Un momento de Yuli, la nueva película de Icíar Bollaín

La directora se fija en la increíble peripecia vital del bailarín cubano Carlos Acosta, un hombre que llegó a ser primera figura del Royal Ballet de Londres después de una infancia de miseria y pobreza en las calles de La Habana.

Conocida por películas con un claro componente social como Te doy mis ojos (2003), También la lluvia (2010) o El olivo (2016), la madrileña Icíar Bollaín forma un productivo tándem con su también marido Paul Laverty, guionista habitual de sus películas. Ahora se fijan en la increíble peripecia vital del bailarín cubano Carlos Acosta, un hombre que llegó a ser primera figura del Royal Ballet de Londres después de una infancia de miseria y pobreza en las calles de La Habana. Dice la directora que es la historia de alguien "que llega" y efectivamente eso es, de la miseria más absoluta al reconocimiento mundial, la ascensión (sin caída) de Acosta es una de esas historias de superación y éxito que suelen gustar al público. Nos encontramos, pues, ante uno de los filmes más accesibles de la directora, que podría lograr un merecido éxito de taquilla con este atípico biopic.



La novedad del asunto es que Acosta, que también ha escrito la autobiografía en la que se basa la película, No Way Home, está más que vivo y a sus 45 años dirige una escuela de baile en su país porque, al contrario de lo que su padre pronosticaba, él siempre quiso volver al Caribe. Estructurada en tres tiempos, vemos primero al Acosta "real" y adulto orquestando unas coreografías en las que se reflejan algunos de los momentos más importantes de su vida. Y lo conocemos de niño, cuando se niega a ir a clases de danza a pesar de su espectacular talento natural porque considera que es de "maricones". Cobra fuerza aquí la figura de un padre despótico y amoroso que le obliga literalmente a palos a cumplir con lo que parece su futuro. Y lo conocemos de joven, cuando ya ha triunfado pero añora Cuba, a su familia y su estilo de vida.



Con un tono luminoso y vital, Bollaín nos cuenta una historia positiva sin ocultar sus luces. Lo más interesante es la relación de Acosta con su padre, ese hombre malo y bueno a la vez que perpetúa la memoria de la esclavitud en la isla. Como bien le dice en un momento del filme "cuando a un negro le ofrecen un puesto en el Royal Ballet lo agarra sin rechistar". Es la memoria sangrante de los negros cubanos que fueron sometidos y dominados por los españoles hasta el punto de que "la vida de un bebé esclavo era comparable a la de un animal". Sin cargar las tintas ni excederse con la lágrima, conocemos esa isla del "período especial" de los 90 que también nos mostró el filme de Agustí Villaronga El rey de La Habana, unos años en los que la caída de la Unión Soviética, el principal sostén económico de la isla, provocó una miseria sin límites. Y conocemos también a un bailarín de principios firmes y sentido patriotismo en una película que arrancó aplausos a su paso por el festival.



Fotograma de la peícula Alpha. Right To Kill, de Brillante Mendoza

Parte como uno de los claros favoritos el filipino Brillante Mendoza, al que conocemos por películas tan interesantes como Kinatay (2009), Lola (2009) o Ma'Rosa (2016), y que triunfa en sección oficial con un filme potente y desgarrador como Alpha. The Right to Kill, en la que nos muestra la siniestra y sanguinaria guerra contra las drogas del presidente filipino Duterte. Estamos de lleno en un mundo salvaje en el que la policía tiene derecho a matar a los delincuentes y a todo aquel que esté cerca bajo el pretexto de la lucha contra los estupefacientes. Una guerra que según algunas estimaciones ha dejado entre cinco y diez mil muertos en los tres años que lleva activa. Los protagonistas son un oficial de policía corrupto y su confidente, un chaval de las barriadas que sobrevive traficando y a base de chivatazos. Con un ritmo tenso y algunas escenas de acción vibrantes, Mendoza nos conmociona con un filme seco y duro en el que no se salva nadie y que deja una herida en el corazón.



El alemán Felix van Groeningen da el salto a Hollywood después del éxito de Alabama Monroe (2012) con la sentida Beautiful Boy, en la que refleja la trágica crisis de opiáceos que asuela Estados Unidos. Basada en las memorias del periodista cultural David Sheff, la película cuenta la odisea de un padre que lucha contra la adicción a las drogas de su hijo adolescente. Tiene la película un aire telefilmero que quizá es inevitable por el propio tema que trata, carne de película de domingo en Antena 3. Pero Groeningen logra un filme bien contado e interpretado por Steve Carell en la piel del padre sufriente y el emergente Timothée Chalamet (el joven de Call Me By Your Name) como adolescente problemático en una película donde lo más interesante es precisamente ese duelo entre un padre desesperado y un hijo que no sabe "cómo llenar el agujero negro en mi interior". Poderoso testimonio de una epidemia que está causando estragos en Estados Unidos, es cierto que Groeningen podría haber profundizado más en lo que cuenta pero también que la película refleja con sinceridad y rigor el problema.



@juansarda