Paolo Sorrentino ya se había enfrentado al retrato de un político italiano de primera fila y dudosa moral como Giulio Andreotti en Il Divo (2008) y también a los abismos existenciales de la senectud a través del Jep Gambardella de La gran belleza (2013) y de los personajes interpretados por Harvey Keitel y Michael Caine en su anterior película, La juventud (2015). Ahora, tras probar la serialidad en The Young Pope, vuelca su mirada hacia Silvio Berlusconi, un viejo en fuga que como personaje aúna en gran medida sus principales inquietudes temáticas y que ahonda un poco más en su retrato de una Italia rendida a la vulgaridad, pero en la que todavía podemos encontrar intensas llamaradas de belleza.
Silvio (y los otros) se aleja del biopic rudimentario (como suele ser habitual en su director) y concentra su acción en un corto periodo de tiempo, arrancando en los momentos previos al tercer mandato de Berlusconi como Primer Ministro italiano, allá por 2008. El filme que llega este viernes a las salas españolas es en realidad el compendio de dos películas que se estrenaron en Italia el año pasado. No podemos valorar qué se ha perdido y qué se ha ganado en esta versión que cuenta en total con 54 minutos menos de duración, pero en principio no se percibe ningún agujero de guion ni fallas estructurales en el desarrollo de los personajes. Más bien al contrario: una mayor concreción, ya que el filme se prolonga aún durante 150 minutos, quizá resaltaría mejor sus hallazgos.
El magnate de las comunicaciones no aparece en pantalla hasta más de media hora después de que arranque la película. Mientras, seguimos los pasos de un joven empresario que se convierte en proxeneta de alto standing solo para llegar hasta “Él” (así se refieren a Berlusconi la mayoría de los personajes) y tratar de beneficiarse de su poder. Durante estos minutos Sorrentino da rienda suelta a todo su talento visual, con escenas de fiestas sexuales perfectamente coreografiadas.
En cualquier caso, lejos de cargar las tintas contra Berlusconi, condenado en 2013 a siete años de cárcel por los delitos de abuso de poder e incitación a la prostitución de menores, Sorrentino busca encontrar la humanidad tras el personaje sin ofrecer ningún juicio al respecto. Y para ello, cuenta con la inestimable ayuda de un magistral Toni Servillo. El actor no solo se vale de prótesis faciales y de un ridículo tinte de pelo negro sino que, con sus cualidades interpretativas y su perfecto dominio de la expresión facial, mantiene una sonrisa perpetua que viene a escenificar ese triunfo de la superficialidad y la fanfarronería que representa el embaucador Berlusconi.
El célebre ‘bunga bunga', las fiestas que el político italiano organizaba en su villa de veraneo en Milán -el principal escenario en el que se desarrolla la película-, son retratadas no como el summum del desenfreno que podríamos imaginar sino como veladas tristes en las que las chicas se aburren y el macho alfa acaba frustrado. El rechazo de la más joven de todas ellas establece definitivamente el tema principal de la película: la lucha contra el tiempo y la vejez. Silvio (y los otros) se presenta además como una película necesaria en la era de Trump y del #Metoo al mostrar que todos somos responsables de la existencia de personajes como el retratado por Sorrentino.