Hay un subgénero de filmes sobre el “regreso a casa”, principalmente en el cine de Estados Unidos, país en el que también es más frecuente que los hijos vivan lejos de los padres. La banda, debut en la dirección de Roberto Bueso, nos cuenta precisamente lo que sucede cuando Edu, un joven valenciano de 25 años interpretado por Gonzalo Fernández, vuelve a su pueblo después de haber pasado unos meses en Londres preparándose para un exigente examen en el conservatorio de música (examen al que, como vemos en la primera secuencia, no se presenta). Ya en España, se reencuentra con su familia y su pandilla para comenzar un romance con una chica que es la ex novia de su mejor amigo. Presentada con éxito en el pasado Festival de Málaga, La banda es un filme sobre sentimientos y personas comunes que acierta a reflejar la realidad en esa zona del Mediterráneo, una existencia marcada por la importancia del grupo de amigos, la vida en la calle o la función de las bandas municipales de música como vertebración de la vida local. Una película con sabor local que además cuenta sentimientos universales como la dificultad para madurar y tomar decisiones trascendentales.
Pregunta. ¿Diría que es una película autobiográfica?
Respuesta. Me siento reconocido en ella, tiene corazón. Cuando estudié cine en la ECAM en seguida me di cuenta de que necesito escribir sobre cosas que conozco. Yo también viví un momento muy parecido al del protagonista, en el que sentí esa distancia de la familia y los amigos. No es una autobiografía en sentido estricto, pero sí son vivencias que tienen mucho que ver conmigo. Después está el retrato de Valencia que es muy concreto porque allí las bandas de pueblo tienen una gran importancia. Las pandillas de amigos se forman en torno a ellas y es muy valenciano ese universo, aunque la historia habla de sentimientos universales.
P. ¿Es un reto dirigir una película en la que no hay asesinatos ni grandes dramas?
R. Hubo algún intento en la fase de escritura de elevar dramáticamente la apuesta, pero no funcionaba. Ni siquiera la historia de los cuernos de la chica con el mejor amigo de su novio acaba de explotar. Me sentía como un extraño llevándolo a un terreno más exagerado. La idea es contar una historia convencional con sencillez y buscando la magia.
P. ¿Por qué el protagonista expresa tan poco sus emociones?
R. Todo lo está viviendo por dentro. Hay un sentimiento de vergüenza porque no quiere volver a Londres, pero eso parece un crimen en su entorno, que le recrimina que quiera quedarse en el pueblo teniendo una oportunidad tan buena. Está en un momento de cambio y no quiere abrir la caja de los truenos sino observar lo que sucede a su alrededor. Después sí hay personajes que dicen la verdad a bocajarro, porque como sucede en todas las familias y pandillas de amigos, hay quien se tira años para contar lo que le pasa y hay quien lo va soltando todo.
P. ¿Cuándo termina la juventud es difícil resituarse en un mundo adulto en el que cambian las jerarquías?
R. Hay una película de Barry Levinson, Diner (1982), en la que vemos eso en el personaje que interpreta Micky O’Rourke. Ha sido el más ligón y el más chulo durante mucho tiempo, pero en determinado momento se da cuenta de que ya no le sirve para nada. Todos los personajes pasan por ese momento de madurez en el que te planteas cosas que hasta entonces no te habías preguntado. Yo conozco a chicos que de repente cambian muchísimo y se van completamente al otro extremo.
P. ¿Cómo fue con trabajar con actores que en su mayoría no son profesionales?
R. La chica (Charlotte Vega) sí es profesional y hay otros tres actores en el filme que también. Al igual que cuando hacía el corto, cayó por su propio peso. Quería personas que conocieran de primera mano esa vida de pueblo de que estás todo el día en la calle y recluté a los protagonistas en las bandas valencianas. He tenido mucha suerte porque funcionan muy bien como pandilla, te los crees mucho. Creo que fue buena idea que hubiera también profesionales porque me daba cuenta de que a los amateurs les daba seguridad. El rodaje fue como una balsa de aceite, a veces me preguntaba si no estaba siendo incluso demasiado tranquilo.