El 15 de agosto de 1990, en un trágico accidente de automóvil y con tan sólo 28 años de edad, fallecía en la entonces todavía República Soviética de Letonia el cantante y compositor Viktor Tsoi, líder de la banda de Nueva Ola Kino. Aquí no pasó nada. Ni nos enteramos. Allí, al otro lado de un Telón de Acero más agujereado ya que un colador, se vivió una de las horas más oscuras para la juventud y la cultura pop rusas, al tiempo que nacía un trágico icono inmortal a la altura de James Dean, Jim Morrison o Marc Bolan, cabeza visible del grupo de glam T Rex, por el que tanto Tsoi como su primer mentor, el rockero Mike Naumenko, sentían una adoración que se convertiría en profecía auto-cumplida para ambos.
Ahora, el cineasta ruso Kirill Serebrennikov, víctima de la represión del gobierno actual de su país tras hacerse notar como crítico severo a sus ambiciones expansionistas y defensor de los derechos de la comunidad LGTB, nos ofrece con Leto -Verano- un retrato sensible, sensual y melancólico, a la vez que poderoso y sofisticado visualmente, de los primeros tiempos de Tsoi y su revolucionaria banda de pop Kino, que trajo los sonidos y la sensibilidad de la New Wave y los Neorrománticos a la Unión Soviética, desafiando con sus letras y canciones tanto a la censura política y cultural como a la tradición musical del rock soviético, basada en los contundentes sonidos clásicos de los años 60 y 70, y representada por grupos como Akvarium o Zoopark. Fue precisamente Mike Naumenko (Mikhail Vasilyevich Naumenko), miembro en los 70 de Akvarium y fundador en 1981 de Zoopark, quien se convertiría en una suerte de mentor y ángel de la guarda para Tsoi, introduciéndole en la escena rock soviética, férreamente vigilada por el aparato del Partido, pero que abría grietas en su gastado muro a través de las que se colaban aires contraculturales de libertad, juventud y democracia.
Leto cuenta la amistad y el triángulo romántico que compusieron Naumenko, el guapo Tsoi, cuyo exótico aspecto heredado de ancestros coreanos le propició convertirse en ídolo erótico de las adolescentes rusas, y la esposa del primero, prendada del aura hermética y delicada del joven músico, quien a la chita callando se va apoderando tanto de su corazón como de la amistad del propio Naumenko, quien ve claramente el futuro del pop en el sonido y las inquietudes de la nueva banda -primero bautizada como Garin y los Hiperboloides, en referencia a la clásica novela del pionero soviético de la ciencia ficción Aleksei Tolstoi-, capaz de aparecer en escena sin batería, sustituyéndola por una grabación, en claro desafío a las convenciones del rock´n roll.
Partiendo del verano del amor en el que todos se conocen, Serebrennikov recrea la atmósfera underground del viejo San Petersburgo, entonces Leningrado, capital espiritual de la Nueva Ola soviética. Allí se concentraban bandas como las citadas Akvarium, Zoopark o Kino, además de Piknik, DDT, Televizor o el teclista de jazz-rock Sergei Kuryokhin, generalmente alrededor del Leningrad Rock Club -otro de los protagonistas de la película-, y que atraía también como un imán a otras procedentes de la escena pop de lugares tan exóticos como Sverdlovsk -actual Ekaterinburgo-. Esta última, sede de un potente movimiento de "rock de los Urales", encabezado por grupos míticos como Agatha Khristie o Nautilus Pompilius, favorito del fallecido cineasta Aleksei Balabanov y encabezado por el carismático cantante y compositor Vyacheslav Butusov.
No le faltan a Serebrennikov referentes para su retrato de una juventud soviética en sutil y secreta rebelión musical contra la estólida, puritana y represiva política del régimen comunista. El propio Tsoi participó como intérprete en dos de las películas insignia de la Nueva Ola rusa: Assa (1987), intenso melodrama que combina música pop, mafia, historia y romance, dirigido por Sergey Solovev y donde se interpreta a sí mismo en una breve aparición, y Needle (Igla. Rashid Nugmanov, 1988), en la que ejerce de absoluto, carismático e hipnótico protagonista, en una historia de sensibilidad puramente nuevaolera, donde las drogas, el amor y la muerte se entretejen con espíritu netamente underground y en la que una vez más un ominoso final parece anunciar la prematura muerte del propio Tsoi. Por su parte, en clave documental, Rock (1988) de Aleksey Uchitel, ofrece entrevistas y actuaciones de la entonces floreciente Nueva Ola soviética. Y aunque más tardía y utilizando el marco genérico del cine de gangsters, imposible obviar la obra maestra de Balabanov, Brother (Brat, 1997), cuya banda sonora -como la de su secuela- es un catálogo impagable del rock soviético y que cuenta con un interesante cameo del propio Butusov, del grupo Nautilus Pompilius.
Pero Leto no se queda en mero ejercicio de nostalgia. Pasando de la realidad a la fantasía, de lo íntimo y personal al apunte histórico y social, Serebrennikov impregna su nada típico biopic con una atmósfera melancólica y ensoñadora, no exenta al tiempo de ironía y espíritu punk, que capta a la perfección la época con todas sus paradojas: la fascinación de los jóvenes músicos rusos por imitar y a la vez distinguirse de sus ídolos occidentales, la necesidad de plegarse a las exigencias de los comisarios políticos del Partido al tiempo que de burlarlos, el contraste entre una música potente e irreverente y un público controlado policialmente, entre las reuniones privadas de músicos y fans en casas y apartamentos y los conciertos en directo vigilados por agentes del gobierno, y, sobre todo, una suerte de trágica ingenuidad, de inocencia perdida, que acabaría arrastrando a muchos de los protagonistas de la escena musical soviética a su prematuro final.
Leto está enseñando hoy a Occidente, después de más de treinta años, lo que la revolución del rock y la Nueva Ola significó para Rusia y lo que todavía puede y debe simbolizar. Pero más allá de ello, es también en sí misma una pieza de puro pop melódico ruso, transida de la tristeza, melancolía y trágica belleza que impregnan toda su historia y su música, que la caracterizan y diferencian profundamente del rock occidental, y que encarnan aquí, en esta historia de amor y amistad retratada por Serebrennikov en nostálgico blanco y negro, la más genuina y temperamental identidad del pueblo ruso.