Ziad Doueiri
Ziad Doueiri (Beirut, 1963) no necesita irse muy lejos de casa para encontrar infinidad de historias. Tras una larga época como primer asistente de cámara con Tarantino (con quien rodó Reservoir Dogs en 1992 o Pulp Fiction dos años más tarde), Doueiri debutó con una película tan autobiográfica como West Beirut, en la que relataba su infancia en Líbano cuando arranca en 1975 la guerra civil que desoló el país. Después, en película como Lila dice (2004) o El atentado (2012), el cineasta ha seguido indagando en las heridas de una nación marcada por la presencia, no muy pacífica, de cristianos y musulmanes con sus vecinos judíos de Israel. En El insulto, su nuevo y celebrado filme, candidato al Oscar como mejor película extranjera, nos cuenta el drama de Oriente Medio a partir de la pelea entre dos hombres, un cristiano y un palestino refugiado, que se inician una larga batalla judicial que se convierte en símbolo de la incapacidad de la zona para superar las heridas del pasado y perdonarse los unos a los otros como única vía para lograr una paz tan anhelada como aparentemente imposible.Pregunta.- Decía Gandhi que ojo por ojo y el mundo acabará ciego. ¿Es muy difícil perdonar?
Respuesta.- Es mucho más simple. Nunca he sido bueno en análisis o en pensar en "grandes cosas". Cuando me siento a escribir no lo hago para lanzar mensajes. No pienso en lo que intento decir ni en conceptos como la locura, el perdón o la reconciliación. Todas estas cosas existen en la película pero no voy a ellas de una manera consciente. Yo y mi coguionista, Joelle Touma, que es mi ex mujer, nos sentamos a escribir una historia. Ni más ni menos. Los dos crecimos en Líbano, durante la guerra. Yo vengo de una familia palestina de izquierdas y ella de una familia cristiana de derechas, de pequeños nos odiábamos porque es lo que nos enseñaron. Sabíamos de lo que hablábamos y no queríamos escribir una película sobre Líbano sino sobre estos personajes, Tony y Nasser. Si no empiezas por los personajes, queda artificial y prefabricado. Todo empieza con una cuestión muy simple, un hombre insulta a otro y empieza una guerra judicial. A partir de aquí creamos a los personajes, pensamos en su pasado, en cómo son... Y lo hacemos muy rápido, de este guión solo hicimos tres borradores. Los personajes siempre deben ser lo primero. El cine conceptual o basado en ideas filosóficas no me interesa, me interesan los seres humanos. Es un proceso muy orgánico.
P.- Quizá a mucha gente le sorprenda ver ese conflicto entre cristianos y palestinos porque cree que todo trata sobre árabes contra judíos. En la película se habla de Ariel Sharon pero fueron los cristianos quienes masacraron a los palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila en 1982. Y en el filme también vemos atrocidades de los palestinos contra los cristianos. ¿Cree que hay mucho desconocimiento del área?
R.- Ariel Sharon no lo ordenó directamente pero permitió que pasara. Yo crecí en esos campos. Esta película trata sobre compartir la responsabilidad. Los palestinos siempre han sido reflejados como víctimas. Mucha gente no quiere escuchar que ellos también han cometido masacres. Mi madre es jurista y trabajó como consejera de temas legales en la película. Ella protestaba porque decía que acusábamos a los palestinos de crímenes de guerra. Se sentía muy incómoda con esta idea y trataba de disuadirme de que lo hiciera. Opinaba que los palestinos fueron manipulados y yo le dije, no te equivoques, lo hicieron. Yo crecí odiando a los cristianos de derechas y con el tiempo he cambiado. Pensaba que eran los culpables de grandes atrocidades pero después cuando hablaba con ellos se veían también como víctimas. Eso me abrió los ojos. De todos modos, insisto, yo no doy soluciones. No soy una ONG ni un político. Si la gente quiere sacar conclusiones, me parece bien pero ese no es mi trabajo.
P.- Vemos un pequeño conflicto que casi acaba en una guerra. ¿La historia con mayúsculas se escribe con pequeñas cosas?
R.- Es una buena manera de decirlo. Cuando vives una guerra, y yo la viví desde 1975 hasta 1983, y después volví en 2005 y mataron a Hariri (primer ministro en esa época) y allí tuvimos guerra otra vez. Cuando todo es tan dramático como que vas a comer un kebab y sales disparado por los aires o no tienes una casa o vives en un campo de refugiados, no trata sobre grandes conceptos filosóficos. No tienes tiempo para eso. Es demasiado real y doloroso. Y al final, te vuelves mucho más pragmático. Las teorías son para quienes lo ven desde fuera.
P.- Vemos una cosa que ya estaba en West Beirut y es que es muy importante la calle en la que vives. Está el Líbano lleno de pequeños códigos de vestuario o de actitud que quizá pasan desapercibidos para los extranjeros. ¿Quería mostrar esa sutileza?
R.- Una cosa que me parece curiosa de esta película es que da igual donde la exhibas en el mundo, la gente la entiende aunque no sepan esos códigos. En Nicaragua, Irlanda del Norte o en Colombia la entienden perfectamente. En España veo que muchas personas hacen una lectura de la historia en clave local por los problemas que tenéis aquí. Y eso es lo bueno del filme, que puede ser universal.
P.- La cuestión de la identidad se ha convertido en algo muy importante, ¿la identidad nos marca queramos o no?
R.- Cuando escribía la película quería dignificar a ambos personajes. Es más interesante si ambos te caen bien de alguna manera. Hay un paralelismo. Los dos son pobres o de clase media baja. Los dos son buenos trabajadores, personas que se preocupan por su excelencia. Ambos son honrados. Cuando la abogada del palestino saca a colación que la mujer del cristiano abortó, se enfada, es un hombre decente. Lo mismo sucede con el otro. En realidad, se parecen mucho. Cuando vemos su pasado, cada uno en un lado, tienen heridas muy parecidas. Una de mis películas favoritas es El veredicto (1983), de Sidney Lumet. Me gusta mucho la forma en que la película dignifica a ese abogado que está en las últimas. Él tiene que rehacer su dignidad y todo lo que tiene son obstáculos. Cuanto más salta y logra superar las pruebas, más nos gusta él. Los americanos son muy buenos haciendo películas sobre juicios. Hay muchas películas sobre abogados y son los maestros del género.
P.- ¿Cómo podemos llegar a perdonar?
R.- No se trata de perdonar sino de entender el punto de vista del otro. A mí me costó un gran esfuerzo bautizar a mi hija. No soy religioso, su madre tampoco. Pero quise que la bautizaran porque de pequeño quería quemar la cruz y ese bautizo fue una manera de reconciliarme. Yo he descubierto que puedo odiar pero también he visto que soy capaz de reconciliarme.
P.- ¿Por qué da la impresión de que Oriente Medio es un drama sin solución?
R.- Líbano iba bien hasta que mataron a Raifi Hariri en 2005. Siria es un desastre, está completamente destruida. Al mismo tiempo, Bachar Al Assad es terrible, un absoluto criminal, pero son peores los del ISIS. Es una disyuntiva horrible, pero es mejor un dictador secular que uno religioso. En Oriente Medio tenemos un problema con el tribalismo. Hay una cultura machista. Por eso ofrezco esperanza. Quiero que el público esté en tensión pero al final se sienta optimista.
P.- En El atentado (2012) comparaba las víctimas palestinas de los israelíes con los muertos del 11S. Lo cual creó mucha controversia. ¿Cómo vivió esa polémica?
R.- La película funcionó muy bien en Estados Unidos, no estoy de acuerdo. Es verdad que hubo gente que se molestó. Precisamente, donde tuvo más éxito fue entre los judíos de Nueva York, ellos la convirtieron en un éxito. Y se da una paradoja, la película fue boicoteada por BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones, un grupo que trata de boicotear la cultura de Israel). En Medio Oriente luchamos una guerra enorme y muy compleja.
@juansarda