Siete años tardó Enrique Urbizu (Bilbao, 1962) en levantar un nuevo proyecto tras el éxito de No habrá paz para los malvados (2011), ganadora de seis premios Goya -entre ellos, Mejor Director y Mejor Película-. Tras varios proyectos frustrados, como un filme titulado 2014 hijos de puta o una serie sobre la trata de blancas, el director volvía con fuerzas renovadas a finales de 2018 con la serie Gigantes en Movistar. Y apenas seis meses después, este viernes, regresa con una segunda temporada que dará cierre, al menos por un tiempo, a la historia de los Guerrero, dinastía feroz del barrio madrileño de Lavapiés que controla una compleja red de tráfico de drogas, extorsión y asesinato. Escrita de nuevo por Michel Gaztambide y Miguel Barros, la segunda temporada de este tenso, estilizado y complejo melodrama criminal “respira nuevos aromas”, según el director de La vida mancha (2003), y vuelve a reunir a un inspirado reparto encabezado por Daniel Grao, Isak Férriz y Carlos Librado.
Pregunta.- Entre el estreno de la primera y la segunda temporada de Gigantes apenas han transcurrido seis meses. ¿Por qué esa urgencia?
Respuesta.- Para la primera entrega teníamos escritos ocho capítulos, pero se decidió que el sexto era ideal como final de temporada. De ahí surgió la idea de hacer dos tandas de seis capítulos, pero con una continuidad rigurosa. Los hermanos Guerrero siguen luchando contra su destino y su maldición en una huida que desemboca en el capítulo 12. Lo que si vamos a ver en esta segunda temporada es una disgregación familiar y un contraataque de las fuerzas policiales al mando de Márquez. De manera que se conforma todo un mundo femenino a la caza de los Guerrero. Sin perder la negrura que la caracteriza, la serie traza ahora un camino hacia la luz y hacia unos tonos de cine de aventuras en su parte central, casi de road-movie… Respira aromas nuevos, pero es un camino de ida y vuelta.
P.- ¿Nos encontramos ante el final de Gigantes?
R.- Eso ha anunciado la cadena, aunque no hemos agotado todas las opciones y posibilidades. El equipo de Gigantes sí es cierto que ya está pensando en otras cosas. Quizá dentro de unos años, si el recibimiento de la segunda parte es como esperamos, podamos volver a hablar de la serie. Sin embargo, estoy tranquilo porque el cierre del capítulo 12 es un final con todas las letras.
P.- Menciona que se conforma todo un mundo femenino a la caza de los Guerrero en esta segunda parte. Sin embargo, cuando la serie se estrenó, algunos comentaristas definieron Gigantes como una serie de hombres para hombres…
R.- Según tengo entendido, la serie ha gustado mucho al público femenino, pero nunca hemos pensado en forzar ningún elemento para que esto fuera así. Nunca hemos tratado de incorporar una lectura de género a la serie. Ni Miguel Barros, ni Michel Gaztambide, ni la cadena -que era la que podía tener más precauciones en este sentido-, ni yo. Pero la realidad del mundo del crimen es mayoritariamente masculina. No tengo prejuicios de género a la hora de trabajar, Gigantes es una serie para todo tipo de público. Lo importante no está ahí para nada.
P.- En la primera parte cedió la silla del director a Jorge Dorado en los tres últimos capítulos. ¿Por qué ha dirigido la segunda temporada al completo?
R.- La primera parte tuvo dos directores por la sencilla razón de que la cadena quería ir viendo los capítulos mientras se iban rodando. La segunda temporada se ha rodado sin fragmentar en capítulos, por localizaciones, como si fuera un largo.
P.- ¿Qué aprendió durante el rodaje de la primera temporada que ha podido aplicar a la segunda?
R.- En los seis primeros capítulos aprendimos latín, fue una gran oportunidad para todos. Principalmente, aprendimos a manejar escenas bastante complicadas, incluso sofisticadas, con premura y capacidad de síntesis. Me encantó trabajar con las familias gitanas y con los excelentes actores gitanos. He aprendido de todo el reparto, de Antonio Dechent, de José Manuel Poga, de Manolo Caro, de Yolanda Torosio… Para la segunda parte estaba buena parte del trabajo hecho. Los personajes estaban ya conseguidos y los actores tenían confianza y seguridad en su trabajo. El estilo de la serie estaba definido y solo había que surfear las nuevas páginas.
P.- ¿Cree que el riesgo es la palabra que mejor define a este proyecto?
R.- La escritura de la serie ha sido desde luego muy kamikaze, como son también los Guerrero. Enseguida me di cuenta de esa simbiosis y me he agarrado a ella durante estos tres años. Los guiones se desarrollaron sin tener previsto un arco de personajes o un arco de tramas, algo muy raro en una serie porque las cadenas quieren tener siempre un punto de destino para ver que tienen realmente entre manos. Sin embargo, hemos ido sin red y esto ha imprimido al proceso un carácter muy determinado con el que nos hemos divertido mucho.
P.- La taquilla suele marcar el éxito o el fracaso de una película. ¿De qué manera puede un director detectar cómo ha sido el recibimiento de una serie?
R.- En Movistar son muy discretos con los datos, aunque yo tampoco los suelo pedir. Sé que las cifras son muy buenas, sobre todo en cuanto a fidelidad. También sé que se ha seguido viendo bastante durante todos estos meses, pero no sé datos concretos. Pero creo que todas las plataformas son igual de discretas al respecto.
P.- El barrio de Lavapiés vuelve a tener una importancia crucial en la segunda temporada.
R.- Desde el origen del proyecto nuestra ambición era reconstruir cinematográficamente Lavapiés para que alcanzara una categoría legendaria. Los que vivimos en Madrid y pisamos ese barrio de manera cotidiana no somos conscientes de todo lo que alberga. Es un barrio muy antiguo con personajes como el anticuario o el chamarilero, con la disputa del control de la droga, con mezclas de distintos tráficos: lo legal, lo ilegal, el estraperlo… Esos mundos van sedimentando a las familias. Rodando nos enteramos que había edificios que pertenecían a una única familia. Todo esto nos daba el marco para la serie y también una guía estética. De alguna manera, el formato 2:35 es perfecto para mostrar esas texturas: la piedra, el hierro, la madera vieja, la humedad, el óxido... El trabajo de Unax Mendía en la fotografía y el de Manuel Ludeña como director artístico ha sido fantástico y ambos han logrado reconstruir un mundo realista de manera legendaria. El vestuario, los colores, las texturas de los decorados, los exteriores quemados, dorados, secos de Castilla, las carreteras infinitas… Un paisaje que, gracias al montaje, genera un territorio donde habitan los personajes.
P.- El reparto de Gigantes ha puesto en foco a actores como Isak Férriz o Carlos Librado, que no eran conocidos por el gran público.
R.- Nos dieron mucha libertad para diseñar el casting, y es algo que hay que reconocer. Siempre me han gustado los actores que no interpretan de una manera ortodoxa, que no vienen de las lecturas de los clásicos sino más bien del instinto de la calle. Los gitanos, por ejemplo, son grandes actores, muy pintureros, muy coquetos y muy profesionales. Tenemos un magnífico plantel de actores en España, pero hay que buscar y hay que mirar. Con Rosa Estévez, directora de casting, siempre lo hemos hecho así. Pero la mezcla de acentos, la mezcla de rostros, tiene que tener también un sentido. El reparto tiene también fisicidad y rugosidad, como el paisaje.
P.- Da la impresión de que esta temporada va a bucear aún más en eso que llaman las cloacas del Estado…
R.- Es además muy pertinente porque si pones la tele hay muchas posibilidades de que aparezca un primer plano de Villarejo. En Bilbao, con los GAL, hicieron todo lo posible para que nos interesara el tema. Lo curioso de los servicios de inteligencia es que su función no es detener a los malos sino tener el control de la información. Eso incluye saber quién es quién en el tráfico de drogas, quién se acuesta con quién… De alguna manera, forman parte del mapa de la leyenda de los Guerrero, de sus socios y de sus antagonistas. La trama con el grupo de extrema derecha también está relacionada con la manipulación de la información, en este caso sobre la inmigración. Gigantes es una ficción legendaria, pero basada evidentemente en fenómenos que ocurren en España. Pero no es una ficción sistémica que quiera explicar cómo funcionan las cosas. Eso ya lo sabe todo Dios, está en los periódicos. ¿Que el arte sirve para lavar dinero negro? Menuda novedad, pregúntale a Bárcenas.
P.- ¿Quizá la mayor diferencia con su cine anterior es que, en este caso, no se intenta plasmar la realidad?
R.- Sí, sin duda. Y lo he notado mucho a la hora de dirigir. Esta serie es más golfa y eso es bueno. Nos lo hemos pasado muy bien rodando. No habrá paz para los malvados estaba muy atornillada, todo muy medido. Aquí había más libertad. Queríamos hacer una serie provocativa, con mucho riesgo y muy cómplice con el espectador.
P.- Hay mucho western en Gigantes, sobre todo Sergio Leone...
R.- Sí que hay western, pero no solo Leone. Aunque es cierto que el comienzo de la segunda temporada tiene mucho de spaghetti western. Por algo nos decantamos también por el 2:35. Pero el western siempre ha estado presente en mi cine desde Todo por la pasta. Es un género de géneros y puede tener melodrama o aventuras o comedia. Pero siempre comparte ciertas temáticas: la familia, el extrañamiento, la búsqueda del hogar, el control del territorio… Temas universales. Después están los planos de conjunto, el tratamiento de los espacios, el código moral invisible que guía los comportamientos de ese grupo social... Yo hablo con Miguel Barros de Rio Conchos (Gordon Douglas, 1964) casi cada vez que nos vemos.
P.- ¿Siempre le interesó el mundo de las series?
R.- Sí. Parece que lo estamos descubriendo ahora, pero yo me crié con una lista interminables de series magníficas españolas: Fortunata y Jacinta, Los gozos y las sombras, Brigada Central, Curro Jiménez… Todas ellas alimentaron mis ganas de hacer cine.
P.- ¿Por qué le ha costado tanto en algunos momentos de su carrera levantar proyectos?
R.- Me hubiera gustado rodar más películas, pero no se han dado las condiciones. Nunca hemos estado parados, tenemos escritas un montón de cosas. Pero le pasa a gran parte de mi generación. Y es escandaloso que la generación que me precede, la de Fernando Trueba o Imanol Uribe, tampoco consiga rodar.