Quizá lo más sorprendente de ver una nueva versión de Aladdin, la célebre cinta de dibujos de Disney estrenada en 1992, sea ver a unos tipos con turbante haciendo de buenos en una película de Hollywood. Bromas aparte, el estudio repite la jugada que se le dio tan bien hace dos años con un “live action” de otro de sus grandes éxitos, La bella y la bestiaLa idea es repetir fotograma por fotograma, o casi, la película original pero con personajes de carne y hueso.En todo este tiempo, la industria de los efectos especiales ha mejorado de forma tan espectacular que lo que hace un tiempo solo podía mostrarse en pantalla mediante ilustraciones animadas hoy es perfectamente posible. Y ya sabemos que a la hora de crear imágenes espectaculares, nadie mejor que la industria estadounidense para convertir el imaginario de Las mil y una noches en una realidad de una plasticidad asombrosa.

Si para La bella y la bestia se recurrió a Bill Condon, un autor de prestigio (Kinsey) que había hecho fortuna en el blockbuster con la saga Crepúsculo, la elección de Guy Ritchie como director para Aladdin resulta casi calcada en fondo y forma. Ritchie, además de ex marido de Madonna, empezó como cineasta con personalidad propia en filmes como Snatch, cerdos y diamantes (2000) para ganarse un puesto de honor en la industria de Hollywood con el éxito de taquilla de la saga de Sherlock Holmes con Robert Downey Jr. Claro que habrá quien se pregunte por qué es necesario un director importante cuando se trata de “copiar” una película que ya está hecha. Guy Ritchie dice que “como padre de cinco hijos sé más de películas infantiles que de ninguna otra clase. Eso hace que sepa más de Disney que de ninguna otra compañía”. Y añade que también se trata del privilegio de trabajar con una empresa con un “capital humano y recursos” desbordantes.

Para quienes fueron padres en los 80 o los 90, o incluso después porque la película no ha perdido su encanto, la historia de Aladdin es más que conocida. El protagonista (Mena Massoud) es un joven que sobrevive en las calles de una ciudad, que vendría a ser una abstracción de “lo oriental” en un mismo lugar, soñando con casarse con la bella princesa Jasmine (Naomi Scott), lo cual parece improbable dada su condición de paria. Todo cambia cuando el chico encuentra por casualidad una lámpara mágica de la que sale un genio que, en este caso, tiene el aspecto de Will Smith. Déjese notar que mientras en la versión original actores blancos dan voz a los personajes orientales, en esta ocasión Disney no ha “blanqueado” la historia. Después del enorme éxito de Black Panther, Hollyood cada vez le tiene menos miedo a que las estrellas de sus películas pertenezcan a minorías raciales.

Los tiempos mandan y la Jasmine de hoy es una princesa resuelta y feminista que se burla del protagonista y reivindica su independencia. Un tono de liberación femenina que es la gran novedad de un filme en el que lo que no cambia, por supuesto, es la famosa banda sonora con canciones de Alan Menken. Existiendo uno antes, busca sus mejores cartas en el reparto, con Will Smith reivindicándose de nuevo como el más marchoso del barrio en unos números musicales hechos a su mayor gloria. Reivindicación del espíritu auténticamente Disney, la magia, la aventura, la ingenuidad y la capacidad de asombro y deslumbramiento ante el mundo y todo eso que la compañía sigue representando con notable éxito. La crítica no está siendo muy generosa con este nuevo Disney. Ya se sabe que el público es otra cosa.

@juansarda