Sissy Spacek y Robert Redford en The Old Man and The Gun

Estados Unidos es el país contradictorio por antonomasia. Es el país de la ley y el orden con un sistema carcelario que encierra a más de dos millones de personas. Es el país orgulloso de sí mismo y de su ejemplo de democracia y de virtud. Pero es también el país que ha encumbrado a los enemigos de la ley a la categoría de leyendas. Los verdaderos gánsteres nunca tuvieron el carisma de James Cagney o Humphrey Bogart y desde luego, los verdaderos Bonnie y Clyde, que eran unos carniceros de aspecto siniestro, no se parecían ni remotamente a los glamurosos Warren Beatty y Faye Dunaway de la película de Arthur Penn de 1967. La leyenda del "outlaw" sí entronca, íntimamente, con otra tradición americana, la del valor supremo de la libertad por encima de cualquier otra consideración y el encumbramiento del individuo como persona singular con la capacidad de vivir su vida saltándose las reglas y creando las suyas propias. No es casualidad que Robert Redford llamara a su criatura más preciosa, el Instituto y Festival de Sundance, en honor a su personaje de Sundance Kid en la mítica Dos hombres y un destino, que dirigió George Roy Hill en 1969. Junto a Paul Newman, en la piel de Butch Cassidy, la pareja de forajidos, junto a la rebelde Denver (Katharine Ross), no son presentados como una pandilla de criminales amigos de lo ajeno sino como beatniks avant la lettre, personas mucho más valientes que malvadas capaces de todo por no tragar con la hipocresía, las facturas y las prebendas de la vida "civilizada". Ese espíritu transgresor sin duda forma parte del ADN de Redford y es lógico que para su último filme, o al menos eso dice, prefiera despedirse con un homenaje al que sin duda es su personaje más querido. Inspirada en un reportaje periodístico publicado en la revista New Yorker, la película, dirigida por David Lowery (A Ghost Story), cuenta la historia real de Forrest Tucker, un señor que se dedicó toda su vida a robar bancos con una sonrisa anunciando su intención, y su pistola, usando todas sus artes de seducción. La paradoja del atracador, armado, irresistible y experto en fugarse de la cárcel cuando lo pillaban, es un lugar en el que Redford, truhán y señor como se decía antes, se mueve como pez en el agua y The Old Man and the Gun es un vehículo al servicio del carisma de la gran estrella. Ambientada en los años 80, vemos una Texas peligrosa como escenario quintaesencial del wéstern en otro homenaje claro al imaginario del filme de Roy Hill. Al presidente Trump, hombre desconfiado por naturaleza, le gusta mucho contar la famosa historia de la rana y el escorpión. Como es sabido, el escorpión promete a la rana que no la picará mientras atraviesan el río y la convence con el sinsentido de tal acción porque significaría su propio suicidio. El escorpión, sin embargo, ataca a su embarcación y ambos mueren ahogados. Cuando el anfibio le pregunta al artrópodo por qué la ha matado, el escorpión contesta: es mi naturaleza. De eso va la película. Tras una vida de sobresaltos con tropecientos atracos y 18 fugas de la cárcel, Redford vive retirado en una casa de jubilados de Florida para más inri y parece que podrá disfrutar de sus últimos días. Hay una "chica", Sissy Spacek, una actriz formidable, la mujer que le recomendó, con sabiduría, que no se escapara de la cárcel cuando lo pillaron por última vez y que a lo largo de su vida ha sido lo más parecido a una familia que ha tenido. No hay buena película de atracadores sin un buen perseguidor. En este caso, el policía que le ha seguido los pasos sin descanso a lo largo de su vida es John Hunt (Cassey Affleck), con el que el delincuente mantiene una relación de obsesiva rivalidad. Tras ver su imagen por televisión, el atracador se decide a jugar una nueva partida con su viejo enemigo porque como dijo el escorpión "es mi naturaleza". Acompañado de Danny Glover y nada menos que Tom Waits (con pelos de loco), mucho más por diversión que por dinero, o quizá sobre todo para amargarle la vida al hombre que logró encerrarle, se reta a sí mismo a perpetrar un golpe épico que deje al detective (y al público que sigue sus peripecias) sin aliento. Que nadie espere La casa de papel. Con fotografía con grano a lo Robert Altman y ritmo de jazz, contada con atención a los detalles, con ritmo pausado y poético, lo mejor de la función es la actitud, la sonrisa pícara y el espíritu contestatario del artista. Ese carisma nos recuerda a una época menos puritana y seguramente feliz que la nuestra. Redford no es solo un actor, es un icono. @juansarda