En el arranque de Lo que arde vemos cómo dos bulldozers, en plena noche, arrancan varios eucaliptos que caen con violencia sobre la tierra. El impactante sonido ambiental se desvanece cuando los faros de los vehículos se topan con un especimen enorme, centenario, cuyo tronco se retuerce en una suerte de horror expresionista, y el silencio da paso a los primeros acordes del desasosegante Cum dederit de Vivaldi. Mientras la voz del contratenor va creciendo, la secuencia cambia a otra protagonizada por un voluminoso expediente penal (el árbol caído convertido en papel) que va pasando de mano en mano entre funcionarios y que, según escuchamos, pertenece a Amador, el pirómano de la Sierra da Ancares, al que van a soltar. Lo siguiente que vemos es al excarcelado (el papel transmutado en carne) en el autobús que le conduce a casa, absorto en el paisaje hasta que fija su mirada en un camión cisterna que parece el presagio de la fatalidad.
En este comienzo tan poético, uno de los más bellos del cine reciente, ya están todos los temas que aborda el filme de Oliver Laxe (París, 1982), premiado en Cannes: la agonía de la naturaleza y lo rural en el mundo moderno, la simplificación del enorme problema de los incendios en la figura del pirómano, el vacío semántico de la palabra reinserción y la imposibilidad de escapar al destino.
A partir de aquí, la cámara se centra en la relación entre Amador y su madre Benedicta –enorme trabajo de la debutante Benedicta Sánchez a sus 84 años–, cuya capacidad de amar y perdonar a su hijo –“¿Tienes hambre?” es lo primero que le pregunta– es el centro humanista del relato. Ambos viven aislados en las montañas y durante buena parte del metraje, el filme es un retrato profundo y emotivo del microcosmos de los Ancares. Eso no impide que el drama evolucione al ritmo de las estaciones hasta estallar en verano en un fuego catárquico.
Con una puesta en escena artificiosamente naturalista y una potencia visual brutal en el último tercio, Laxe construye un filme que, pese a su aparente simpleza, consigue encontrar la épica donde menos se la espera. Imprescindible.