Nabil Ayouch
El cineasta marroquí estrena Razzia, una visión caleidoscópica de la sociedad de Casablanca que va desde el machismo de las clases altas hasta los sueños de éxito de un joven que quiere ser rockero.
Pregunta.- ¿Quería reflejar un mundo que se está volviendo cada vez más violento?
Respuesta.- Totalmente. Es una película crítica pero no solo es sobre Marruecos, muchas de las cosas sobre las que hablo podrían ser aplicadas a muchas partes. Lo relacionamos con la sociedad marroquí pero estamos en un momento en el que la violencia está comenzando a ser vista como una forma de reivindicación política. En el caso de mi país, vemos que persisten graves problemas a la hora de aceptar la diferencia ya sea religiosa, sexual o cultural. Y vemos también el problema del lugar de la mujer en la sociedad. Esto ha llevado a que haya una falta de esperanza generalizada. Todo ello tiene su origen en esa "arabización" de la educación en los 80, que fue catastrófica. Aunque insisto, veo que esa falta de horizonte también existe en Occidente. En Francia lo acabamos de ver con los "chalecos amarillos".
P.- Por lo que vemos esa "arabización" se impuso solo a los humildes porque la clase alta habla en francés. ¿Es el idioma la forma definitiva de separación social de Marruecos?
R.- Es una paradoja. Marruecos es el país de las paradojas. Efectivamente, los pobres hablan en árabe y los ricos en francés. Cuando arrancó esa política de arabización en los 60 la idea era crear una identidad marroquí imponiendo a todo el mundo la lengua clásica árabe. Esa no es nuestra lengua, nuestro idioma es el marroquí. Es como si en Europa volvierais al latín. La identidad marroquí es muy rica, no solo comprende a los árabes musulmanes, también hay judíos, cristianos… Esa mezcla hace de Marruecos lo que es y con esa política hubo una pérdida enorme. Otro problema es que los jóvenes no hablan bien ni marroquí ni árabe y tampoco se les enseña lenguas extranjeras con lo cual cuando van a la universidad están perdidos, porque allí se habla mucho en francés. La batalla de la lengua da muchas ideas de cómo es la sociedad marroquí.
P.- ¿Hay un conflicto de gran crudeza entre conservadores y progresistas en el mundo árabe?
R.- Hay una gran tensión. Cuanto más nos abrimos y se expande la globalización más entra la modernidad en el mundo árabe. Los que abogamos por un cambio seguimos siendo minoría pero el conflicto está latente. Ese choque en cuanto proyecto de sociedad se vio de una manera especialmente violenta durante la Primavera Árabe. No está nada claro si vamos para un lado o en dirección contraria.
P.- El filme refleja sobre todo a la clase alta marroquí. ¿Es un grupo social que sigue siendo muy conservador aunque dé la apariencia de estar más occidentalizado?
R.- Es otra paradoja. La burguesía ha estudiado en Europa o Estados Unidos y clama su modernidad pero después son los primeros en rechazarla. Es uno de los mayores peligros porque cuando sabes contra quienes debes luchar es más sencillo pero en este caso hacen ver una cosa y es otra.
Un momento de la película Razzia
P.- ¿Con las distintas historias del filme, la mujer burguesa a la que no dejan trabajar, el restaurador judío o el aspirante a rock star quería reflejar las distintas capas de la sociedad de Casablanca?R.- No quería reflejar la sociedad de una manera objetiva sino gente que he conocido y son parte de mi camino. Lo que vemos en el filme son personas que amo, me influyen y me inspiran desde hace décadas. No quiero hacer categorías sino mostrar a personas específicas. Creo que cada uno de ellos está encarnando algo que es muy importante para mí.
P.- En la película se habla mucho de Casablanca, la mítica película de Michael Curtiz de 1942. ¿Sigue muy presente en la vida de la ciudad?
R.- La ciudad en la que crecí es famosa en todo el mundo por una película que no se rodó allí, es una cosa rara. Y lo más curioso del asunto es que la gente de la ciudad vieja dice que se acuerda. Uno te cuenta que trabajó como extra y el otro que estuvo en el equipo cuando eso es imposible porque se rodó en Los Angeles. Ese mito se ha convertido en parte de nuestra vida diaria, lo cual es gracioso.
P.- ¿Lo tienen más difícil los árabes para ser comprendidos en Occidente por los atentados yihadistas?
R.- Por supuesto, realmente no ayuda nada a la integración. En parte es normal que la gente tenga miedo de esos horribles ataques pero al mismo tiempo hay gente que está tratando de sacar partido político de ello. Hablo de este retorno del nacionalismo que vemos con personajes como Orban o Le Pen. Se pasan la vida mintiendo a la gente y fomentando ese miedo. El temor está en el centro de todo porque hay miedo al extranjero pero también a perder el salario, a que se hunda la economía… Estamos en un momento en el que se juega con ello y eso es muy peligroso porque la violencia se convierte potencialmente en el medio de expresión.
P.- Se especula mucho con la enfermedad del rey y la parálisis del país. ¿Está Marruecos colapsado porque el soberano convalece?
R.- Hace unos meses quizá te hubiera dicho que existía ese problema pero ahora mismo lo que vemos es a un rey hiperactivo que se pasa el día inaugurando aeropuertos y haciendo cosas.
P.- ¿Es un error pensar que las democracias árabes tienen que ser como las occidentales?
R.- Cada país siempre será diferente. De todos modos lo que vemos es que las democracias cada vez son más débiles en Europa y Estados Unidos. En todas partes la gente tiene la sensación de que pierde poder y mandan las élites. No hay una solución mágica para todo el mundo.
@juansarda