La inquietante Milly Shapiro en Hereditary
Hereditary es el nuevo terror que llega de Sundance, un festival en el que se ha destapado un cine indie que intenta combinar el escalofrío con la cinefilia. Ahora se estrena en nuestro país la ópera prima de Ari Aster con Toni Collette y Gabriel Byrne.
Este público se siente atraído por la pátina de cinefilia y seriedad que trasciende de estos filmes, donde lo sobrenatural y los mecanismos asustantes clásicos del terror están generalmente puestos al servicio de guiones y de personajes en teoría más elaborados y profundos. Juegan constantemente con referencias intertextuales, homenajes explícitos y mensajes más o menos implícitos, donde lo metafórico colisiona a veces con lo literal, dejando poco espacio a la apropiación o la interpretación del espectador, pero incidiendo en formas y contenidos procedentes de otros géneros como el drama, la soap opera o el comentario social. Esa es, en gran medida, la apuesta de Hereditary, ópera prima de su director, Ari Aster, que ha despertado ya una imparable oleada de elogios, muchos de ellos merecidos, entre críticos y espectadores.
Hereditary se asienta de forma contundente en los pilares de este nuevo cine de terror indie, que lo son tanto desde el punto de vista formal y estético como narrativo y argumental. Si su historia de horror se cuece lentamente pero de forma estilosa y atmosférica, en realidad está directamente emparentada con temáticas clásicas del género como la paranoia satánica y la maldición familiar, sin que Aster se prive de acumular todos los tópicos que les son propios y que no estarían en absoluto fuera de lugar en una película de exploitation de los años 70 u 80.
La diferencia estriba, por supuesto, en que Hereditary se desmarca voluntaria y rotundamente de esta tradición de Serie B, por una parte en su discurso visual y, por otra, en su escritura de personajes y situaciones. Como si la herencia de que nos habla la película no fuera sólo la de los siniestros esqueletos ocultos y ocultistas de la familia protagonista, sino también la de los cineastas a quienes parece invocar su director, el espectro del Stanley Kubrick de El resplandor planea sobre su puesta en escena geométrica y cuidadosamente diseñada, sobre sus planos dispuestos como las habitaciones en miniatura que crea el personaje interpretado por Toni Collette, y por sus estilizados travellings, mientras que la dosificación de pistas, la ambigüedad entre fantasía psicótica y realidad sobrenatural y su progresivo deslizamiento a la paranoia remiten inevitablemente al Polanski de La semilla del diablo. Sin duda dos títulos seminales en la historia del género cuya influencia sobre Aster resulta evidente, hasta el punto de no estar su dramaturgia lejos tampoco de la de un director limítrofe como Yorgos Lanthimos, con cuya El sacrificio de un ciervo sagrado comparte más de un aspecto, no solo su común obsesión geométrica sino también su nada casual alusión a la Tragedia Griega como elemento que informa el devenir de sus personajes, víctimas de un destino inapelable.La historia de Aster está directamente emparentada con temáticas clásicas como la paranoia satánica y la maldición familiar
Neoclasicismo extremo
Construida con la misma ‘kubrickiana' simetría de sus decorados, la estructura narrativa de Hereditary es también de un neoclasicismo extremo: tres actos perfectamente definidos, marcados por inesperados giros de guion que hasta cierto punto no lo son tanto, precisamente por la matemática precisión con que han sido dispuestos. De El resplandor asume también Ari Aster esa extrañeza casi abstracta y metafísica que impregna tanto su estilo narrativo como su dirección de actores, con el curioso resultado de crear una situación de anormalidad constante, que parece contradecir la ley del género según la cual el miedo nace de la intromisión de lo fantástico en lo cotidiano. Valiéndose de una cotidianeidad retratada con mirada alienígena y de unos personajes igualmente alienados, entre los que destaca la presencia física de Milly Shapiro, portadora de otredad en sí misma, lo que plasma Aster es un perpetuo unheilich freudiano. Asistimos a un extrañamiento omnipresente, un incómodo y continuo sentido de lo siniestro derivado de situaciones aparentemente normales pero siempre distanciadas levemente por el ojo de la cámara, por el encuadre y el montaje, de esa misma normalidad que parecen representar. Quizá sea éste el mayor acierto de un filme que, pese a sus altibajos en el ritmo y su algo excesiva duración, consigue mantener siempre al espectador inquieto y desasosegado en virtud de su mirada cinematográfica ajena, fría y alienante.De hecho, cuando Hereditary hace aguas es cuando rinde excesiva pleitesía a los elementos dramáticos de la historia y al retrato psicológico de sus personajes, especialmente gracias a una Toni Collette cuya pluscuamperfecta personificación de la angustia y el dolor bordea la sobreactuación, en agudo y sin duda rebuscado contraste con la contención de Gabriel Byrne. El retrato del duelo y la lucha para asumirlo que ofrece la protagonista lastra el segundo acto, desviando nuestra atención en direcciones innecesarias. Aquí aparece claramente el débito que este nuevo terror indie debe pagar a su nuevo público: uno que quiere a toda costa profundidad dramática, interpretaciones virtuosas, personajes bien escritos... En lugar de sustos, imágenes perturbadoras y horrores sin cuento. Es la sobreescritura tanto visual como argumental, el exceso de autoría y referencialidad, que todas las alusiones y todos los guiños posean un sentido e incluso que el juego de romper los tópicos se ponga a sí mismo en evidencia de forma inevitable para el ojo entrenado (la sustitución de la final girl por un final boy), lo que infla de pretensiones una trama clásica y en cierto sentido en el mejor pulp.
Porque lo que eleva a Hereditary de su condición de terror un tanto hípster y narrativamente sobredimensionado es su virtuosa apoteosis final, que encaja espléndidamente, con vértigo onírico y potencia icónica, con el inquietante primer acto, consiguiendo un clímax al tiempo asustante y fascinador, clásico y moderno, elegantemente splatter y visualmente potente, que en verdad responde a la más vieja y bastarda herencia del mejor género de horror.