Adèle Haenel y Gaspard Ulliel protagonizan Un pueblo y su rey. Foto: Jérôme Prébois

Llega a los cines el episodio más importante de la historia de nuestro país vecino, la Revolución Francesa, que arrancó en 1789 pero no terminó hasta tres años y medio después, cuando Luis XVI fue ejecutado un 21 de enero de 1793. En la lujosa superproducción Un pueblo y su rey, Pierre Schoeller (París, 1961) opta por contarnos la historia desde el punto de vista del pueblo, que en aquellos tiempos se convierte en “sujeto político”, según el director. El pueblo, y muy especialmente las mujeres, es el protagonista de un levantamiento popular que nació como una protesta por el hambre generalizada en París y el resto del país y acabó, de forma insospechada para quienes participaron en la toma de la Bastilla, con la ejecución del rey y el nacimiento de un nuevo orden que cambiaría Francia, y el resto del mundo, para siempre. En la película, los actores Gaspard Ulliel y Adèle Haenel encarnan a una pareja revolucionaria, Louis Garrel a Robespierre y Laurent Laffite al rey Luis XVI. A Schoeller lo conocemos gracias a películas como Versalles , de 2008 (en la que narraba el drama de los mendigos sin techo, el título es una ironía), o El ejercicio del poder (2011), en la que retrataba la política de hoy. El director nos cuenta la paradoja de esa Francia republicana y revolucionaria que sin embargo ha tirado abajo todos los símbolos de la revolución y sigue construyendo su imagen en torno a una idea imperial. Pregunta. Lo más sorprendente del filme es que no se centra en la corte y el drama de Luis XVI y María Antonieta sino que coloca al pueblo como protagonista. ¿Era esa su apuesta? Respuesta. Es cierto que hay muchas películas desde el punto de vista del rey y los poderosos. De todos modos no he querido construir la película como una oposición entre el rey y el pueblo. No queremos estar de un lado u otro en una especie de conflicto. Es más una película sobre la transformación del poder. Hay algo que lleva a ese pueblo a imaginar y a cambiar las cosas sin un gran proyecto global. Lo más curioso de la primera parte de la Revolución Francesa es que se origina por una protesta por la falta de pan pero no va contra el rey. Hay un consenso en torno a que son necesarios los cambios pero no un final como el que tuvo. Hasta la muerte de Luis XVI pasaron tres años en los que se configuró una monarquía constitucional y Francia siguió siendo un reino. Al final, esa demanda de libertad les llevó mucho más lejos de lo que habían imaginado. P. Sorprende al ver el filme que la revolución fue un proceso largo en el tiempo y complejo que muchas veces daba la impresión de que acabaría de otra manera. ¿Quería contar la historia como la estaban viviendo en ese momento? R. Un aspecto fundamental de este proceso es que todo se hizo en público con debates y discusiones. No quería reflejar el pueblo como una masa histérica y colérica que se comporta como un niño y no sabe lo que hace. Una cosa importante de la Revolución Francesa es que entonces el pueblo empieza a ser un sujeto político y tuvo un rol histórico muy importante. Y cuando digo el pueblo me refiero también a las mujeres, que no tenían ciudadanía política pero sí un rol político. Una revolución como la francesa lo redefine todo, el dinero, el papel de cada uno, la jerarquía, las fronteras... La Francia de hoy con sus departamentos, Asamblea Nacional, la opinión pública, etc., nace allí. Es un volcán que crea cosas, no las destruye.
P. ¿Sabían los revolucionarios lo que estaban haciendo? R. La revolución duró seis años y si vemos los acontecimientos en cadena nos damos cuenta de que es imposible comprenderlo todo porque hay muchos personajes y pasaron muchas cosas. La historia oficial ha tratado de reducir todo ello a cuatro acontecimientos y en ese proceso se ha simplificado. Es un momento en el que el viejo mundo cae y el mundo nuevo nace, pero nadie sabía cómo iba a ser ese mundo. Después, el principio de este nuevo mundo llevó muchísimo tiempo y Francia aún tuvo que pasar por una época imperial. Pero en ese momento nace algo muy importante: la reclamación de derechos. Esa reclamación aún no ha terminado y sigue siendo la base de los movimientos de protesta. En esencia, es lo mismo que vemos con movimientos como el me too, las revueltas en Argelia o los movimientos ecologistas, que hablan en nombre de la naturaleza y reclaman sus derechos. P. ¿Es imposible que haya una revolución sin coste humano en vidas? R. La violencia del principio de la revolución tuvo mucho que ver con la represión. Por ejemplo, la toma de la Bastilla se ha presentado como una acción ofensiva pero en realidad fue defensiva. Fueron a defenderse porque las tropas del rey estaban en París. Los franceses no fueron a tomar la Bastilla sino a defenderse del ejército real. En esta película hemos adoptado una mirada al presente de lo que estaba ocurriendo, intentamos ver las cosas como las vivieron en la época. Robespierre en ese momento era un diputado más, nadie sabía que acabaría siendo un líder tan importante. P. Se presentan argumentos razonables a favor de la monarquía, como el de ese político que dice que el rey es un contrapoder necesario. ¿Quería reflejar todos los puntos de vista? R. Lo más curioso de ese político fue que nadie lo conocía y su discurso ha pasado a la historia. Defendiendo la monarquía estableció un principio que después adoptó la República con el sistema bicameral porque es cierto que todo poder necesita un contrapoder. De todos modos, la película no trata de defender un sistema u otro. Creo que la república es mejor porque obliga a cada uno a responsabilizarse del futuro del país de una manera más profunda, es como una casa común. Por eso hay tanta tensión con el proyecto europeo, porque tensiona esa visión republicana. Pero en España tenéis una monarquía constitucional y parece que funciona muy bien. En Bélgica también tienen un rey que funciona como símbolo de la unidad nacional. P. ¿Murió de forma definitiva el mundo de la nobleza y la corte con la revolución? R. No desapareció del todo. Sigue muy presente. La tradición de las grandes marcas francesas como Chanel o Saint Laurent perpetúan esa tradición. Mi penúltima película sucedía en un ministerio y me sorprendió ver que todos los ministerios de Francia siguen en palacios y desprenden una gran ostentación como en los tiempos previos a la revolución. ¿Por qué lo necesitamos? ¿Por qué lo mantenemos? Por ejemplo, los lugares de la revolución, como la Asamblea Nacional, el Palacio de las Tullerías, todo eso ha desaparecido. Sin embargo, Versalles sigue allí en perfectas condiciones. Hemos conservado también la iglesia de la Madeleine y el Louvre. No hemos conservado sin embargo los lugares fundacionales de la República, algo de lo que Napoleón fue responsable durante la Restauración. Cuando veo la película con público en Francia me doy cuenta de que la imagen de la ejecución del rey sigue creando un impacto muy fuerte. Creo que en realidad durante mucho tiempo existía la idea de que quizá la monarquía no había acabado del todo, seguía existiendo un sentido de la realeza. Incluso hoy se habla de Macron como un monarca. P. ¿Si el rey hubiera sido más listo habría impedido su ejecución? R. Luis XVI era un hombre inteligente pero no supo darse cuenta de que el pueblo se emancipaba y eso cambiaba la forma de la relación. Él quiso mantener la vieja relación, que era paternalista, fundada sobre la religión y la idea de la salvación del alma. Lo vio pero no supo adaptarse. Para él esa idea de igualdad era muy violenta. Muchos nobles franceses se marcharon porque no aceptaron la ruptura del orden jerárquico. @juansarda