Antonio de la Torre en El reino
Si hay una palabra que los españoles han oído una y otra vez a lo largo de los últimos meses es corrupción. Ha habido, y hay todavía, tanta corrupción que por momentos se puede tener la impresión de que no hay escapatoria a la pestilencia y el hedor del fraude, el robo y el abuso de poder. Es lógico y es sensato que el cine español refleje lo que está pasando, que nos permita traspasar los titulares de los periódicos y la lógica indignación para meternos de lleno en la intrahistoria de esa delincuencia que va en coche oficial y que, mientras no los pillan, copan telediarios y se mueven como si fueran los amos del universo. Todo esto lo cuenta, con trazas de muy buen cine, el director Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) en El reino, una película en la que vuelve a demostrar su talento para el tumulto y el exceso. Ambientada en una localidad costera de provincias, que podría ser la marcada Valencia pero también Murcia o incluso Santander, la película arranca con una secuencia alrededor de una mesa en la que se reúnen los políticos locales en la que Sorogoyen y su coguionista Isabel Peña demuestran su buen oído para el habla coloquial y las escenas corales. El protagonista es uno de estos políticos (al que interpreta Antonio de la Torre) que ve cómo su brillante carrera se desploma cuando es señalado como responsable de una trama de corrupción mientras sus compañeros de fechorías, algunos mucho peores que él, se libran del escarnio público y la persecución judicial. Después de una película como Que Dios nos perdone (2016), en la que veíamos un Madrid alocado y enloquecido, Sorogoyen vuelve a dar a su filme un aire de turbulencia nerviosa porque es un director que se mueve mejor en los límites. El filme está lleno de momentos memorables como esa secuencia en la que su esposa escucha en un juzgado la cantidad de dinero que su marido se gastó en un prostíbulo a costa del contribuyente o ese momento brutal en el que aparece en casa de uno de sus antiguos compinches y se monta una escena con la hija adolescente y sus amigos drogadictos. Al final uno acaba un tanto saturado después del carrusel y aunque Sorogoyen no acaba de hilar la salsa porque le falta atención al arco dramático del personaje, uno tiene la impresión de que El reino captura con rabia, talento y lo que los catalanes llamamos rauxa el momento político en el que seguimos inmersos.Laetitia Casta y Louis Garrel en Un hombre fiel