La revolución silenciosa

Lars Kraume narra, con exceso de academicismo pero con buenas trazas narrativas, la historia de unos estudiantes que, en la Alemania del Este, deciden guardar silencio para apoyar la revolución del pueblo húngaro, aplastada por los tanques rusos.

El cine alemán reciente muestra un interés creciente por la etapa comunista. Fue en 2006 cuando La vida de los otros, dirigida por Florian Henckel Von Donnersmarck, destapó las miserias de un sistema totalitario que solo sabía sobrevivir mediante una represión feroz que consistía en el más vil de las formas de proceder: la vigilancia de los unos sobre los otros para comprometer a todo el mundo y tenerlo atrapado de por vida. Las guerras crean héroes, pero también traidores, y regímenes como el de la Alemania del Este perpetuaron ese estado de paranoia bélica para justificar una brutal conquista de la esfera íntima de sus ciudadanos, que pasaban a ser todos presuntos culpables y sospechosos naturales de crímenes inventados o imaginados. Es lo que cuenta, con un exceso de academicismo pero buenas trazas narrativas, la película La revolución silenciosa, del cineasta Lars Kraume, en la que se narra la historia real de unos alumnos que en los años 50 se rebelaron contra el gobierno para pagar un alto precio por ello.



La acción transcurre en 1956 cuando una revolución que exige democracia es aplastada por los tanques rusos en Hungría. Unos estudiantes de la Alemania del Este, pertenecientes a una escuela de elite para los más inteligentes, deciden hacer un minuto de silencio para apoyar a los húngaros. No son "pérfidos capitalistas" sino lo contrario, convencidos socialistas que creen que el sistema necesita una corrección. Lo que no esperan los comprometidos estudiantes es que el régimen no va a permitir ni el menor rastro de disidencia y, para derrotarla, están dispuestos, literalmente, a cualquier cosa. En la mejor secuencia de la película, aquella en la que la voluntad de uno de los alumnos se acaba doblegando después de una maniobra de tortura psicológica de una barbarie difícil de describir, vemos en todo su esplendor la forma en que el totalitarismo acaba invadiendo cada rendija de privacidad y de dignidad convirtiendo a los seres humanos en meros instrumentos para la consecución de fines mayores.



Lars Kraume alcanzó el éxito internacional hace no mucho con El caso Fritz Bauer (2015), en la que con el mismo estilo sólido y algo falto de imaginación que en esta película narraba la persecución de un criminal nazi acusado de crímenes de guerra. Las heridas de Alemania vuelven a ser la clave en este filme. "Mostramos a personas normales comportarse de manera extraordinaria para, de alguna manera, conseguir cambiar el mundo", explica el director. "Me resulta muy inspirador mostrar a personas reales con sus contradicciones igual que sus antagonistas". Sin embargo, y a pesar de lo espantoso que debió de ser no solo el episodio que cuenta sino la represión comunista, es precisamente una cierta caricaturización maniquea de la situación lo que le da a la película una "intención" demasiado clara desde el principio que le resta fuerza dramática.



@juansarda