¿Se puede traicionar al propio país para salvarlo? Es lo que pensaba "Red Joan", como era conocida por el KGB, la "espía roja" en el título castellano, una encantadora ancianita de Gran Bretaña llamada Melita Norwood, que al despuntar el milenio fue arrestada por los servicios secretos por haber pasado información confidencial a los rusos durante cuatro décadas. Valiéndose de su puesto como secretaria en la Asociación Británica de Investigación de Metales No Ferruginosos, Norwood tuvo acceso a información clasificada sobre la bomba atómica y estaba convencida, no solo de que el sistema comunista merecía sobrevivir, sino también de que un equilibrio en las fuerzas entre ambas potencias era la única manera de garantizar que ninguna de las dos la utilizara. Según ella, la Historia, con mayúsculas, le ha dado la razón.
Queda claro que la rocambolesca peripecia de Norwood merecía una película y al director Trevor Nunn, con una larga trayectoria en el teatro de Gran Bretaña, lo que más le interesa es la paradoja del asunto. Como dice la propia protagonista, ella "quiere a su país" y actúa convencida de que sus acciones son las mejores. Interpretada en su vejez por Judi Dench, la actriz brilla como siempre a la hora de dar vida a este personaje que se mueve al límite de la moral y que durante años engañó al mundo con su estampa de persona absolutamente normal con la excentricidad de utilizar en casa una taza con la efigie del Che Guevara. ¿Pero quién no ha tenido alguna vez un souvenir del revolucionario argentino?
Contada en dos tiempos, por una parte vemos el momento en el que la espía es detenida, su identidad desvelada y casi el "alivio", cuando no un recóndito orgullo, de la protagonista ante su gesta. Por la otra, como es lógico la sorpresa de sus hijos, amigos y vecinos, que poco podían imaginar que esa viejita un tanto excéntrica podía ser, nada menos, que la mayor espía británica de la historia. Por la otra, Nunn nos cuenta la juventud de la protagonista en Cambridge, en un entorno altamente machista que la relega a la condición de secundaria, y su debilidad por estudiantes "airados". Uno de ellos (Tom Hughes) es quien la convence de que el mundo estará mejor si el capitalismo no vence al comunismo. Muchos intelectuales de izquierdas, como Stiglitz o Costa-Gavras, por cierto, opinan que la "tragedia" de Occidente fue el derrumbe del bloque soviético porque eso hizo que el capitalismo perdiera los complejos.
La espía roja cuenta una historia interesante con buenos actores en un elenco en el que también brilla la Norwood "joven" en la piel de Sophie Cook, pero Nunn no acierta con el tono ni con el ritmo. La parte de los años 30 tiene un aire parecido a Velvet y la película acaba resultando una extraña mezcla entre melodrama sentimental un tanto acartonado con la intriga de espías en una película a la que le falta suspense y misterio. Lo mejor, cómo no, esa Dench capaz de pasar de la vulnerabilidad a la retranca y allí al orgullo con dos muecas. A ver quién hace eso.