El enorme poder que atesoran en la actualidad las películas de superhéroes en el mundo del cine no se entendería sin aquella X-Men que estrenó Brian Synger en el año 2000 y que arrasó en taquilla. El director de Sospechosos habituales (2000) creó una fórmula que en mayor o menor medida han continuado las grandes superproducciones que han adaptado los cómics de Marvel desde entonces: un reparto que combinaba actores de prestigio con estrellas del momento, un impecable diseño de producción y cierta capacidad para reírse de ellas mismas. La saga, producida por Fox, estuvo a punto de irse al traste por culpa de la ridícula tercera entrega dirigida por Brett Ratner en 2006, pero Matthew Vaughn supo revitalizar a los mutantes en 2011 con una inteligente película de orígenes que se trasladaba a los años 60 y jugaba a ser un filme de espías. Poco después, Brian Synger volvió a la saga para mezclar al casting original con el nuevo gracias a los saltos temporales de la divertida Días del futuro pasado (2014). Sin embargo, X-Men: Apocalipsis (2016), de nuevo con Synger, mostró importantes síntomas de agotamiento.
Hoy se estrena la que vendría a ser la séptima entrega -si no contamos los spin-off protagonizados por Lobezno y Deadpool-, X-Men: Fénix oscura. Dirigida por el Simon Kinberg, detrás de la saga en labores de guionista y producción desde la fatídica entrega de Brett Ratner y debutante en la dirección, la película es además el obligado broche final tras la compra de Fox por parte de Disney y la presumible incorporación de los mutantes al Universo Cinematográfico de Marvel. En cualquier caso, una vez vista la película, resulta complicado creer que estos X-Men pudieran sobrevivir a un producto tan inane como este.
X-Men: Fénix oscura parte de una idea equivocada. Ni el personaje de Jean Grey, al menos en su versión cinematográfica, ni la actriz que la interpreta, Sophie Turner (la Sansa Stark de Juego de Tronos), tuvieron nunca suficiente enjundia como para situarse en el centro del relato. La historia del viaje al lado oscuro de la superheroina resulta monótona y superficial, a pesar del exceso de dramatismo que le imprime Kinberg a la película. Sostenida por diálogos erráticos que dan mil vueltas al manido leitmotiv de que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, la película naufraga en las unas escenas de acción que son incapaces de destacar en ningún aspecto. Es especialmente irritante que el clímax ocurra en un tren, algo ya visto en infinidad de películas y casi siempre con mejores resultados. Lo que sí consigue la película, de manera inaudita, es que hasta una actriz tan sublime como Jessica Chastain esté francamente mal en el papel de villana (aunque habría que decir que está fatalmente escrito por Kinberg).