En 1966, un oscuro episodio criminal aterrorizó a la boyante sociedad japonesa de la época. Los protagonistas del suceso eran una familia que vivía a costa de chantajear a conductores fingiendo que su hijo de 10 años había sido atropellado. Un negocio sórdido y muy peligroso que acabó con la muerte del niño y que sirvió a Nagisa Oshima (Kioto, 1932–Fujisawa, 2013) como inspiración para rodar una de sus películas más memorables, El muchacho, ganadora de la Espiga de Oro en el Festival de Valladolid de 1969. Con un tono cercano al documental, Oshima mostraba la miseria moral de la pareja de delincuentes, pero también la avaricia de una sociedad que olvidaba rápidamente sus valores tradicionales.
El mismo suceso le ha servido a Hirokazu Kore–eda (Tokio, 1962) como inspiración para Un asunto de familia, película con la que ha ganado la Palma de Oro en Cannes este año. Estamos ante la joya de una trayectoria sublime que explotó en occidente con su cuarto filme de ficción, Nadie sabe (2004), la historia de unos niños abandonados por su madre que disimulan su desamparo para no ser encerrados en un orfanato. En Un asunto de familia, Kore–eda crea un filme trágico sobre unos seres que viven juntos porque nadie más les quiere. Los delincuentes no son tan malvados como en el filme de Oshima, mucho más apegado a la realidad del suceso, y sobreviven a base de pequeños hurtos. Son personajes de los que “nadie sabe” o “invisibles”, como apunta el director.
Pregunta. ¿Con Un asunto de familia quería seguir indagando en ese pánico al abandono que sentía de niño?
Respuesta. Hay un factor autobiográfico en todas mis películas. Incluso en ésta hay elementos muy personales. De todos modos, nunca pierdo de vista que estoy haciendo una película. Debes tomar distancia para tener una mirada objetiva y crear algo que resulte interesante para el público.
P. ¿Se considera pesimista?
R. Es posible que en el fondo lo sea. En cualquier caso, no quiero que ese pesimismo se traslade a mis filmes. No me gustaría que el público saliese del cine pensando que el mundo es un lugar miserable en el que no vale la pena vivir.
Kore–eda es el cineasta japonés más importante de su generación, el hombre al que siempre comparan con Ozu por su maestría para describir el mundo familiar, aunque él reniega de una influencia ciertamente lejana. Gracias a filmes como Still Walking (2008), Milagro (2011) o De tal padre, tal hijo (2013) se ha convertido en un director aclamadísimo por la sensibilidad con la que retrata emociones que tienen que ver con la fragilidad humana. Las películas del japonés, más cercano en realidad a Mizoguchi por su capacidad de penetración psicológica o a Kurosawa por su radical humanismo, viajan a lo más profundo. Hablan del miedo a la incomprensión y a la soledad, de la necesidad de afecto y de la dificultad para expresarlo, tocando las cuerdas del corazón como un violinista. Su cine conmueve porque apunta a lo que nos define y mantenemos en secreto.
P. En De tal padre, tal hijo una pareja vive una encrucijada entre el vástago que han adoptado y el biológico. Un asunto de familia sigue siendo una reflexión sobre los lazos afectivos...
R. En De tal padre, tal hijo mi intención era crear un dilema entre la consanguinidad y la relación afectiva. Me preguntaba cuál de las dos es más importante a la hora de definir una familia. En cambio, en esta película me planteo cómo se forma una nueva familia. Para mí esa cuestión no está clara. En Japón tampoco existe un consenso claro sobre lo que es o deja de ser una familia. He querido que en la película queden reflejados todos los puntos de vista.
P. ¿Y cuál es el suyo?
R. Creo que sería muy arrogante por mi parte dar una respuesta definitiva. Ahora soy padre de una familia en la que sí existe una relación de consanguinidad. Lo que pasa es que me repito a mí mismo que no es suficiente con que exista ese parentesco. Tienes que poner mucho de tu parte para que se forme una familia.
Emociones, miedos, ilusiones...
Kore–eda es un cineasta hiperactivo que termina un título nuevo cada año y que disfruta de gran éxito comercial en nuestro país, donde tiene una legión de seguidores. El maestro corresponde fielmente a ese fervor visitando todos los años el Festival de San Sebastián para presentar su nuevo estreno. La suya, como saben sus incondicionales, es una mirada marcada por una especial sensibilidad para captar las emociones, los miedos y las ilusiones de los niños. Un asunto de familia es su summa poética. El filme despliega su talento para la dirección de actores y la puesta en escena y el espectador asiste hipnotizado a las vicisitudes de la familia protagonista.
P. Se aprecia una cierta ambigüedad en la historia. ¿Quería que no todo fuera malo?
R. Insistí mucho al director de fotografía en que el retrato de esa familia tan pobre tuviera puntos de belleza. La idea que yo quería mostrar es que ese nucleo es para las personas que comparten la casa una especie de red salvavidas que les impide caer todavía más bajo. Son personas que están en una mala situación pero, gracias a que están juntos, no van a peor. Hay una imagen de un cuento para niños que me inspiró para esta película. Muestra a muchos pececitos dispersos, pero cuando aparecen juntos como un bloque se pueden enfrentar mejor al entorno. La idea era presentar a esta familia como estos peces.
Personajes invisibles
En la película, la pareja protagonista, una especie de Bonnie and Clyde de aspecto descuidado, secuestran a una niña maltratada por sus padres para utilizarla en sus hurtos. La gran audacia del filme es que hay una ambigüedad manifiesta en la historia porque esos delincuentes sienten verdadero afecto por los niños a los que explotan. Si hay grados dentro del horror, les dan una vida mejor.
P. Vemos un Japón desconocido para los occidentales, quienes lo ven como un país rico y desarrollado. ¿Es una nación con graves problemas sociales que no vemos?
R. Es algo que sucede en todos los países ricos. Creo que hay una palabra que describe bien la situación de estas personas y es la invisibilidad. Es un drama que se desarrolla a ojos del mundo, pero nadie quiere verlo. Son personas invisibles para el sistema pero también para nosotros, los ciudadanos comunes. Nadie se toma tiempo en fijarse en lo que les sucede a los más vulnerables de la sociedad. Por otra parte, no pretendo decir que esto sea la realidad de Japón. Tampoco tengo intención de hacer una denuncia social. Lo que sí es cierto es que, quizá en los últimos veinte años, mi país dedica menos esfuerzo a la educación. Ha habido recortes y también tenemos un sistema asfixiado porque las personas cada vez viven más años y el gasto en pensiones es enorme. La problemática social y la situación de la infancia ha empeorado como consecuencia de ello.
Quizá debido a esa pulcra educación de los japoneses, Kore–eda se toma la molestia de reflexionar antes de contestar a las preguntas, como si fuera la primera vez que se las formulan. Hombre tranquilo y cordial, hasta la fecha solo le alteraban las cuestiones sobre su afición a los dramas familiares. Ahora se lo toma con humor. Eso sí, su próximo filme, rodado en Francia, ¡es un drama familiar!
Cabe decir en su “defensa” que es cierto que Kore–eda no solo ha rodado dramas familiares. Ha probado otros géneros, aunque tampoco sean muchos. Su debut, Maboroshi (1995) ya trataba sobre la tragedia de una madre y un hijo después del suicidio del padre. Los buscadores de rarezas en su filmografía destacan Hana (2006), una película de samuráis –en la que, de todos modos, abordaba la venganza de un joven por la muerte de su padre–, o Air Doll (2009), una adaptación de un manga que, sin embargo, no fue su mayor éxito. Su película francesa, por cierto, se llama La verité, y acaba de terminar su rodaje. Tiene como protagonistas a Juliette Binoche, Ethan Hawke y Catherine Deneuve.
Metáforas religiosas
P. ¿Tiene la sensación de que en Europa se produce aquello que Sofia Coppola llamó ‘Lost in Translation’? ¿Nos perdemos sutilezas fundamentales en sus filmes?
R. Creo que para los extranjeros resulta sorprendente el altar familiar budista que aparece en las casas. Ese es un concepto diferente al del Dios cristiano porque es un altar en el que se reza a los antepasados. Cuando viajo siempre me pregunto si la gente lo entiende. La parte más difícil en general creo que tiene que ver con la religión. Para los japoneses, las metáforas religiosas de las películas occidentales pasan desapercibidas y lo mismo sucede al revés. Hay cosas que metes de una manera inconsciente porque las tienes totalmente interiorizadas, pero no sé si fuera de mi país se entienden. Estoy muy contento con la acogida de mis películas en Occidente así que creo que el público entiende lo esencial.
P. ¿Cuáles han sido sus referentes a la hora de dirigir Un asunto de familia?
R. El director que más me ha inspirado es Oshima, concretamente la película El muchacho (1969). A la hora de retratar familias el director que más me ha influido ha sido Naruse (Tokio, 1905–1969). En lo que respecta al cine internacional, yo mencionaría a Ken Loach, el taiwanés Hou Hsiao–Hsien o el coreano Lee Chang–Dong.