En su célebre e hipercitado arranque de Anna Karenina, Tolstoi dice eso de que las familias felices son todas iguales y las infelices lo son cada una a su manera. Si no se pudiera escribir sobre familias felices, como pronosticó el gran autor ruso, buena parte del cine con vocación de llegar al gran público producido en Estados Unidos y en Europa no existiría. Sin embargo, hay muchísimas de este tipo. Este niño necesita aire fresco, dirigida por Caroline Link, cuenta la infancia de Hape Kerkeling, uno de los humoristas más famosos de Alemania, en los años 60 y 70. En este caso, más que de familia feliz podríamos hablar de un intermedio pues los primeros años del actor quedaron oscurecidos por el suicidio de su madre, una mujer que sufría fuertes depresiones. El pequeño Hans Peter, en la película siempre le llaman así, tuvo que irse a vivir con sus abuelos porque el trabajo del padre no le permiten encargarse de él y su hermano.
La película tiene varios puntos en común con un reciente éxito de la cinematografía francesa como aquella Guillaume y los chicos… a la mesa (2013, Guillaume Galienne) en la que veíamos la adolescencia de un joven afeminado y talentoso capaz de hacer reír a todos los que tiene a su alrededor. Aquí solo conocemos a Kerkeling siendo un niño en una película que a pesar de la tragedia materna mantiene en todo momento ese tono “good feeling” que muchas veces triunfa en las taquillas. En este caso, el filme se ha convertido en un éxito enorme en Alemania con más de tres millones de espectadores que quizá se han visto reconocidos en la familia del humorista. Una familia arquetípicamente alemana en la que sobresalen las figuras fuertes de las abuelas, la primera una mujer libre que le dice a su nieto que siempre haga lo que quiera sin pensar en el qué dirán, y la otra, una buena samaritana con demasiada tendencia a decir siempre la verdad que se ocupa del pobre Hans Peter y su hermano mayor a pesar de los años y los achaques.
Ambientada en los años 60 en una Alemania muy marcada aún por las heridas de la II Guerra Mundial, Este niño necesita aire fresco es una película de superación al uso en la que su joven protagonista, el divertido Hans Peter, cuya facilidad para imitar a la gente hace las delicias de todos, debe enfrentarse al descubrimiento temprano de su homosexualidad y soportar las burlas de sus compañeros por su afición a disfrazarse de mujer. La suerte del niño es que crece en una familia en la que se aplauden sus ocurrencias y donde no se le castiga por sus extravagancias. Conocemos a la directora, Caroline Link, por otros dramas familiares como En un lugar de África (2001) o Exit Marrakech (2013), que tienen un tono menos festivo y alegre que este filme que viene a ser una exaltación de las virtudes sencillas del alemán medio.
A pesar de algunas concesiones a la galería en forma de alarde sentimental un tanto excesivo (el propio final), Link consigue que su película tenga vida y no se quede en la comedieta ñoña que a veces da la impresión de ser. Canto a la alegría de vivir y a las virtudes de la tolerancia, Este niño necesita aire fresco funciona sobre todo gracias a unos personajes bien dibujados, empezando por ese niño interpretado por Julius Weckauf que consigue el pequeño milagro de ser gracioso sin ser un repelente, y continuando por los padres, los abuelos, los tíos y los primos de una abundante y festiva familia que en pantalla parece real y verosímil. Sin entrar en el fondo más trágico el asunto, además del esmerado grupo humano que refleja el filme también vemos un interesante retrato de la Alemania de posguerra, donde las cicatrices y los horrores vividos durante la época nazi dejaron como mínimo a un par de generaciones traumatizadas.