuatro películas estrenadas lideran el top 10, donde Álex de la Iglesia se cuela con dos trabajos: El bar y Perfectos desconocidos), los premios institucionales y los aplausos de la crítica celebran las expresiones autorales que realmente nos han conmovido.La suma de espectadores de las cinco películas mejor valoradas por la crítica (225.000) no llega al 3% de los espectadores acumulados por las cinco más taquilleras (8.275.500). El dato alberga sus trampas, como poner en relación dos entornos casi nunca confluyentes como son el cine diseñado para los grandes públicos (y toda la maquinaria industrial a sus espaldas) y el cine propulsado por ambiciones autorales (cada vez con más dificultades para aspirar a una digna distribución), pero también debería despertar algunas reflexiones. Por ejemplo: ¿cuál de estos cines necesita más protección?, ¿tanta distancia entre ellos no debilita el mercado y empobrece la diversidad? El espectro de la franja media, que se mueve entre los cien mil y el medio millón de espectadores (del 11 al 25 en el ranking), lo ocupan sobre todo cineastas de merecido prestigio y respetable trayectoria como Manuel Martín Cuenca (El autor), Isabel Coixet (La librería), Paco Plaza (Verónica), Agustín Díaz Yánez (Oro) o Pablo Berger (Abracadabra), quienes han ofrecido todos ellos propuestas bien estimulantes este año.
Con los 160.000 espectadores que ha congregado de momento la debutante Carla Simón, la película Verano 1993 -uno de los grandes fenómenos de 2017, como así lo celebran nuestros críticos- se ha colado en esa franja sin proponérselo. Poco se le puede reprochar este año a la valentía y vigor de un cine que ha dado cabida además a trabajos tan relevantes como La vida y nada más (Antonio Méndez Esparza), Mimosas (Oliver Laxe), Morir (Fernando Franco), Fe de etarras (Borja Cobeaga), Demonios tus ojos (Pedro Aguilera), Handia (Aitor Arregui y Jon Garaño), No sé decir adiós (Lino Escalera), Julia Ist (Elena Martin), Pieles (Eduardo Casanova) o Algo muy gordo (Carlo Padial), pues cualquiera de ellas merecería un puesto destacado en las preferencias de la crítica.
La cosecha internacional nos ha deparado filmes tan apabullantes como Sieranevada (Cristi Puiu) y Dunkerque (Christopher Nolan), modelos opuestos de dos producciones que llegaron a las salas el mismo día. Por un lado, la hiperrealista disección social del rumano; por el otro, la espectacularización sensorial de la acción bélica histórica. Aki Kaurismäki (El otro lado de la esperanza) y Maren Ade (Toni Erdmann) colocaron también los naufragios europeos en el centro de sus discursos cómicos con resultados sobresalientes. Mientras, la única producción estadounidense que ha entrado en el top 5 de nuestros críticos, Manchester frente al mar (Kenneth Lonergan), es la devastadora exploración de una tragedia familiar concebida a partir de una inteligencia y sensibilidad narrativa que, al igual que Detroit (Kathryn Bigelow), Ghost Story (David Lowery), Déjame salir (John Peele), Blade Runner 2049 (Dennis Villeneuve) o En realidad, nunca estuviste aquí (Lynn Ramsay) -sin duda otras piezas clave del cine internacional de 2017- revelan mediante estructuras fragmentadas y percepciones oníricas sendos modos de situarnos en la contemporaneidad.
@carlosreviriego