Fue inaugurado el 19 de diciembre de 1912 como un salón sociocultural y como cine en 1923. Su armadura de hierro y su fachada modernista sobrevivieron a la guerra civil, a la decadencia económica, al cine sonoro y al abandono, a partir de los años 60, durante casi veinte años. Situado en la actual calle Santa Isabel de Madrid, en el barrio de Antón Martín, entre tiendas de ultramarinos, bares y fruterías, el cine Doré se levantó en el terreno de un convento-hospital de San Juan de Dios, construido en 1552. Con más de cien años a sus espaldas, su historia es hoy también la historia del cine y de sus espectadores, de todas aquellas personas que, durante años, acudieron a él casi como un acto litúrgico pero también de sus trabajadores, directores, acomodadores, encargados de proyección o traductores.
Hasta él llegó la Filmoteca Española después de deambular por otras salas de Madrid en 1989, hace treinta años. "Resultó que había quien no encontraba digno ni elegante que una entidad dependiente del Ministerio de Cultura estuviera en medio de un mercado, entre pescaderías y carnicerías", recuerda Miguel Marías, director de la filmoteca desde 1986 hasta 1988, testigo de los años de restauración del Doré. "Curiosamente -continúa-, el cine ha sido, entre otras cosas, desde sus comienzos, un comercio, y la primera proyección no fue en un teatro, sino en un café".
Su voz es una de las voces que, coordinadas por Beatriz Rodríguez, recoge El Doré. El cine de los buenos programas, cuyo título forma parte del marco de actividades que durante 2019 celebran las tres décadas de feliz unión entre la sala de cine y la entidad cultural. Junto a él, Josefina Martínez Álvarez, María José Rodríguez Pérez, David Pallol, Antonio García Rayo, Fernando Bernal García, Catherine Gautier y su actual director Carlos Reviriego aportan su testimonio en un volumen que lo abarca todo sobre una de las salas más antiguas de nuestro país.
Desde sus inicios en aquella Madrid de principios de siglo que, enumera la profesora de Historia Contemporánea de la UNED, Josefina Martínez Álvarez, tenía entonces una ópera, un velódromo, dos circos, ocho teatros, un hipódromo, doce frontones y dos plazas de toros. El Salón Doré fue, de hecho, el quinto cine que abrió sus puertas en la ciudad. “Madrid había entrado en la modernidad”. Obra encargada por el empresario Mariano Tejero Ruíz en 1912, aunque se desconoce quién fue el arquitecto que lo llevó a cabo originalmente, sí se sabe que fue reconstruido en 1922 por el arquitecto y crítico teatral, Críspulo Moro Cabeza, y más tarde, en 1984, por Javier Feduchi, galardonado por aquel trabajo con el premio Europa Nostra.
El Don Quijote del francés Camile de Morlhon y La barrera número 13 de Joan María Codina, fueron dos de las primeras películas proyectadas en aquel cine que habría de vivir aquellos años convulsos de la I Guerra Mundial, una guerra civil y la posguerra. A partir de 1932, "los cines y los teatros se convirtieron en epicentros de luchas reivindicativas hasta sufrir su propio infortunio dentro del gran drama nacional: la guerra civil". El Doré se transformó entonces en un refugio donde poder evadirse de las consecuencias de la guerra, con un total de 148 sesiones, y la posguerra para muchos espectadores.
Conocido también como el Palacio de las Pipas, punto de encuentro en el centro de la capital española, por sus salan pasan en la actualidad cada año más de 100.000 espectadores y se proyectan cerca de mil películas. Josetxo Cerdán Los Arcos, catedrático de comunicación audiovisual de la UC3M y director de la filmoteca española, habla en la introducción de El cine de los buenos programas de la importancia de ese “acto de ir al cine” que “resume muchas y muy variadas prácticas culturales y sociales, muchas filias y algunas fobias”. “Se trata de reivindicar otros aspectos menos atendidos: la historia del cine como espacio social”, prosigue.
No en vano, el cine Doré protagonizó en sus propias carnes o salas cinematográficas, el milagro de su resurrección. En decadencia hasta los años 60, década en la que la sala fue abandonada definitivamente a su suerte, fueron los ciudadanos, junto a varios particulares como el periodista Antonio García Rayo, quienes a partir de 1977, solicitaran al Ayuntamiento que se protegiera aquel monumento arquitectónico como bien cultural y se evitara una posible demolición. Para entonces, el cine que llevaba casi dos décadas abandonado estaba en ruinas. "Pero el Doré estaba vivo -señala García Rayo-. Lo comprendí nada más verificar que su esqueleto (de hierro) estaba intacto y que su armazón se sostenía con la fuerza de un héroe de cómic al que le han propinado todos los sopapos y los golpes inimaginables (…) Y también se mantenían incólumes los privados, así llamados por la plebe aficionada madrileña, que había propagado ese dicho de que “al Doré entraban dos y salían tres”.”.
Y puede que no estuviera muy desacertado aquel dicho. Lo cierto es que uno entra en el Doré con sus historias y sale de allí con algún relato más metido en la cabeza. Como el del operador de cámara Juan Carlos Sánchez Lázaro, testigo de sus últimos treinta años o de la responsable de la traducción simultánea en sus primeros años con la Filmoteca, Ana Cristina Iriarte, de quienes da testimonio el crítico de cine, Fernando Bernal García. “La traducción consecutiva de las películas –le cuenta Irirarte al periodista- me permitió conocer a muchas personalidades del cine. De Stanley Donen a Bernardo Bertolucci, pasando por John Malkovich, Vittorio Storaro o Jon Jost”.
Y es que el Doré fue la sala preferida de cineastas como Jost, Boris Lehman, Joseph Morder o Federico Bruno. Entre su programación, recuerda la que fuera su responsable de programación y directora adjunta, Catherine Gautier, no fallaban nunca los éxitos de los clásicos como El mago de Oz, Ladrón de bicicletas o Los cuatrocientos golpes o los “ciclos locomotoras” protagonizados por Billy Wilder, Pasolini, Fellini, Hitchcock, Huston o Kubrick, entre otros. Pero también hubo sorpresas de asistencia como los ciclos de Ritvik Ghatak o Mikio Naruse.
Junto a ellos, no podía faltar tampoco la presencia de Pedro Almodóvar que regresó a la Filmoteca de la mano de Carlos Reviriego, su actual adjunto a la dirección y director de programación. El director manchego fue el protagonista de una retrospectiva que duró un mes por la que pasaron actores como Penélope Cruz, Javier Cámara, Blanca Portillo o Fele Martínez. Tiempo después, el Doré se convertiría en escenario de Dolor y Gloria, cuyo título se estrenó también en aquella sala el pasado mes de marzo.
Anécdotas, muchas, se encierran entre estas cuatro paredes como la que cuenta Reviriego del cineasta chino Wang Bing. "Dijo que, en el mismo instante en que entró en la sala, se sintió trasladado a su infancia en Xi'an. 'Había en mi barrio un cine muy similar... los colores, los detalles... es tan hermoso', me tradujo su asistente". Meses después el director estrenaría mundialmente en Filmoteca Española Beauty Lives in Freedom. Junto a ellos Laurie Anderson, Carlos Saura, Federico Bruno, Stanley Donen, Marion Hänsel, Stanley Kubrick, John Malkovich se han dejado seducir por esta pequeña gran sala de cine, otrora Palacio de pipas, situada, como las grandes historias, entre puestos de carnicerías y pescaderías.