Miguel Gomes (Lisboa,1972) es una de las voces más personales, inquieta y rompedoras del cine contemporáneo y uno de los mejores representantes del momento de esplendor que vive el cine portugués a nivel creativo, como demuestra la amplia presencia de sus directores en festivales internacionales. Tras la comedia musical A cara que mereces (2004), el relato veraniego entre la ficción y el documental de Aquel querido mes de agosto (2008) y la relectura contemporánea del clásico de Murnau en Tabú (2012), ha sido su magnífico y ácido tríptico sobre la crisis económica, política y social en Portugal, titulado Las mil y una noches (2015), lo que ha acabado por situar al director a la vanguardia del cine de autor. Ahora, Gomes recibe el Premio Luna de Valencia del Festival Cinema Jove, que arranca este viernes su 34 edición con una sección oficial dedicada a directores de menos de 40 años. Con él hablamos de sus inicios en el mundo del cine, de sus años de crítico, de la situación del cine en Portugal y de su nuevo proyecto, Salvajeria.
Pregunta. ¿Qué significa para usted que le concedan el Premio Luna de Valencia?
Respuesta. Es un honor, pero me pregunto si no será algo excesivo. Realmente no he hecho tantas películas como para merecer un premio a la totalidad de mi obra. De manera que intentaré estar a la altura de este premio en el futuro.
P. El galardón va acompañado de una retrospectiva con todos sus largometrajes y dos cortos: Inventário de Natal (2000) y Cântico das criaturas (2006). ¿Por qué estos y no otros?
R. Los responsables del festival me consultaron esta cuestión, pero mi trabajo es hacer películas. La selección de las obras es responsabilidad de los programadores y lo importante es que ellos piensen que es importante compartir mi cine con el público de Valencia. Aunque es cierto que me gustan algunas de mis películas más que otras.
P. Este tipo de premios, que celebran una trayectoria profesional, invitan a echar la vista atrás. ¿Cuándo se enamoró usted del cine?
R. Cuando tenía unos 10 años, me peleé con otros niños porque estaban haciendo bromas mientras veíamos Dumbo. Se reían del elefante y me puse muy nervioso. Pero no sé si ese momento fue trascendental para convertir el cine en un aspecto central de mi vida. En cualquier caso, empecé a percibir muy pronto que el cine es una constelación de películas muy diversas. No me interesa un tipo muy concreto de película, siempre he encontrado nuevos trabajos que me han sorprendido. Quizá por eso cada película que hago es una reacción a la anterior. Estoy muy conectado a esa diversidad del cine y siempre intento hacer algo nuevo.
P. Nunca ha trabajado a partir de guiones muy estrictos. ¿Esto no creo que se lo enseñaran en la Escuela de Superior de Teatro y Cine de Lisboa?
R. No, fue una iniciativa mía. Realmente, mi manera de trabajar no tiene mucho que ver con lo que me enseñaron. Pero lo que he ido descubriendo desde que hago películas es que hay algo tiránico en el cine. Una gran parte del trabajo consiste en intentar controlarlo todo. Recuerdo que en Inventario de Natal estaba rodando un plano en el que había como 20 personas actuando y una niña empezó a llorar porque otro chico le había quitado su triciclo. Eso obligó a que el resto de intérpretes reaccionaran a algo completamente inesperado. Cuando terminé ese plano pensé que el cine también puede ser muy interesante cuando pierdes el control e intentas atrapar, cazar y poner en la película algo inesperado. Mi trabajo consiste tanto en controlar las situaciones como en aprovecharme del caos.
P. ¿Qué aprendió entonces en la Escuela de Cine?
R. Descubrí que lo que se aprendía fuera de la escuela era mucho más divertido. Pero tampoco quiero decir que todo fuera malo. En Aquel querido mes de agosto, mi segundo largo, hay una escena en la que una chica intenta conseguir un papel en la película pero le resulta imposible llegar al director porque hay una jerarquía muy complicada. Eso sí lo aprendes en la escuela, pero es algo que te puede alejar de hacer cine porque es muy aburrido. Lo importante es el deseo de filmar un lugar, personas, una historia…
P. Antes de debutar como director, usted ejerció como crítico. ¿Qué aprendió de aquella época?
R. Me hice crítico porque no fui un alumno muy brillante y nadie me quería contratar como productor, que era el curso específico que había hecho. Y no me extraña porque yo soy un desastre. Se me da mucho mejor desorganizar que organizar. Pero tenía una amiga que era periodista y ella me dijo que había una baja en la sección de cine de su periódico. Me contrataron y estuve cuatro años escribiendo críticas. Pero estoy seguro que fue más útil para mí que para los lectores. No creo que mis textos fueran importantes, pero sí que logré aclarar mis ideas. Hasta entonces tenía una conexión con el cine muy instintiva, pero la escritura me obligó a racionalizar y sistematizar lo que veía. Fue una etapa muy importante para estructurar mi relación con el cine.
P. Cinema Jove, como su propio nombre indica, está dedicado al cine que realizan los cineastas más jóvenes. ¿Se atrevería a darles algún consejo?
R. Me parecería un poco pretencioso dar un consejo general. Cada director es diferente y no creo que haya nada que funcione para todo el mundo. He trabajado con estudiantes que realizaban películas en escuelas de cine, una vez en Francia y otra en Suiza, y fue una una experiencia muy interesante. Yo tenía que acompañarlos y me di cuenta que los consejos que les daba no siempre eran los mismos. Lo único que puedo decir es que cada director tiene la obligación de encontrar su camino.
P. ¿Cómo ve en la actualidad al cine portugués? ¿Qué retos tiene por delante?
R. El cine portugués es muy misterioso. No se hacen más de 10 largometrajes al año, pero la mayoría de ellos son interesantes. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué el cine portugués tiene tanta visibilidad en festivales? Parece que hubiera cierto interés cinéfilo en convertir el cine portugués en una especie de versión romántica del pueblo de Astérix. Hay sin embargo verdad en la calidad, la personalidad y en las idiosincrasias de la cinematografía portuguesa, pero esta verdad está relacionada con nuestro contexto concreto, sobre todo el económico. Es un mercado muy pequeño, de apenas 10 millones de habitantes y a muchos de ellos no les interesa el cine. Por ello no hay opciones de que los directores y productores ganen mucho dinero con su trabajo, pero por lo menos podemos hacer películas más personales y libres.
P. ¿Le interesa el cine que viene de Hollywood?
R. Creo que no está viviendo sus mejores años. El cine clásico del Hollywood dorado es esencial para mí como cinéfilo. Pero los blockbusters que se hacen hoy en día, aunque te confieso que no he visto demasiados, me parecen una tontería. La películas empiezan por la mitad y no terminan. En los años 90, los blockbusters eran más interesantes. Por ejemplo, el cine de John McTiernan o de John Carpenter estaba más cerca del espíritu clásico del cine de Hollywood. Ahora las películas son una sucesión de escenas que no parecen tener nada que ver entre ellas.
P. Su anterior proyecto, Las mil y una noches, se rodó en celuloide. ¿Qué le llevó a adoptar esta decisión tan a la contra con los tiempos digitales en los que vivimos?
R. No me interesa la posibilidad que ofrece el digital de filmar sin límites. Los límites son muy importantes para mí, no quiero estar todo el día rodando la misma escena. Si no logro rodar un plano en tres o cuatro intentos, tengo que reinventar lo que quería hacer y eso me parece muy interesante, al menos es mi manera de trabajar. El digital ha evolucionado mucho en los últimos 10 años, pero la película sigue siendo más competente en muchos aspectos. También tiene que ver con mi experiencia como espectador, ya que las sensaciones son distintas. Con el digital tengo la sensación de que se ve demasiado. Por ejemplo, todas las imperfecciones del rostro de los actores. Pero, desde mi punto de vista, eso no es lo bonito del cine. En el cine no se tiene que ver todo.
P. ¿Qué nos puede contar de su próxima película, Los sertones?
R. Ahora se llama Salvajeria. Es la adaptación de Los sertones, un libro de principios del siglo XX escrito por el brasileño Euclides da Cunha sobre una guerra en el nordeste de Brasil, en un lugar muy desértico y seco, entre el ejército y un grupo de gente conducida por el profeta Antonio Conselheiro. Mario Vargas Llosa también escribió sobre este conflicto en su libro La guerra del fin del mundo, pero yo voy a intentar adaptar la obra de Da Cunha, que es una mezcla de crónica de guerra, tratado de botánica y ensayo teológico y etnográfico. Cuando leí el libro después de acabar Las mil y una noches decidí enseguida que sería mi próxima película. Tenemos el rodaje programado para el próximo año y creo que voy a rodar en el mismo pueblo en el que ocurrió la guerra, en Canudos. E intentaremos estrenar en 2021 si nada nos lo impide, porque la situación en Brasil está ahora mismo un poco complicada.
P. Parece un proyecto ambicioso...
R. Y un poco loco también.