Una imagen de Juego de ladrones

Juego de ladrones, el nuevo filme protagonizado por Gerard Butler, es una potente reelaboración del clásico género de golpe perfecto, cargada de testosterona y acción pero también de guiños y referencias cinéfagas que van más allá y más acá de Heat, para disfrute del espectador amante del neonoir.

Lo solían llamar en jerga anglosajona hold up, algo así como "arriba las manos", traduciendo un poco libremente, y era y es el género o subgénero del noir dedicado a describir con todo tipo de pormenores, tanto técnicos como psicológicos, el planeamiento y ejecución de un robo perfecto, habitualmente el atraco a un banco o a algún otro tipo de establecimiento lleno de pasta u objetos de valor a rebosar, como una joyería, un museo, un furgón blindado o un casino. Aunque tiene numerosas vertientes, una de ellas contagiada de comedia y humor, que ejemplifican títulos clásicos como La cuadrilla de los 11 (1960), que décadas después daría lugar a la rentable franquicia de Ocean´s Eleven, iniciada en 2001, la más apreciada por los amantes de la Serie Negra y el hard boiled es la dura y afilada, como el diamante industrial mismo que usan los ladrones para cortar vidrios y ventanas en sus robos.



Gudegast, basándose frontalmente en

El film noir clásico de los años 40 y 50 encontró en La jungla de asfalto (1950) de John Huston una de las cumbres de este subgénero, marcando tendencia durante años, especialmente en lo que al siempre trágico desenlace se refiere. Pero para llegar a ese clásico moderno que fue Heat (1995), modelo obvio de este Juego de ladrones, primer largometraje dirigido por el guionista Christian Gudegast, habría que pasar primero por la reapropiación del género ejecutada con frialdad y precisión por el policiaco francés de los años 60, que irónicamente tuvo su iniciador en un americano exiliado por el macartismo, Jules Dassin, quien uniendo fuerzas con el escritor Auguste Le Breton consiguió con Rififi (1955) renovar el golpe perfecto, especialmente gracias a la brillante, tensa y espectacular escena del robo, rodada y montada sin utilizar acompañamiento musical alguno, haciendo del silencio y el sonido intradiegético verdaderos protagonistas absolutos de una coreografía precisa y contenida, en un tour de forcé nunca superado pero imitado hasta la saciedad.



A partir de aquí, la planificación y ejecución de los atracos más o menos perfectos adquiriría un tono casi propio del technothriller, una inversión del procedimiento policial, que a veces compartiría protagonismo con éste, al mostrar en acciones prácticamente paralelas la preparación y puesta en escena del atraco al tiempo que las investigaciones y medidas de los detectives o agentes dispuestos a impedir que se lleve a cabo con éxito. En ello destacaría sin duda el gran maestro del polar o policial francés, Jean-Pierre Melville, especialmente con títulos como Bob el jugador (1956), Hasta el último aliento (1966) y Círculo rojo (1970), que partiendo de la mitología del film noir americano e incluso del western, la transformaba en un nuevo universo cinematográfico netamente francés y europeo, igualmente viril y masculino, pero contagiado de cierta estética y tempo orientales, ritualista y sofisticado. Un concepto original que, por supuesto, influiría también decisivamente en el desarrollo del neo-noir del Hollywood de los años 70 y comienzos de los 80.



Gerard Butler en Juego de ladrones

Llegamos así a Juego de ladrones, la última reelaboración de momento de esta variante que se nutre tanto de la vieja tradición del cine negro americano como, sobre todo, de su descendencia modernista y posmodernista, que pasa a su vez por la adopción del modelo francés y europeo a través de cineastas del Nuevo Hollywood como Sidney Lumet, Robert Altman, Arthur Penn e incluso Peckinpah, entre otros. Evidentemente, el film de Gudegast puede considerarse una suerte de inconfeso remake de Heat, la saga de ladrón versus policía firmada por Michael Mann que conquistara a crítica y público en los 90 y que no era, en realidad, sino la excelente pero inferior versión cinematográfica de su telefilme de 1989, L. A. Takedown (visto en nuestro país como Corrupción en Los Angeles), cuyo duelo de caracteres visiblemente inspirado en el cine de Melville resultaba mucho más convincente gracias a estar interpretado por actores televisivos como Scott Plank, en la piel del sargento de policía, y Alex McArthur, como el decidido ladrón de bancos, en lugar de por superestrellas de Hollywood. Sea como fuere, Juego de ladrones ha fagocitado con suficiente energía y convicción, especialmente en sus espectaculares coreografías de robos y tiroteos, un estilo que, en realidad, no es exclusivo de Michael Mann, aunque fuera este quien lo popularizara en gran medida, tanto en sus largometrajes como a través de su espléndida y a menudo incomprendida serie de culto Miami Vice, verdadero catálogo del neo-noir posmoderno de los 80.



El film noir clásico de los años 40 y 50 encontró en 'La jungla de asfalto' de John Huston una de las cumbres del hold up
Y es que Gudegast, basándose frontalmente en Heat, oculta así una serie de influencias que remiten a otros autores y piezas fundamentales del hold up de finales del siglo pasado. Por ejemplo, la trepidante escena en la que O´Shea Jackson Jr., como el conductor elegido para el golpe, muestra sus virtudes al volante poniendo los congojos de corbata al mismísimo Pablo Schreiber tiene como referente directo una escena similar en la seminal Driver (1978) de Walter Hill, que llevaba su inspiración en el modelo francés al extremo de contar con una joven Isabelle Adjani como protagonista femenina. Por supuesto, la radiación de fondo corresponde a la influencia de uno de los grandes renovadores del neo-noir, William Friedkin, especialmente de su French Connection (1971), pero más aún si cabe de su épica saga en idéntico escenario urbano Vivir y morir en L. A. (1985), que suscitaría cierto resentimiento entre Friedkin y Mann, el primero de los cuales siempre ha considerado al segundo como "ese chico que quiere hacer las mismas películas que yo", mientras Mann le acusara de imitar, precisamente, su gran éxito televisivo en la película protagonizada por William Petersen y Willem Dafoe. Por supuesto, ambos tenían razón. Al fin y al cabo, Friedkin fue el primero, pero Mann también reúne méritos propios más que suficientes, como demuestra su debut con Ladrón (1981), que a su vez compartía autores de banda sonora -Tangerine Dream- con Carga maldita (1977) de Friedkin, y es sin duda otro referente más para Juego de ladrones.



Esta nueva muestra de "atraco perfecto", que añade a la ecuación un toque de Sospechosos habituales (1995) y recuerda también a otros clásicos de la misma década como Le llaman Bodhi (1991) de Kathryn Bigelow, funciona casi al cien por cien, pese a una duración un tanto dilatada y algunas pinceladas sobre la vida personal de los protagonistas quizá innecesarias. Sus protagonistas, tanto Gerald Butler en el papel del brutal, sarcástico y tirando a desgreñado policía al frente de su equipo, como el impresionante Pablo Schreiber a la cabeza de un no menos impresionante grupo de asaltantes paramilitar, cumplen sin esfuerzo, llenando la pantalla de músculos, virilidad desatada y proyectiles imparables, mientras las escenas clave de asalto, robo, persecución y combate en la jungla urbana angelina están coreografiadas, rodadas y rematadas con profesionalidad y perfección dignas de sus personajes. La escasa y oportuna banda sonora musical de Cliff Martinez, compositor habitual de otro nostálgico del neo-noir y del polar como es Nicolas Winding Refn, refuerza la impresión de austeridad y frialdad propia del género, que el sonido de los disparos hace estallar en siempre agradecida orgía de acción y violencia.



French Connection, de William Friedkin

No es sorprendente que, mientras Juego de ladrones ha sido recibida fríamente por la crítica estadounidense, el público se haya volcado en ella. Como le ocurre a los propios Estados Unidos, mientras la élite hollywoodiense predica corrección política a los cuatro vientos y exige al cine personajes sensibles, femeninos a ser posible y concienciados siempre de problemáticas sociales y grandes causas morales, los espectadores de a pie, tanto nuevos como algunos cinéfagos que ya peinamos canas, quieren también las viejas, buenas y sencillas historias de acción, confrontación masculina y emoción pura de toda la vida, que proporcionan un entretenimiento inteligente y una catarsis justa y necesaria. Al tiempo que los Oscar premian la sensibilidad quizá excesivamente correcta de films como La forma del agua, la taquilla premia nuevas tormentas de testosterona y óperas violentas nostálgicas de los 70 y 80 como El justiciero (2018) de Eli Roth o ésta muy disfrutable Juego de ladrones, de la que ya se proyecta una secuela. Que cada cual saque sus propias conclusiones.