Un momento de la película Cuando dejes de quererme

El cine español con frecuencia ha fracasado a la hora de mezclar géneros. Más allá de nuestro tradicional apego por la comedia, cuando se ha tratado de abordar el drama o el thriller, a no ser que sea en películas muy extremas, en pocas ocasiones ha quedado bien la mezcla. Por eso, y por otras cosas, es una curiosa y bienvenida rara avis una película como Cuando dejes de quererme, debut en el largometraje del hasta ahora guionista y cortometrajista Igor Legarreta, al que conocemos por el libreto de la película Autómata (Gabe Ibáñez, 2014). En él sorprende la cantidad de géneros, recursos y estilos que vemos en pantalla en un filme poliédrico y desbocado en el que la memoria personal se funde con la colectiva a partir de la búsqueda del asesino de un hombre en un crimen realizado décadas atrás.



Cuando dejes de quererme cuenta lo que sucede cuando Laura (interpretada con energía por Flor Torrente), una mujer en sus 30 que vive en Buenos Aires, se entera de que el padre vasco que creía que la había abandonado en realidad fue asesinado hace muchos años, cuando ella era apenas un bebé y poco antes de que huyera con su madre a Argentina. Obligada a reabrir un episodio de su vida que creía cerrado, la joven viaja a Durango, en el País Vasco, para dilucidar un misterio antiguo y de paso solucionar el misterio de su propia existencia. A España viaja acompañada por su padre adoptivo, un encantador anciano con tendencia a pasarse de gracioso interpretado con frescura por el conocido Eduardo Blanco. Como es preceptivo se encontrará con una red de mentiras y engaños que la conducirán por siniestros lugares hasta encontrar la respuesta definitiva y liberadora.







La mayor virtud de Cuando dejes de quererme, y no es poca, es contar una historia bien contada y hacerlo de manera que uno se quede intrigado y enganchado a los personajes. Es precisamente en algunas agradecidas fugas a la comedia, como en la secuencia que encuentran el cadáver de la peluquera, donde la película suele encontrar sus mejores momentos al tiempo que soluciona con sorprendente solvencia una estructura tan complicada como la de los flashbacks. Ambientada en el presente y a ratos en el pasado, descubrimos la rocambolesca historia del padre (interpretado por el reciente ganador del Goya al mejor actor secundario Eneko Sagardoy) en una serie de secuencias que en alguna ocasión brillan a gran altura, como la larga escena de esa guardia civil comandada con mano de hierro por un pletórico Antonio Dechent.



Cuenta el director del filme que Cuando dejes de quererme, y de allí viene un título cuyo sentido no se desvela hasta el final, trata sobre la competencia de dos padres por el cariño de una hija. De eso nos enteramos en un último giro de guion quizá demasiado forzado en una película con una ligera tendencia a dar demasiadas vueltas sobre sí misma y abusar de los giros de guion. Porque en el filme sobran tramas, la romántica, por ejemplo, en una historia ya de por sí demasiado abigarrada. Todo lo cual no impide que la película ofrezca un más que digno espectáculo y que pueda valorarse como un triunfo una película con la virtud de hablar de temas serios sin tomarse a sí misma con excesiva solemnidad. Ahí es nada.



@juansarda