Barbarella en la escena final del cómic de Forest
El año 1968 fue un año feliz para la ciencia ficción en el cine donde alcanzó por vez primera la relevancia que el género merecía. Títulos como 2001 de Kubrick o El planeta de los simios de Schaffner sorprendieron a público y crítica con su complejidad, partiendo de autores como Arthur C. Clarke o Pierre Boulle... pero fue Barbarella la que provocó un terremoto que todavía hoy hace temblar el mundo. Con ella llegó el escándalo.
Finalmente, el productor Dino de Laurentiis, cuyo ojo experto había descubierto las posibilidades comerciales del cómic en la pantalla (ese mismo año adaptaría también el popular fumetto nero italiano Diabolik, con Mario Bava como director), puso el proyecto de una Barbarella cinematográfica en manos de Roger Vadim, suerte de prófugo de la Nouvelle Vague de felices tendencias erotómanas, especialmente apropiado teniendo en cuenta que había sido el "descubridor" de la mismísima Brigitte Bardot, en cuyos rasgos y figura se inspirara Forest para dibujar su personaje. Sin embargo, el primer disgusto llegaría cuando Vadim, que ahora formaba pareja con la americana Jane Fonda, decidiera dar a ésta el papel protagonista, pese a las protestas de los fans. En cualquier caso, la película acabaría adaptando con notable fidelidad las ocho primeras aventuras del personaje, una suerte de súper-agente espacial al servicio de la Tierra, encargada de averiguar qué ha ocurrido con el científico Durand Durand (pronúnciese Duran Duran, sí, como el grupo, nada es casual), inventor de un poderoso rayo positrónico, misteriosamente desaparecido en el sistema planetario Tau Ceti. En su misión, Barbarella se enfrentará no sólo al traidor Duran Duran, divertido Milo O´Shea, sino también a la bella y perversa Reina Negra, fantástica Anita Pallenberg, con la ayuda de Pygar, el Ángel Ciego, interpretado por el hierático y bello John Phillip Law, y con la del ingenuo revolucionario Dildano, desopilante David Hemmings. Con un guion en el que participara el escritor americano Terry Southern, un diseño de producción supervisado por el propio Forest, colores y decorados psicodélicos, música no menos psicodélica, vestuario diseñado por Paco Rabanne y unos títulos de crédito con Jane Fonda haciendo striptease en gravedad cero, el éxito y el escándalo estaban más que asegurados, por mucho que la crítica "seria" y el sector más conservador del público cargaran contra ella durante décadas, inasequibles al desaliento. Gustara o no, había nacido un mito del pop y una película de culto.
Dos pósters de Barbarella
Sin embargo, a Barbarella, película y creación, le llovían insultos y descrédito desde todos los rincones del ring. Si por un lado se presentaba como heroína feminista de un género típicamente masculino, sus armas seguían siendo la seducción, el sexo, la (falsa) ingenuidad, la belleza y la manipulación. Es decir: lo que el feminismo asociaba (y asocia) con el estereotipo femenino construido por la cultura heteropatriarcal hegemónica, algo que unido al hecho de que el personaje fuera fruto de la imaginación de un hombre, Jean-Claude Forest, y la película obra de otro, Roger Vadim, ambos seguidores de la gran tradición libertina francesa, descalificaba para el movimiento feminista un producto bajo su punto de vista capcioso y sexista, concebido desde una visión falologocéntrica de la mujer, que traicionaba al convertirla en heroína de sus fantasías características. La propia Jane Fonda, bien conocida por su activismo, renegaría durante años del filme, culpando a su entonces pareja y director de haberla manipulado para protagonizarlo. En el lado opuesto de la cancha, en curiosa coincidencia como no ha dejado de señalar a menudo Camille Paglia, los sectores conservadores, religiosos y tradicionalistas, asustados ante una nueva muestra del terrorismo cultural propia de la era de la Liberación Sexual, denunciaban Barbarella como producto casi pornográfico, inmoral, que cuestionaba el papel sagrado de la mujer como madre y pareja romántica, para alabar la promiscuidad, el libertinaje y la igualdad si no la superioridad de ésta en las relaciones sexuales y de pareja. Despreciada por la crítica cinematográfica seria (esto no era ciencia ficción "buena" en el sentido que lo eran los filmes de Kubrick y Schaffner), obra de un director que traicionaba los sagrados principios de la Nouvelle Vague para entregarse a lo comercial y popular, invento pseudofeminista de un par de obsesos sexuales, Barbarella sufrió durante años el estigma de representar las decepciones, odios y traiciones de los hijos del 68, según éstos se fueron haciendo mayores, envejeciendo no demasiado bien y abandonando sus sueños e ilusiones.Barbarella en el siglo XXI
Pero, ¿qué puede aportar esta Barbarella con cincuenta años recién cumplidos al nuevo siglo y milenio? ¿Esos que se han calificado como los de La Mujer? Es tiempo ya de cuestionar algunos tópicos alrededor del personaje. Si bien es cierto que Barbarella es hija de Forest y de Vadim, dos hombres y para colmo dos franceses, ambos estaban ejerciendo, consciente e inconscientemente, de vehículos para una radical reificación cultural de la mujer y su papel en el imaginario colectivo, que por supuesto estaba más cerca de la liberación femenina que de su utilización como mero objeto sexual. Lo que hacían en realidad, al igual que ciertos autores de su tiempo como Guido Crepax, Guy Pellaert, Alain Robbe-Grillet, Claude Moliterni, Cécil Saint-Laurent, Peter O´Donnell, Jean Rollin o Jess Franco, entre otros, era proclamar abiertamente la igualdad de la mujer, construyendo una mitología pop que no sólo empoderaba a la mujer moderna sino que establecía para ella una genealogía mítica que la conectaba con arquetipos eternos. Es cierto que este empoderamiento se enfocaba fundamentalmente en lo erótico y emocional, en lo sexual y sentimental, pero era lógico que así fuera puesto que el primer lugar donde la mujer debía reestablecer sus derechos y ganar sus batallas era (y sigue siendo en parte) el imaginario erótico, donde habitualmente tenía reservado un papel secundario y hasta esclavo, por mucho que el hombre supiera (o precisamente por ello) que la realidad era otra.Escena final de la película Un ángel no tiene memoria
Hoy, en pleno siglo XXI, Barbarella se nos antoja doblemente heroica. Lo que puede aportar nada tiene que ver con los remakes nunca realizados ni con su resurrección en forma de cómic por Mike Carey y Kenan Yarar. Lo que importa es que no sólo reivindica el papel protagonista para la mujer en un género y un mundo de hombres, la ciencia ficción y la aventura espacial, sino que también reclama un feminismo femenino, libertario y sexual, en el que empoderarse a través de y utilizando también sus armas de mujer, sin la obligación de renunciar a nada e incluso mostrando alegremente su superioridad en el terreno erótico y emocional, sin por ello despreciarlo o convertirlo en anatema. Feminismo de amazona que no necesita mutilarse ni sacrificar al macho en el altar de su solipsismo o de un amor romántico burgués disfrazado de igualitarismo para superwomen, sino que reconquista por derecho lo que le es propio.
Recuperada a lo largo de los años por críticos del colectivo gay (cuando éste se ocupaba de algo más que de Gran Hermano o Eurovisión), por teóricos de la cultura pop y por feministas de otro pelaje como Camille Paglia o Lady Gaga, Barbarella tiene una misión mucho más difícil hoy que destruir a Duran Duran: restablecer el equilibrio antes de que un nuevo puritanismo encabezado por fuerzas aparentemente opuestas pero similares termine con los últimos restos de la revolución sexual y cultural de los 60 y 70. La respuesta quizá sea la que ofrece la última y maravillosa imagen del filme: el ángel ciego salvando en sus brazos tanto a la rubia y positiva Barbarella como a la morena y perversa Reina Negra, ante el asombro de la primera, a quien responde simplemente: "un ángel no tiene memoria".