Un momento de Juliet desnuda

Los lectores de Nick Hornby (Surrey, Gran Bretaña, 1957) conocen a sus desconsolados y perdidos personajes. Suelen ser hombres como mínimo en la treintena con serias dificultades para afrontar su madurez. Y suelen estar obsesionados con la música moderna como vimos en su obra más conocida, Alta fidelidad (1995), adaptada al cine por Stephen Frears en 2000 con gran éxito. En Juliet, desnuda, nueva película basada en una de sus obras, dirigida por Jesse Peretz, sale todo Hornby y asistimos al proceso de destrucción y construcción de una nueva vida de una aburrida pareja de cuarentones de la provincia británica que después de años de relación son incapaces de encontrar algún motivo para seguirse amando.



Él es un fanático del rock (interpretado por Chris O'Dowd) tirando a mezquino que está obsesionado con una vieja estrella en horas bajas (a la que da vida Ethan Hawke) y ella una empleada municipal (Rose Byrne) bloqueda por una relación que no funciona y un futuro más bien gris. En este panorama, aparece el susodicho Hawke, una rock star en horas bajas con una vida personal complicada debido a sus muchas relaciones afectivas y consiguientes hijos dispersos por el mundo.



El romance entre la apocada Byrne y el rutilante músico parece cosa de ciencia ficción pero ambos desarrollan primero una intensa relación por el chat para acto seguido conocerse en persona y, contra todo pronóstico, enamorarse. Cosa que es suficiente para que el descuidado e infiel marido descubra de repente que su mujer quizá no está tan mal porque ya se sabe que las cosas nos gustan más cuando nos las quitan. Todo ello, con un amable tono de comedia romántica en el que se contrapone la formalidad de ella con las dificultades de él para superar un pasado turbulento marcado por el abandono de las responsabilidades familiares.



Sátira amable de la burguesía de provincias y las complicadas relaciones familiares de la modernidad, Juliet, desnuda es una película tan fácil de ver como de olvidar. Lo mejor de la función es ver al propio Hawke divertirse con su personaje de cincuentón destartalado y todo lo demás resulta tan predecible como intachable. En la película pasa todo lo que tiene que pasar o lo que uno se imagina que va a pasar y la gracia está en ver a esos personajes patosos que nunca hacen ni dicen lo que deben en los que es experto Hornby. Y así, de anécdota en anécdota, transcurre una película demasiado correcta a la que le falta soltarse alguna vez el pelo.







@juansarda