El Festival de Cine de Mar del Plata (Argentina) es uno de los 15 de clase A que existen en el mundo, categoría que comparte con Venecia, Cannes o San Sebastián, y el único de este nivel en toda Latinoamérica. Desde el 10 hasta el 17 de noviembre celebra su 64.ª edición y hasta allí han viajado, con la ayuda del Programa para la Internacionalización de la Cultura Española (PICE) de Acción Cultural Española (AC/E), representantes de dos películas producidas en nuestro país que se han proyectado en la sección Panorama: Mudar la piel, de Ana Schulz y Cristóbal Fernández, y La casa de Julio Iglesias, de Natalia Marín.

Las dos películas, que comenzaron este verano en Locarno su andadura por festivales, son documentales que exploran los límites del género. El largometraje Mudar la piel indaga sobre la misteriosa historia de un espía que se infiltró en la vida de Juan Gutiérrez, un negociador clave entre ETA y el Gobierno de Felipe González, abordando un tema de interés histórico desde una perspectiva intimista y autorreferencial a la vez que construye una trama de suspense. La casa de Julio Iglesias es una pieza que combina la animación experimental y el texto para contar otra insólita historia, la de un fallido proyecto urbanístico en Shanghái que pretendía imitar el estilo arquitectónico español a base de clichés y tomando como referencia la casa de Julio Iglesias en Miami.

"Cada año prestamos mucha atención al cine que se hace en España y especialmente nos interesa mucho una línea que tiene que ver con la exploración de los límites del documental, y estas dos películas pertenecen a ella", explica Cecilia Barrionuevo, programadora del Festival de Mar del Plata desde 2010 que este año ha asumido la dirección artística del festival en un momento delicado, ya que la fuerte devaluación del peso argentino ha obligado al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de Argentina, institución que financia el festival, a recortar su presupuesto. Por este motivo, el Secretario de Estado de Cultura argentino, Pablo Avelluto, fue abucheado en la gala de inauguración. No obstante, Barrionuevo asegura que la cita no ha perdido en calidad y, haciendo malabarismos, se ha ampliado incluso con nuevas secciones y actividades. Además, se ha llegado a un acuerdo para que los cines de Mar del Plata exhiban de manera gratuita las películas del festival, algo inusual en este tipo de eventos.

El mediador y el espía

Juan Gutiérrez fundó en los años 70 la primera ONG para procurar un diálogo por la paz en el País Vasco y pronto se ganó por su honestidad la confianza tanto del Gobierno de Felipe González como del entorno de ETA. Dos años después del atentado más sangriento de la banda terrorista en el Hipercor de Barcelona, el espía del CESID (hoy CNI) Roberto Flórez, haciéndose pasar por periodista de investigación, entabló amistad con Gutiérrez y se ganó su confianza hasta convertirse en su brazo derecho en el Centro de Investigación por la Paz Gernika Gogoratuz. Pero un día desapareció súbitamente de sus vidas. Años después, Gutiérrez lo identificó al verlo en el telediario como único espía del servicio secreto español condenado por traición debido a su colaboración con espías rusos.

Tráiler de Mudar la piel, de Ana Schulz y Cristóbal Fernández

Esta trama que daría para un canónico thriller policíaco adopta una forma muy distinta en este documental que indaga en la relación de amistad entre sus dos protagonistas, reanudada años después a pesar del engaño de Roberto. La película tuvo un proceso de producción atípico y largo del que participa el espectador final. Desde el comienzo de la película, esta deja ver sus tripas y las pesquisas de sus autores a medida que van tratando de darle forma y sentido, sin saber (tampoco el espectador lo sabe hasta el final) si lograrán su objetivo.

La directora Ana Schulz es la hija de Juan Gutiérrez, y durante años contó su historia en reuniones informales. Juan Barrero, amigo personal y productor de la película, ha ejercido como embajador del proyecto en Mar del Plata. Aunque ha ejercido como productor a través de su compañía Labyrint Films, considera que su labor ha sido más bien de "acompañamiento creativo": "La película ha tardado cinco años en hacerse, con los procesos de guion, rodaje y montaje abiertos a la vez. Habría sido imposible realizarla con un proceso de producción convencional".

"Tengo la sensación de que en determinados asuntos siempre se privilegia la temática sobre la mirada -opina Barrero-. En los documentales que tratan asuntos históricos suele primar la narración omnisciente que cuenta los hechos casi desde el más allá y de forma impersonal, con pretensión de una objetividad que evidentemente no existe. Para mí la importancia de Mudar la piel radica en que, además de registrar el testimonio de Juan Gutiérrez, aborda aquel periodo, sobre el que se ha hablado tanto y de manera tan parcial y prejuiciosa, con una óptica estrictamente íntima, desde la propia experiencia". Según el productor, ese enfoque permite que el espectador llegue a sus propias conclusiones, estableciendo con él "una relación más abierta, más horizontal y menos impositiva".

Barrero opina también que la película contribuye a poner en valor la figura de los mediadores en conflictos: "Los servicios de inteligencia guardan con celo la labor de estos mediadores, que permanece muchas veces en el anonimato porque los Estados no quieren que digan todo lo que saben", dice el productor. "Juan es muy especial en ese sentido, porque siempre ha mantenido un canal de comunicación abierto con la sociedad y ha difundido lo que significa la paz y la mira con una perspectiva nada naif, menos idealizada pero más práctica".

Tras Locarno y antes de Mar del Plata, Mudar la piel fue una de las películas inaugurales del Festival de San Sebastián, un escenario especialmente significativo por el tema que trata. "Nos enfrentamos al estreno allí con cierto pudor, sin embargo hubo una reacción positiva unánime del público. El Kursaal estaba hasta arriba y todo el mundo se puso en pie y le dio un aplauso larguísimo. Había de todo: gente mayor, abertzales, policías… Fue una catarsis colectiva y se puso de manifiesto la voluntad de resolver y curar heridas, aunque hacerlo no sea fácil". La película también ha estado o estará próximamente en festivales de Italia, Reino Unido, Chile, Colombia, México, y en otras citas relacionadas con los derechos humanos. Además Movistar Plus ha adquirido los derechos para emitirla en 2019.

Una España fallida en las afueras de Shanghái

Natalia Marín, miembro del colectivo de cineastas Los Hijos, presenta en Mar del Plata La casa de Julio Iglesias, un documental de 12 minutos que narra una curiosa historia ocurrida en los albores del siglo XXI con China y España como protagonistas. A caballo entre el cine y el videoarte, la autora (que siente que no encaja en ninguna de las dos disciplinas) lo hace sin usar ni una sola imagen captada con una cámara, sino con imágenes sintéticas que no tienen nada que ver con la historia que narran la voz en off y el texto que aparece en pantalla, y que es la siguiente: En 2001, las autoridades de Shanghái decidieron construir nueve barrios periféricos para aliviar la congestión demográfica de la ciudad. Cada uno de ellos seguiría el estilo arquitectónico de un país diferente, y entre ellos estaba España. El problema es que los arquitectos chinos encargados del proyecto no tenían ni idea de cómo era una casa española. "Pensaron que España era Julio Iglesias", explica Marín. Así que al principio se inspiraron en su casa de Miami, una mansión de 4.000 metros cuadrados. Después, invitados a Madrid, los responsables del proyecto descubrieron que el estilo español era otra cosa: el Escorial. Todo el plan urbanístico fue un desastre y los nueve barrios de estilo europeo son hoy ciudades fantasma. "Paradójicamente, aunque fracasaron en su intento por imitar el estilo español, consiguieron reproducir sin pretenderlo la España de la burbuja inmobiliaria, con miles de viviendas donde no vive nadie", señala la directora.

Cara a cara, valor añadido

Barrero, Marín y Barrionuevo coinciden en que supone un gran valor añadido el hecho de que las películas sean presentadas en los festivales por sus propios creadores. "Nuestra película podría viajar a los festivales sin la colaboración de Acción Cultural Española, pero quedaría un poco huérfana sin nuestra presencia. No podríamos participar en los foros y los debates e intercambiar opiniones con el público ni explicar su contexto, algo fundamental en Mudar la piel", señala Barrero. A Marín estos encuentros le permiten hacerse preguntas sobre su propia obra que nunca se había planteado, además de "estar en contacto con otros directores, algo imprescindible para entender qué está pasando, por dónde va el cine contemporáneo". Y aunque considera que la hiperconectividad de internet permite a los programadores descubrir el trabajo de autores de cualquier rincón del planeta (especialmente a través de la plataforma Vimeo en el caso del audiovisual), encontrarse cara a cara es siempre enriquecedor.

Por su parte, Cecilia Barrionuevo, que además de su relación con Acción Cultural en su década larga en el equipo del Festival de Mar del Plata también ha participado en PICE como programadora invitada del (S8), la Mostra de Cinema Periférico de La Coruña en 2017, destaca la importancia de estos acuerdos institucionales para facilitar el tránsito de creadores entre países. Gracias a los contactos establecidos en el festival coruñés conoció la existencia de Mudar la piel y más tarde pudo ver la película en Locarno. También allí visionó La casa de Julio Iglesias, aunque a Natalia Marín ya la conocía de una edición anterior del Festival de Mar del Plata que dedicó una retrospectiva al colectivo Los Hijos. "Es muy importante que las instituciones se involucren en las relaciones creativas entre países, especialmente en el caso de Argentina y España, que tienen tantos lazos en común", concluye la programadora.

@FDQuijano