A sus 85 años, Gonzalo Suárez recibirá este sábado 11 de enero la Medalla de Oro que concede EGEDA durante la gala de los Premios Forqué. El veterano director recoge así un premio que distingue una trayectoria distinguida como pocas en la que ha logrado crear un universo propio donde siempre han convivido lo real con lo imaginado y lo cinematográfico con lo literario. Es autor de algunas grandes películas del cine español, empezando por aquella Ditirambo (1969) que protagonizaba él mismo en la piel de un detective adusto y honesto que dio comienzo a un imaginario en el que el mito se solapa con la realidad.

Cineasta arriesgado y vanguardista, Suárez “fracasó” con películas de corte experimental como El extraño caso del doctor Fausto (1969) o Aoom (1970), que generaron cierta incomprensión pero le granjearon la admiración y estima de Sam Peckinpah, su “perro hermano”. Con fama de “raro” y de marginal, Suárez ha sido un cineasta y escritor prolífico que siempre ha teñido sus historias de humor surrealista y muy personal. Ahí están comedias como Reina Zanahoria (1977), La reina anónima (1992) o su última producción de ficción hasta la fecha, Oviedo Express (2007). Más que adaptar, Suárez se ha dedicado a interpretar los grandes clásicos como hemos visto en filmes como ese Doctor Fausto mencionado en el que ofrece una visión muy personal del mito creador por Marlowe a principios del siglo XVII, el Frankenstein de Remando al viento (1988), quizá su película más popular, por la que le dieron un Goya, o Don Juan en Don Juan en los infiernos (1991).

Como autor literario, Suárez acaba de publicar en Alfaguara La musa intrusa, una “nouvelle” en la que mezcla recuerdos personales con una historia detectivesca muy de su gusto en la que él mismo recupera su antigua profesión de reportero para investigar, nada menos, que el asesinato del padre de Hamlet. En la primera parte del libro el autor recuerda, de manera deliciosa, sus contactos con lo sobrenatural a través de una vidente llamada Pepita o sus sesiones de espiritismo, su amistad con Peckinpah, un hombre que tendría un profundo impacto en su vida y del que destaca su humanidad pero también sus instintos agresivos, o su relación con Helenio Herrera, famoso entrenador de fútbol con el que su madre convivió durante muchos años después de que se rompiera el matrimonio de sus padres. Como autor, Suárez ha publicado varias novelas como Operación Doble Dos (1974), El asesino triste (1994) o los relatos breves de Las fuentes del Nilo (2011). Creador inagotable, perfectamente lúcido y elegante como siempre, la entrevista sucede en un elegante restaurante cercano al Palacio Real, al lado de su casa.

Pregunta. ¿Preferiría que los productores le dieran una medalla o le produjeran una película?

Respuesta. Preferiría que me produjeran una película pero no cualquier película. Con Enrique Cerezo hubo un tanteo y no nos pusimos de acuerdo en el tema. Hay algunas películas que me gustaría hacer aunque tampoco quiero volver al pasado. En esa dimensión de guiones sin rodar voy a competir con Orson Welles, no en dimensiones pero como él tengo en un baúl una alarmante cantidad de guiones que en su momento parecía que estaban a punto de rodarse y que por H o por B acabaron no haciéndose. Quisiera hacer un determinado tipo de cine. Eso sí, cuando pienso en los noes que he dicho por sutilezas que ahora diría que sí o pelearía por cambiar...

"Como Orson Welles, tengo en un baúl una alarmante cantidad de guiones que nunca se han rodado"

P. ¿Le fastidia hacerse mayor?

R. Sí, me fastidia envejecer porque no aprendo nada. Mientras tengas cuestiones por resolver estás vivo. La vejez, contrariamente a lo que se cree, no aporta sabiduría. A no ser que se entienda por sabiduría a acumulación de cultura. Los pensamientos totalitarios como Vox que creen que lo saben todo, ¿qué coño saben? Tampoco es mi caso porque si bien he leído mucho también tengo una capacidad increíble de olvidar. La edad es una mierda, yo no le veo ninguna ventaja. A mí lo que me gustaría es estar detrás de un balón todavía como Messi, que es mi jugador preferido.

P. ¿A qué películas dijo que no y le gustaría haber hecho?

R. Con Andrés Vicente Gómez iba a hacer, y ya tenía los billetes para Túnez, El temblor de la falsificación de Patricia Highsmith, que es un libro muy interesante. El problema es que yo la veía como un sucedáneo de El Extranjero de Camus. Al final la persona es el último reducto de la visión universal, superadas estas miserias con que nos enfrentamos unos a otros en nombre de banderas. Por eso, creo que la quintaesencia es la persona. Yo escribo para una persona, no escribo para el público, pero pienso en una persona intangible, mujer, hombre… no tengo una sensación de estar hablando a una multitud. No me siento gregario.

P. ¿Dónde encuentra la convergencia entre literatura y cine?

R. A mí siempre me han reprochado con razón que mis películas son literarias, pues sí, son literarias. En realidad, todas las películas son literarias porque parten de un guión. Unas pretenden parecerse más a la vida misma y otras a temáticas más reconocibles. Y también son pictóricas. La música no es mi mayor especialidad pero el cine precisamente es la fusión de todas las artes porque potencialmente tiene esa posibilidad. Pero no deja de ser literario porque no creo que haya ninguna película que sea como la vida misma ni que la vida misma se deje retratar. En cuanto nombras a la vida, se va. Ya es otra cosa, es literatura, cine, pintura… ahí es donde empieza algo tan esencial, como decía Camus, “solo a los idiotas les basta la vida”.

P. ¿Se considera escritor, director de cine o artista?

R. No me he identificado con ninguna profesión pero lo que sí he hecho constantemente desde la niñez ha sido escribir. Escribir porque era el medio y sigue siendo el último reducto de libertad, otra cosa es que te lo publiquen, pero en la pantalla en blanco puedes proyectarte sin ninguna coacción que no te impongas a ti mismo. Escribir es como el boxeador con su sombra. Lo malo y lo peor es que al final te gana la sombra, acabas estrellándote y cayendo al suelo.

P. ¿Le fastidia que siempre tilden sus películas de “raras”?

R. Yo no me explico por qué las encuentran raras. Hay algunas que no entiendo en qué consiste su rareza. Véase El portero (2000), es una película que me sorprende a mí mismo porque me apliqué a evitar cualquier simbolismo, los evito porque no los busco ni los quiero, lo que pasa es que la gente está mal acostumbrada. Yo no busco ni quiero simbolismos, pero así lo interpretan. Y perdón por utilizar la expresión “la gente” porque nadie se considera gente. Hoy solo se va a ver películas que la gente ya sabe de qué van. Antaño existía ese chiste del acomodador al que no le daban propina y le decía por lo bajini al espectador la identidad del asesino. Ahora ya todos sabemos que el asesino es el mayordomo y la gente va a ver cómo asesina. Ha cambiado todo y es bueno que todo cambie pero sigo sin entender muy bien por qué se me llama raro cuando no busco esa rareza, ni siquiera en mis libros. Doble Dos fue una novela que en su momento se acogió como una ruptura con el naturalismo. Yo soy un autor de letra pequeña, como en esos contratos que hay que leer la pequeña. Y la verdad, no sé por qué.

P. ¿Es realista la realidad?

R. En el momento en el que tú haces una película, ¿dónde está el realismo? Queramos o no es una reconstrucción teatral. Eso con respecto al cine y con respecto a la literatura es lo mismo. Los hay que tratan de ser contables de lo que pasa aunque yo creo que es interesante aventurarse más allá de lo que aparentemente es. Efectivamente, la realidad es inasible, continuamente los científicos, que se van desdiciendo conforme avanzan, confirman que la realidad si la cazas la matas. Lo que me gusta del cine es que tiene la posibilidad de fotografiar el pájaro que vuela sin matarlo. Lo que busco en el cine es, como el doctor Fausto, detener el tiempo. Es la primera vez que puede hacerse desde que en las cuevas prehistóricas dibujaban los animales en pleno movimiento. Dicen que eran como contables de la cacería pero no, yo creo que trataban de detener ese misterio que el movimiento hace tan fugaz. El cine tiene esa posibilidad mentirosa porque son 24 imágenes fijas por segundo que nos dan la impresión de movimiento, pero el movimiento no se puede captar y el movimiento es el tiempo, es la transfiguración continua de la realidad. Hay una cosa que es flagrante. Por fortuna, sabemos que la tierra es redonda pero seguimos viviendo como si fuera plana. Esa hipocresía de base, esa falacia, la mantenemos y la reclamamos como sinónimo de realidad.

De Godard el "insoportable" a las "películas miméticas"

P. ¿Por qué dice en La musa intrusa que el cine es su “ciudad extranjera favorita”?

R. Por su poder de seducción puede llegar a ser el castillo de irás y no volverás. Un lugar con un potencial mágico en el que confluyen los sueños y una peligrosa trampa cuando pretende suplantar la realidad. De ahí que lo considere una ciudad extranjera que descubro pero no me quedo en ella. 

P. ¿Ha muerto el cine de autor tal y como se entendía en el siglo XX?

R. Ahora nadie sabe quién es Bergman ni esperamos una película suya o el equivalente. El cine de autor ha dado coñazos importantes pero un cine sin autor se vuelve mimético, repetitivo, y quizás tiene una virtud, lo olvidas al día siguiente. En cuanto me descuido me he olvidado de la película que he ido a ver. Lo que pasa ahora es que hay mucho mimetismo, las películas se parecen mucho unas a otras.

"Las series han puesto de manifiesto la importancia del guionista. Cada capítulo lo dirige un director distinto y ni lo notas"

P. ¿Hay un solo autor detrás de una película o es una obra colectiva?

R. El director de carrera ha existido cuando había industria. Y a veces los resultados eran buenísimos. En las películas hollywoodienses había personajes como Howard Hawks, que hacía género y era fantástico. Dominaba el entretenimiento y las películas tenían su marchamo. No era un intelectual ni falta que hace. La famosa escuela de la Nouvelle Vague, quitando dos o tres excepciones, no me gusta. Godard por ejemplo me parece insoportable y tampoco me gustaba Antonioni. Los de Cahiers du Cinema eran unos gilipollas importantes y probablemente eso pasa con todo lo que es una corte, un grupo. Azcona decía que en una dinámica de grupo, en los coloquios famosos, a veces, hay un grupo en el que el nivel es alto y en cuanto habla el más tonto, coge el nivel del más tonto. Hay un proverbio japonés que dice que al clavo que sobresale se le machaca. Se iguala todo por lo bajo.

P. ¿Y qué le parece el auge de las series?

R. Ha puesto de manifiesto que el guionista es muy importante y en las series cada capítulo está dirigido por un director distinto y ni lo notas. Los estudiosos de cine han atribuido con una simpleza bárbara al director todo lo que era una película y se saltaban todo el proceso que realmente, una vez más, les llevaba a una génesis más literaria. El problema del cine de autor es cuando no hay autor. ¿Se ha convertido en un género o qué?

Del franquismo a la democracia

P. ¿Cómo recuerda esa Barcelona de los años 60 en los que dice que pasó sus mejores años?

R. París era la libertad donde veías las películas, un lugar en el que al menos la cultura tenía un sentido. Los mejores años de nuestra vida pasaron en Barcelona, mis hijos nacieron allí... Estaba al lado de una frontera donde corría aire europeo, todavía existía la cultura, a diferencia de un Madrid que era muy sórdido, era de una sordidez espantosa. En aquel momento Francia era la meca, donde todavía se podía uno expresar. Yo me había obstinado en poderme autoexiliar a Francia, incluso en vez de hacer las milicias universitarias, que se hacían en verano, hice el servicio voluntario militar, elegir destino y hacerlo del tirón, el tirón eran dos años. Fueron dos años muy duros e inútiles. Lo único que recuerdo con intensidad es el olor a pies.

P. Cuando murió Franco y llegó la democracia, ¿esperaba que España se convirtiera en un país mejor que el que es hoy?

R. El problema de las respuestas en las entrevistas es que luego sale una frase taxativa. La respuesta es no aunque iba a decir que sí, porque uno siempre espera, “feliz año nuevo”. Lo que sí esperaba es que el país no fuera a peor. Tenemos que tener en cuenta que todavía podría ser peor. Hay aspectos de convivencia recuperables y que están funcionando. Eso de “virgencita que me quede como estoy”. No es conformismo pero empiezo a dudar mucho de los utopías porque cualquier tiempo pasado no fue mejor cuando ha durado siglos y no hemos encontrado fórmulas mejores. Pero es muy sospechoso que también cualquier tiempo futuro será mejor, mejor depende de dónde nazcas, en qué grupo, en qué estatus…

"Lo que de verdad uniría a todos los habitantes de la tierra sería una invasión extraterrestre"

P. ¿Vivimos tiempos crispados?

R. Ahora estamos en un momento en el que vemos cómo a Trump una guerra no le importa, incluso puede soltar una lágrima que se desliza por la mejilla. La guerra encubre a los dictadores y les da lo que buscan. La potencia del patriotismo exacerbado. Lo que de verdad uniría a todos los habitantes de la tierra sería una invasión extraterrestre y que fueran todos malos porque probablemente vendrían con un subterfugio. Lo único que une es el enemigo común porque somos maniqueos, somos malos. Eso pasa también extrapolado al arte, al teatro, al cine. Es una rentabilidad que no he buscado nunca. Me decía Juan Antonio Bardem que este es el país de uno contra otro, no hay término medio. Siempre es contra quién haces algo y en este aspecto es un país muy miserable. Si lo haces, tienen que encasillarlo en algo que hay dos opciones. Y eso se lleva a todos los extremos, en la política es asombroso cómo se tratan. Son funcionarios que hemos elegido para que arreglen cosas, no para que se peguen entre ellos.

Los monstruos y las musas

P. ¿Ve sus antiguas películas?

R. No veo ninguna salvo que se la enseñe a alguno de mis nietos. Les enseñé Reina zanahoria (1977) porque era divertida y el mayor ha presentado en su colegio Remando al viento.

P. ¿Ha sido Remando al viento su mayor éxito?

R. No le gustaba al productor. Con el tiempo, es increíble, la proyectan en las escuelas y universidades de todo el mundo. Es una película que ha crecido como la presentación del romanticismo. Desde luego ha sido la más exitosa, no tanto de taquilla, aunque estuvo en los Renoir de Madrid casi tres años. Fue una suerte contar con Hugh Grant, era un inglés prototípico. Tenía un lado más femenino que Daniel Day Lewis, que era el que me proponían. Pero me gustaba más Grant porque veía más a Byron y opté por él aunque en ese momento no tenía el éxito que tiene ahora.

P. En las páginas de La musa intrusa leemos cómo diversos tiempos históricos se superponen y parece como que suceden a la vez. ¿El tiempo es una percepción mental como dicen los científicos?

R. Tengo la impresión de que vivimos un presente continuo. Todo sucede en un solo instante. Esa es mi percepción. Tan engañosa y contradictoria como el hecho de saber que la tierra es redonda y rueda en espacios siderales y seguir viviendo como si fuera plana. En definitiva, el Tiempo es el gran misterio y me temo que no tengamos espacio ni tiempo para dilucidarlo en esta entrevista.

P. Acaba el libro con un recuerdo de Fausto, el perro de su padre, el mito al que le ha dedicado una película y cita con frecuencia. ¿Es Fausto su Rosebud?

R. No, no lo diría. Según Gore Vidal, “Rosebud” era para el magnate de la prensa Hearts el clítoris de su amante la actriz Marion Davis. No me inspira especialmente esa referencia. Tampoco añoro ya ningún juguete de mi infancia como el trineo de Ciudadano Kane. Prefiero quedarme con la alusión a las palabras con las que, según el contrato con Mefistófeles, el Doctor Fausto condenaría su alma cuando satisfecho de sí mismo dijera eso de “tiempo detente”. Pero no me identifico con ninguna de esas acepciones.

P. ¿Cree de alguna manera en la reencarnación?

R. En la reencarnación del yo, no. Si acaso, sería más bien panteísta. Aunque últimamente hay una mosca que me persigue y no me atrevo a matarla por si, como decía Gila, es la reencarnación de mi tío Roberto que era piloto de Iberia.

P. ¿De qué manera la creación del creador transforma su propia vida? ¿Se convierte en una especie de profecía autocumplida?

R. Bueno, la palabra creador es tan excesiva y pretenciosa como los propios presuntos creadores. Pintar, componer música, escribir o incluso hacer cine puede convocar en ocasiones eso que llamamos arte. Pero esas actividades no garantizan por sí mismas que uno sea un artista por el hecho de ejercerlas, aunque se tenga la experiencia y el dominio técnico. Lo que nos transforma la vida es la voluntad diaria de seguir viviendo.

"Pintar, componer música, escribir o incluso hacer cine no garantiza que uno sea un artista"

P. ¿Cree que el cine y la figura de Sam Peckinpah ha tenido alguna influencia directa en su obra?

R. Los libros, las películas, la pintura, determinados deportes, algunos lugares, algunos imaginarios, muchas personas, algunas soñadas, mi padre, mis amigos y, entre ellos, Sam Peckinpah que me enseñó hasta qué punto las alfombras rojas hollywoodienses nada tenían que ver con las alfombras voladoras de las Mil y Una Noches.

P. ¿Por qué decide cerrar La musa intrusa con el mito de Hamlet?

R. Es un personaje que me apasiona tanto como el príncipe de 'El Idiota'. Me identifico por igual con los dos. Aunque ahora estoy más cerca del Próspero de 'La Tempestad', que interpreté a los diecisiete años con barba postiza cuando iniciaba una exitosa carrera de actor que, afortunadamente, abandoné a tiempo, tras alguna que otra intervención en el cine, como la de ¿Qué he hecho para merecer esto?, de Almodóvar.   

P. ¿Por qué cree que se movía el vaso con el que hacía espiritismo con su familia?

R. Los dedos y la disponibilidad de un grupo. Desde aquella experiencia, sólo uso los vasos para beber vino. Ese es el genio de la botella.

P. ¿Alguna vez se ha despertado y no se ha visto en el espejo como describía el vaso el terror?

R. Siguiendo el consejo de John Huston, hace tiempo que no bebo whisky.

@juansarda