Con una selecta filmografía a sus espaldas, Mia Hansen-Love (París, 1981) se ha convertido en una gran narradora de historias que parten de situaciones íntimas desgarradoras. Después de su debut, Todo está perdonado (2007), la cineasta ganó fama internacional con la sensacional El padre de mis hijas (2011), en la que trataba un tema similar a la de su nuevo filme, Maya, esto es, el conflicto entre el deber y la vocación. Tras películas como Un amor de juventud (2011), Edén (2014) y la penúltima, El porvenir (2016), Hansen-Love viaja hasta la India para retratar a un reportero de guerra treintañero cuya vida se derrumba después de ser secuestrado por los islamistas. Una vez en libertad, el joven regresa a París para sentirse un extraño en su propio país y emprender ese clásico y catártico viaje a la India para descubrirse a sí mismo y superar el trauma.
Allí conocerá a la Maya del título, una adolescente lugareña inteligente y despierta con la que inicia un inesperado romance. Protagonizada por Roman Kolinka, al que la cámara de Hansen-Love retrata con una devoción que exalta su belleza física, nos encontramos ante un personaje torturado por una infancia inestable y el abandono de su madre, en un juego metacinematográfico ya que Kolinka es el hijo de Marie Trintignant, la famosa actriz que murió asesinada por Bertrand Cantat. La directora nos explica por qué cree que todas sus películas están interconectadas, las resonancias místicas del viaje a la India, el reflejo de ese país como "un paraíso perdido" o el conflicto entre idealismo y realismo que tiñe su filmografía.
Pregunta. ¿Se plantea al personaje principal como un romántico clásico?
Respuesta. Es cierto que hay algo de viaje iniciático. Sin duda hay una influencia de la literatura romántica alemana. Hay un libro que me inspiró especialmente, El solterón, de Adalbert Stifter. Trata sobre un hombre que abandona a la mujer que le ama para ir a buscar al padre que no conoce. Y todo el libro, que es una gran novela, trata sobre este camino para el encuentro. Mi padre es alemán y he estudiado literatura alemana. Realmente me he bañado de esta literatura y creo que hay un cierto romanticismo de Goethe, Heine, Hölderlin… mi cine está imbuido del romanticismo alemán.
P. ¿Con esa India gentrificada y llena de turistas quería reflejar el fin del exotismo, la idea de que ya no hay escapatoria?
R. Hay esta idea de que puedes irte al final del mundo pero al final la modernidad y la violencia te acabará atrapando. El mundo se destruye cada vez más. El personaje busca las raíces pero también busca la belleza. Y en el mundo actual ya no existe ese lugar en el que puedas escapar de la violencia. Eso lo vemos en ese momento en el que el descubre en el periódico que su compañero de cautiverio en Siria ha sido asesinado. Mi película no es violenta pero creo que en algunos momentos sugiere que esta existe. Filmo un paraíso perdido cuando retrato Goa. Hay una poesía y una belleza de Goa, que trato de captar, pero no evado ninguno de los problemas de la región como el exceso de turismo, el urbanismo descontrolado o la corrupción. Todos esos problemas que parecen inherentes a la modernidad. Goa está completamente destruida. Cuando yo la descubrí hace quince años, era justo el final de la utopía. El sur estaba preservado y el norte ya estaba masificado. Ahora mismo es un desastre, la polución, la prostitución, las drogas… Está fuera de control. A nadie se le ocurre ir de vacaciones a Goa. En la India quedan algunos lugares, muy pocos, que mantienen esa pureza como ese templo en Karnataka que visitan. Pero es gracias a que es un lugar bastante inaccesible y se ha mantenido aislado. Aún ves ese maravillamiento místico. Pero justamente porque Goa está en mal estado quería filmarla.
Necesitaba una ruptura con mi filme precedente. El porvernir está muy próxima al medio en el que he crecido. Era una película sobre una profesora de filosofía y yo soy profesora de filosofía... era una historia sobre mis padres. Eso me provocó agotamiento. En ella también me enfrentaba a temas que me afectaban profundamente como la cuestión de la soledad femenina, la dificultad de reconstruirse... Isabelle Huppert en El porvenir abraza esa soledad. Es una idea que ha arraigado en mí de una manera muy profunda pero al mismo tiempo necesitaba liberarme de ella. Esta película era una forma de escapar de eso pero también yendo a un lugar como la India que conozco bien porque lo he visitado y tengo amigos allí. Eso me aseguraba que no tendría una mirada turística, no se trata de que sea un lugar escogido al azar simplemente porque está muy lejos. Tengo un verdadero aprecio por ese país.
P. La película empieza cuando el protagonista acaba de salir de un secuestro por parte de los islamistas pero nunca lo vemos. ¿Por qué quería crear esa situación?
R. Es un punto de partida. La película escapa de eso. Partimos de ello, vamos a lo desconocido, y finalmente regresa a su antigua profesión. Creo que un aspecto importante es que el personaje tiene una fuerte vocación de ir a zonas de guerra, de confrontarse a esta violencia y ese riesgo para su propia vida. En un momento no está seguro de si quiere seguir dedicándose a eso pero es importante que lo acaba haciendo. De todos modos no hemos retratado al personaje en ningún momento haciendo su trabajo en una zona de guerra. No me gusta la violencia en el cine y no me gusta la violencia en el mundo. Entiendo que algunas veces pueda ser necesaria y hay películas que me gustan mucho. Pero como cineasta quiero encontrar la manera de dejar testimonio de este mundo violento sin mostrar la violencia. No hago ver que no existe el horror pero al mismo tiempo estoy comprometida a no mostrarla. Creo que algunas películas, bajo el pretexto de denunciar la violencia, la utilizan. Porque la violencia es muy comercial en el cine. Yo rechazo esta ambigüedad. No podemos hacer películas contra la violencia pero al mismo tiempo utilizarla para atraer al espectador.
P. ¿Cree que en esta película como en Maya vemos a un personaje que se relaciona fuertemente con el paisaje?
R. Sí creo que hay un paralelismo entre Maya y Un amor de juventud. Son las dos películas en las que vemos a un personaje en movimiento. Esa idea del "caminar", del desplazarse, es algo que define a muchos de mis personajes. Creo que hay elementos comunes entre esta película y todas las anteriores y hay cosas que me recuerdan a Todo está perdonado o El padre de mis hijas. Escribo sobre cosas muy personales. Hay algunas obsesiones que recorren toda mi filmografía.
P. ¿Cómo quería plantear ese romance tan significativo para los personajes pero al mismo tiempo tan sutil?
R. Yo también lo veo como un amor imposible. Eso es lo que cuenta la película. Al mismo tiempo quiero subrayar el hecho de que he intentado no dramatizar de más este amor. Existen muchos recursos para hacerlo más melodramático pero voluntariamente descarté esta opción. Quería encontrar una forma más pura y original de contarlo. No es un amor pasional imposible, como en el cine clásico. No estamos en ese mundo de grandes momentos trágicos. Y hay también una amistad, un encuentro, una complicidad... además del amor físico. Para el protagonista, es la persona que le devuelve el gusto del instante, del presente, de la vida, al fin y al cabo. La ironía es que ese encuentro con ella no le hace cambiar de vida sino volver a la que ya tenía.
P. Es la tercera vez que trabaja con Roman Kolinka tras Edén y El porvenir. ¿Por qué ha querido darle el protagonismo?
R. Hasta ahora había sido secundario pero sus personajes tenían siempre una gran relevancia. En Edén interpretaba a un diseñador que se suicida y en el porvenir tenía un personaje más importante. Estoy seducida por su presencia. Creo que hay algo magnético que tenían los grandes actores con mucho carisma y cinegenia como Alain Delon. Al mismo tiempo hay una gran inocencia, no es consciente de sí mismo y eso le da una gran pureza. La forma en que se articula la cinegia y la esencia, la inocencia y pureza del actor no profesional, esa mezcla lo convierte en el actor que llevaba buscando en mis otras películas. Hay algo en su presencia que identifica el cine. Fue él quien me hizo querer escribir esta película.
P. ¿Quería hacer su película más física hasta la fecha?
R. Tengo la impresión de que hice Maya para responder a El porvenir, es la película del retorno al cuerpo y la sensualidad. En El porvenir su personaje era distinto, era más intelectual, era un artistaAquí es alguien mucho más físico, es un hombre de acción. La manera de filmarlo es totalmente distinta. En El porvenir es muy melancólico, en esta también hay melancolía, es muy cercana a él. Creo que también he querido hacer esta película para intentar captar algo de su presencia que no había captado en anteriormente.
P. ¿Es un personaje irremediablemente nómada?
R. Hay una idea de errancia. Es cierto que su padre cuidó de él pero su madre le abandonó. Creo que hay algo en esa herida de infancia que le empuja a esa vida nómada. Cuando regresa a París vemos que se siente incómodo. ¿Es porque acaba de vivir un secuestro o porque es su naturaleza? Creo que las dos cosas. Hay una huida, pero al final es una huida imposible.
P. ¿Cuál es el papel de la casa?
R. La casa está en el corazón de la puesta en escena de la película. Buscaba una casa del estilo de la herencia colonial portuguesa y ya casi no quedan. Además, quería una que estuviera al lado del pueblo pero que también se abriera a la naturaleza. Y eso es muy difícil de encontrar en Goa. Busqué mucho pero no la encontraba así que la construimos. Con un equipo de arquitectos indios la levantamos. Fue la primera vez que me pasaba eso. En París tenía una maqueta de la casa y allí me permitió planificar mejor la película. Era como estar en el estudio pero al aire libre.
P. ¿Quería plantear el dilema entre el amor y la vocación?
R. Cuando conoce a Maya, hay una vida posible y deseable pero no es compatible. Es muy habitual en los reporteros de guerra que tengan dificultades para formar una familia o tener parejas duraderas porque siempre están en movimiento. Creo que es un tema que he tratado más veces. Hay un conflicto entre realismo e idealismo. Es un conflicto que tiene que ver con la dificultad de ser fiel a sí mismo y enfrentarse a la desilusión.