1917, la nueva película bélica de Sam Mendes tras su incursión en el género hace 15 años con Jarhead –un filme diametralmente opuesto a este–, nos traslada a las trincheras de la Primera Guerra Mundial para contarnos la peripecia de dos jóvenes soldados británicos, el cabo Schofield (George MacKay) y el cabo Blake (Dean-Charles Chapman). Ambos reciben la orden de afrontar una complicada misión contrarreloj: deben cruzar la tierra de nadie, ese barrizal infernal e inmundo que separa las trincheras de uno y otro bando, lleno de cadáveres, ratas, alambradas, minas y socavones provocados por las bombas, e internarse en territorio enemigo para llevar una carta al general Mackenzie (Benedict Cumberbatch), que se dispone a caer en una trampa de los alemanes que puede significar la aniquilación de 1.600 hombres, entre ellos el hermano mayor del propio cabo Blake. "En esta película, quería acompañar a los protagonistas en cada paso que dieran y en cada aliento que tomaran", ha explicado Mendes durante la promoción de la película. "El director de fotografía Roger Deakins y yo hablamos mucho sobre cómo filmar de modo que el público se sintiera lo más inmerso posible en la acción. La diseñamos para acercar a los espectadores a la experiencia de los protagonistas".

El filme, en este sentido, opta por una narración en tiempo real a través de un impresionante y magistral plano secuencia de casi dos horas que supone uno de los ejercicios visuales más virtuosos de la historia del cine. No es, sin embargo, la primera película que recurre a este dispositivo formal. El pionero fue probablemente Alfred Hitchcock con la seminal La soga (1948), pero desde entonces ha habido infinidad de ejemplos, como la monumental El arca rusa (2002) de Alexandr Sokurov, en la que recorríamos 33 habitaciones del museo Hermitage de San Petersburgo en compañía de unos 2.000 actores y figurantes y en la que aparecían tres orquestas. O Birdman (2014), por la que Alejandro González Iñárritu ganó el Óscar a la mejor película. E incluso la alemana Victoria (Sebastian Schipper, 2015), en la que la actriz española Laia Costa interpretaba a una erasmus española durante una salvaje y violenta noche de fiesta por Berlín.

Trucado, pero magistral

Digámoslo claro para que no haya malentendidos: el plano secuencia de 1917 está trucado, con varios cortes que pasan inadvertidos –aunque se puede intuir donde se ha aplicado la tijera–. Esto no le quita ni un ápice de mérito o efectividad al complejo artificio que ha desarrollado el director británico de la mano de Deakins, colaborador habitual de los Coen y ganador del Óscar por Blade Runner 2048, y de Lee Smith, montador de Peter Weir o Christopher Nolan y también premiado por la Academia de Hollywood. Entre sus grandes logros se encuentra la capacidad de la cámara de atrapar en medios y primeros planos la subjetividad de los personajes y, al tiempo, con fluidez y elegancia, de alejarse para ofrecer una gran panorámica de los acontecimientos.

La película se creó a partir de una serie de tomas largas que se debían rodar con absoluta precisión para más tarde poder unir sin fisuras los fotogramas en la pantalla –cuando los personajes cruzan una puerta o entran en un búnker, por ejemplo–. Esto requería de una sofisticada preparación previa, además de interminables ensayos con los actores. Entre las dificultades a las que se enfrentó el equipo, estaba la necesidad de rodar solo cuando el cielo estuviera nublado para mantener la continuidad de la luz o la obligación de que el equipo técnico estuviera alejado de la acción para que la cámara Alexa Mini LF, diseñada expresamente para la ocasión, pudiera rodar a 360º.

Dicho esto, lo mejor es olvidarse del dispositivo formal para no caer en el error de buscarle las costuras durante todo el metraje. 1917 es una película en la que hay que dejarse llevar por el sensacional sentido de la aventura que despliega y por el crescendo emocional que desarrolla. Más que a cualquier otro filme bélico, la película con la que guarda más relación es Gravity (2013), de Alfonso Cuarón –otro maestro del plano secuencia–, ya que, salvando las distancias de sus respectivos géneros, ambas ponen el prodigio técnico al servicio de unos personajes que en un entorno absolutamente hostil no solo tienen que lidiar con lo inmediato sino también con los traumas personales y el sentido del deber y la supervivencia.

Para montar la narrativa del filme, Mendes se inspiró en las historias que le contaba su abuelo sobre la contienda. “Este filme, sin embargo, no es una historia sobre mi abuelo, sino más bien sobre su espíritu, sobre lo que estos hombres tuvieron que pasar durante aquellos años, sus sacrificios, la sensación de creer en algo más grande que uno mismo”, explica el director.

Secundarios de altura

Al igual que la sorprendente Sandra Bullock de Gravity, tanto George McKay –visto anteriormente en Captain Fantastic (Matt Ross, 2016)– como Dean-Charles Chapman –el Tommen de Juego de Tronos– se adueñan de la película por encima de cualquier otro elemento gracias a sus convincentes, intensas y entregadas actuaciones, a las que se les suponen una gran complejidad al tener que sincronizarse con la cámara. Ambos están además apoyados por un plantel de secundarios de altura que en sus cortas apariciones dan empaque a la película: Colin Firth, el mencionado Benedict Cumberbatch, Mark Strong, Andrew Scott, Richard Madden…

Desde Senderos de Gloria (1957), de Kubrick, no habíamos tenido una incursión en las trincheras tan impactante como la del comienzo de esta película, cuyas imágenes también nos traen a la mente otros clásicos bélicos como Salvar al soldado Ryan o La chaqueta metálica. 1917 carece del exacerbado patrioterismo de la primera y del crudo antibelicismo de la segunda, pero es un espectáculo de primer orden que desde hoy será estudiado en todas las escuelas de cine.

@JavierYusteTosi