'El faro': el show de Pattinson y Dafoe
Ver a ambas estrellas revolcarse por el fango en la segunda película de Robert Eggers procura verdadero gozo
10 enero, 2020 08:58Hace cuatro años, el cineasta Robert Eggers (New Hampshire, 1983) conquistó a la crítica mundial con La bruja, en la que proponía una suerte de relectura de las historias de brujas anglosajonas para brindar una estimulante película de “terror qualité”. En la estela de otro renovador del género como Ari Aster, en lo que se ha dado en llamar “horror folk” por basar su argumento e imaginario en antiguas leyendas populares, Eggers regresa a las pantallas con El faro, ejercicio autoral aun más arriesgado que su primera película, al centrar toda la carga sobre las espaldas de dos únicos protagonistas y un único escenario, ese faro del título en el que transcurre la acción a finales del siglo XIX.
En La bruja ya demostró Eggers su capacidad para crear imágenes originales que conjugasen la fantasía con la realidad de manera inquietante y realista en un universo en el que las viejas leyendas adquieren un aspecto siniestro y delirante, como si reflejaran construcciones mentales. Si lo más interesante de aquella película era que nos mostraba “cómo veían” los antiguos el mundo, en El faro el director vuelve a jugar con el punto de vista para contarnos la historia desde el lugar del más joven en la pareja protagonista. La película cuenta el deterioro de la relación entre dos hombres de distintas generaciones como Thomas (Willem Dafoe) y Winslow (Robert Pattinson), obligados a convivir en difíciles circunstancias en un remoto faro. El primero, gruñón y caprichoso, el segundo, misterioso y huidizo, poco a poco van confraternizando hasta que, de borrachera en borrachera, alcanzan una insoportable intimidad. Todo ello, rodado en blanco y negro y con abundantes imágenes de sirenas saliendo del mar o de juegos de luces desquiciados que reflejan la psique del protagonista.
Lo mejor de El faro, y no es poco, es el duelo interpretativo entre dos grandes actores, Dafoe y Pattinson, que se entregan a fondo más el uno al otro que a sus propios personajes, como si pretendieran crear una tensión eléctrica entre ambos que diera cuerpo a la película. La puesta en escena es original y deslumbrante y por momentos procura verdadero gozo ver a ambas estrellas revolcarse por el fango en una película que trata sobre los males de la soledad pero también sobre los límites a los que se expone cualquier relación. Los elementos místicos, acabando por esa última imagen fetal de Pattinson, añaden un elemento sobrenatural y por momentos algo pedante a una historia de aires trascendentales que pretende hablar sobre el origen mismo de lo que significa ser humano y los misterios de la identidad porque quizá no podemos ser sino a través de los otros.