El 22 de diciembre de 1932 a Ramón Acín le tocó la lotería. Treinta mil duros, 150.000 pesetas, un buen pellizco para la época. El feliz acontecimiento, sin embargo, no iba a deparar muchas alegrías en el hogar del escultor y poeta anarquista. Unos meses antes, en una tarde de intoxicación etílica por las tabernas de Huesca, le había prometido a su amigo Luis Buñuel que si le tocaba la lotería invertiría el dinero en el documental que quería filmar sobre Las Hurdes. Y Acín no era un hombre que faltara a su palabra (para disgusto de su mujer, Conchita Monrás, que seguro que hubiese preferido invertir el dinero en otras cosas). De esta manera, se convirtió en el productor accidental de una película que alcanzaría resonancias míticas en la cinematografía española, prohibida por el gobierno de la Segunda República por el daño que podía causarle a la imagen de España.
Antes de ese diciembre, Buñuel, con 32 años, había rodado en París dos filmes surrealistas en colaboración con Salvador Dalí, Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930), que habían seducido a la intelectualidad, escandalizado a la burguesía y ahuyentado a cualquier potencial inversor de futuras películas. Malviviendo en la capital francesa es como nos encontramos al cineasta al principio de Buñuel en el laberinto de las tortugas, película de animación que llega a las salas este viernes. “En ese momento, Buñuel era un joven artista que estaba buscando su propio camino, su propio lenguaje como cineasta”, explica Salvador Simó (Badalona, 1968), director del filme. “Con buenas intenciones y quizá algo de ingenuidad, pretendía cambiar con su documental la situación de Las Hurdes. Sin embargo, ocurrió exactamente lo contrario: fue la propia región de Las Hurdes la que le cambió a él. A fin de cuentas, podríamos decir que Los olvidados (1950), su primera gran película como director, es consecuencia directa de Las Hurdes. Tierra sin pan (1933)”.
Tras cobrar el premio de la lotería, Ramón llamó a Buñuel a París y la producción se puso en marcha. Ambos se reunieron en la localidad salmantina de La Alberca y allí aguardaron la llegada del poeta surrealista y periodista francés Pierre Unik, que ejercería las labores de ayudante de dirección y guionista, y del fotógrafo Éli Lotar, también francés, que se encargaría de manejar la cámara. Los cuatro se lanzaron a recorrer una de las regiones más pobres y olvidadas de España.
Una bofetada al gobierno
“Buñuel había llegado a Las Hurdes inspirado por el libro que escribió sobre la zona Maurice Legrand, Las Jurdes: étude de géographie humaine (1927)”, explica Simó. “Y el libro perfila una situación más dramática que la que fue capaz de capturar Buñuel con la cámara. El documental se subtitula Tierra sin pan porque el panadero de la zona era la persona que iba a mendigar mendrugos a La Alberca y los llevaba a los pueblos más pequeños. Al gobierno, sin embargo, no le interesaba ver aquella realidad porque era como una bofetada en la cara, pero los hurdanos seguían viviendo en casas miserables, sufriendo todo tipo de enfermedades y muriendo de hambre”.
“Buñuel pretendía cambiar Las Hurdes y fueron las Hurdes las que le cambiaron a él”. Salvador Simó
Durante la grabación del documental, no pocas veces Acín y Buñuel discutían por la manera en que el director forzaba la realidad para que se pareciera a lo que había leído en el libro de Legrand. Por ejemplo, disparando a una cabra para captar el momento en el que se despeñá por un desfiladero. “Yo, sin embargo, no diría que Buñuel manipuló la realidad, más bien realizó una representación dramática de lo que ocurría en Las Hurdes. No tenían suficiente película para grabar y no podían esperar a que una cabra cayera por una montaña. Pero, en realidad, él no se inventó nada”.
La película de Simó parte de una novela gráfica homónima publicado por Fermín Solís en 2009 y reeditada ahora por Reservoir Books, pero pronto el guion comenzó a desmarcarse de esta fuente. “La novela gráfica y el cine de animación son medios diferentes”, asegura Simó. “Fermín además se mantuvo al margen de la película, así que noso-tros hemos intentado contar la historia desde nuestro punto de vista para explicar quién era el joven Luis Buñuel. Sin embargo, el punto crucial a la hora de escribir el guión junto a Eligio R. Montero fue descubrir a Ramón Acín, una persona de gran integridad y corazón. Al final, nos dimos cuenta de que lo que queríamos contar era la amistad de Ramón y Luís. Una relación que de alguna manera te reconcilia con el género humano”.
Incomodar al espectador
La producción de Buñuel en el laberinto de las tortugas se alargó más allá de los tres años y contó con la participación de más de doscientos profesionales, entre ellos José Luis Agreda en la dirección artística. “Para una película de animación es un tiempo récord”, valora el director. “Al final el estilo visual está muy unido a la historia. Es un relato difícil y por eso no podíamos usar una técnica visual estilo Disney, de línea suave. Al contrario, buscábamos un trabajo de animación más contenido y duro, que incomodara al espectador”.
Simó, que ha trabajado en el departamento de efectos visuales en películas como El Príncipe de Persia (Mike Newel, 2010), Skyfall (Sam Mendes, 2012) y El Libro de la Selva (Jon Favreu, 2016), se muestra feliz por haber podido debutar en la dirección en España, donde no es fácil encontrar ofertas profesionales en el mundo de la animación. “En Londres la industria de los efectos visuales está dando un beneficio de más de un billón de libras al año y yo diría que como mínimo un 25 % de esta industria está conformada por trabajadores españoles. Así que imagínate lo que les estamos regalando. El gobierno debe darse cuenta de los beneficios y de los puestos de trabajo que genera esta industria y dar facilidades”, finaliza el director.