Una imagen de la película, con Bruna Ganz en el centro
La película de Matti Geschonneck, basada en el best-seller de Eugen Ruge, brilla en la excelente construcción de personajes y tiene la virtud de construir un mundo y hacerlo verosímil. Un pletórico Bruno Ganz se convierte en el centro del filme con su carisma.
Cuenta esta buena película la decadencia de todo un imperio, no muy largo porque en muchos casos no llegó ni a los 50 años, pero desde luego un tiempo que fue mucho más que suficiente como para marcar a varias generaciones. Una época de totalitarismo en la que el cine reciente parece cada vez más interesado como hemos podido ver en filmes tan dispares como los recientes La muerte de Stalin (2017), de Armando Iannucci, o Sergio y Sergei, de Ernesto Daranas, recién llegada a las salas. Películas que nos muestran con más o menos acierto (la mejor es la desternillante comedia de Iannucci) la catástrofe que supuso el comunismo allí donde prosperó.
En tiempos de luz menguante (el título, un tanto pomposo, hace referencia a la estación otoñal) sucede en ese 1989 en el que cayó el Muro de Berlín y arrancó la rápida descomposición del bloque soviético. Sucede durante el 90 cumpleaños de un jerarca del régimen (Ganz) que se dispone a recibir los honores habituales en el que intuye que será su último aniversario. A partir de aquí, no solo descubrimos la granítica personalidad del nonagenario, un hombre acostumbrado a mandar, generoso y con la rigidez de los fanáticos, también su tensa relación con su esposa (lo mejor de la función), la "traición" del sobrino que huye ese mismo día al Oeste o el entorno de halagos y peloteo que lo rodea.
Lo mejor de En tiempos de luz menguante, y no es poco, es la excelente construcción de personajes. Ese Ganz que cuando le regalan flores ordena a la criada que "lleve las verduras al cementerio" brilla por encima de todos los demás, pero hay emoción en esa esposa que "ojalá hubiera vivido de otra manera" o en esa madre "programada para ser una ciudadana de la Unión Soviética" cuyo mundo se desmorona cuando su hijo los abandona por el enemigo. Es cine clásico en todos sus puntos, con una cuidada y exquisita puesta en escena, un ritmo pausado y canónico y un punto de partida modélico. En tiempos de luz menguante tiene la virtud de construir un mundo y hacerlo verosímil. Y de reflejarlo un segundo antes de que desparezca para siempre, que es un momento apasionante.
@juansarda