Entre dos aguas
Entre dos aguas, la película con la que Lacuesta compite por el oro de San Sebastián, huye del subrayado sentimental y la épica emocional para conmovernos con un reflejo seco y melancólico de la realidad. En la sección Perlas Luis Ortega y Ciro Guerra presentan dos grandes películas: El ángel y Pajaros de guerra, respectivamente.
Si en aquel filme la mirada de una joven japonesa en busca de un medio de expresión de su dolor se convertía en el espejo en el que se reflejaba una realidad marcada por la delincuencia, la precariedad económica, la vida de porros y drogas baratas en los descampados y los sueños rotos, en su necesaria continuación, Entre dos aguas (esta vez el título lo presta Paco de Lucía), presentada esta mañana en San Sebastián, los mejores y peores augurios de esa adolescencia quebrada que vimos parecen confirmarse como si fueran una profecía. Porque algo, o mucho, de profecía tiene esta película de tintes bíblicos en la que la historia de Caín y Abel cobra un nuevo significado.
Conocemos el lugar, esa isla de San Fernando que es la imagen opuesta a la del sol y playa de la postal turística española. Un lugar de miseria y pequeña delincuencia en el que los gitanos sufren de forma aún más acusada el paro masivo de la zona. Abel es Cheíto, ha formado una familia y ha servido a la patria en el ejército con distinción en misiones en la costa africana. Ha optado por una vida burguesa y tranquila alejada de los dramas que destruyeron la infancia de ambos hermanos. El otro es Isra, al que vemos recién salido de la cárcel tratando de rehacer su vida con su familia. No lo tiene fácil, su mujer le echa de casa hasta que no encuentre un trabajo. Y si ya es difícil en Cádiz encontrar trabajo, aún lo es más para alguien con el carácter orgulloso del atractivo gitano.
El cine de Lacuesta siempre ha huido del subrayado sentimental y la épica emocional para conmovernos con un reflejo seco y melancólico de la realidad. Dice el director que no es cine social sino un "retrato", de una emoción especial para quienes recuerden a los hermanos protagonistas de niños pero igualmente evocador para quienes los descubran por primera vez. Con imágenes que destilan gran cine como el bautizo colectivo o la desolación de ese Isra que sobrevive como un salvaje en San Fernando, Entre dos aguas nos ofrece un reflejo palpitante y lleno de vida del país en el que vivimos.
Dos grandes películas latinoamericanas en la sección Perlas. La argentina El ángel, dirigida por Luis Ortega, ha arrasado en su país de origen y está producida por los Almodóvar. Está basada en la historia real de Carlos Robledo Puch, un chaval de 17 años que en los 70 mató a una docena de personas sin pestañear en sus muchos robos. Interpretada con morbosa convicción por Lorenzo Ferro, la película sigue la estela de ese cine negro americano (títulos como El enemigo público número uno, de 1934, o la mítica Bonnye and Clyde, de 1968) en la que los delincuentes actúan como espejo deformante y despiadado de los vicios de la sociedad a la que se enfrentan más que como "malos" clásicos. Muy entretenida de ver, ese efebo sanguinario es a la vez un monstruo y un beatnik, como su relación homoerótico con su compinche (un Chino Darín espléndido) parece reforzar. Sarcástica y de una sana irreverencia sin ser cínica, El ángel es cine explosivo.
Sin duda, una de las mejores películas del año es la fastuosa Pájaros de guerra, en la que Ciro Guerra demuestra pulso de maestro con un título que confirma el rotundo talento detectado en su anterior filme, el exitoso El abrazo de la serpiente (2015). Guerra codirige la película con Cristina Gallego, hasta ahora su productora, para darle la vuelta al género de narcotraficantes (tan exitoso últimamente) con una historia en la que vemos la colisión entre las ancestrales costumbres y supersticiones de una tribu india de la Guajira de Colombia cuando aparece la codicia en la forma del narcotráfico de marihuana. Versión del mito de Macbeth, es una película de mafiosos de la vieja escuela rodada de forma deslumbrante con una atención minuciosa a las costumbres de esos wayúus que pasan de vivir como lo han hecho desde hace siglos a conducir cochazos y contar fajos de billetes.
@juansarda