La carrera del director chino Wang Quan’an (Shanxi, 1965) ha estado fuertemente vinculada al Festival de Berlín desde que estrenara en la sección Panorama en 2004 su segunda película, La historia de Ermei. En su siguiente aparición en el certamen alemán, en 2007, el jurado presidido por Paul Schrader decidió concederle el Oso de Oro por La boda de Tuya, un emocionante y sensible drama ambientado en la Mongolia profunda sobre los sacrificios que debe acometer una joven pastora para sacar adelante a su familia. Esta inesperada pero justa distinción, en una edición en la que competían grandes directores como Park Chan-wook, Jirí Menzel, François Ozon o Billie August, se justificaba en la humildad de una propuesta de la que emanaba un profundo humanismo imbuido de una poderosa épica rural.
Posteriormente, la Berlinale le concedió a Wang el privilegio de inaugurar su 60 edición con su cuarta película, Separados, juntos (2010), que conseguiría alzarse con el premio al mejor guion gracias a otro dechado de sensibilidad y sutileza en el retrato de una pareja que se reencuentra tras permanecer 50 años separados. “Para mí el cine es sobre todo una forma de expresión y de comunicación”, señala a El Cultural el director. “Me alegra que mis películas gusten al público, ya sea en Europa, en China o en Estados Unidos, y que reciban premios porque son incentivos para seguir haciendo cine”.
La Espiga de Oro de la Seminci que conquistó en 2019 por El huevo del dinosaurio, película que estrena este viernes en España, le ha debido servir de aliciente para continuar en una profesión que le había proporcionado también ciertos sinsabores en los últimos años. El director llevaba cerca de una década sin una nueva entrega por ciertas desavenencias con el gobierno de su país tras el estreno de White Deer Plain (2011), la adaptación de un clásico de la literatura china de Chen Zhongshi sobre las disputas por la propiedad de la tierra de dos familias al final de la época imperial. “Me vi obligado a prescindir de una parte importante de los contenidos del filme por culpa de la censura. Esto, junto con el hecho de que en la China actual imperen películas sumamente comerciales, hizo que durante mucho tiempo perdiera interés en hacer cine”.
"Vivimos en un entorno natural que siempre oscila entre lo ordinario y lo peligroso, entre la vida y la muerte"
En El huevo del dinosaurio, Wang Quan’an ha regresado a los paisajes mongoles de su obra más celebrada, La boda de Tuya, pero ha insuflado a aquellos ambientes de estepas desiertas y cielos de una belleza asombrosa nuevas energías y ambiciones estéticas. Solo hay que atender al impactante arranque de la película: un hipnótico viaje nocturno rodado desde el frontal de un todoterrono, con dos faros iluminando una sucesión infinita de matorrales y maleza y dos voces en off hablando sobre asuntos triviales, hasta que aparece el cuerpo desnudo y sin vida de una mujer, y el vehículo para de golpe y retrocede como si fuera un animal asustado. “Esta escena pretende revelar que vivimos en un entorno natural que siempre oscila entre lo ordinario y lo peligroso, en el que la vida y la muerte siempre se entrelazan entre sí”, explica el cineasta.
Aunque este arranque bien podría pertenecer a una película de terror o quizá a un thriller, su finalidad parece más bien reventar las expectativas del espectador. Lo que interesa al director no es tanto la muerte, o los misterios que la rodean, como la vida que se despliega en torno a este brutal hallazgo. Así, nos quedamos acompañando al joven e inexperto policía que debe custodiar la escena del crimen durante la fría e implacable noche de la estepa para que los lobos y las alimañas no se alimenten del cadáver. Sus superiores, en uno de los toques más irónicos del filme, le proporcionan una bufanda antes de marcharse y reclutan a una pastora de la zona para ayudarle con su rifle. “Es una película en la que la muerte es también vida, lo absurdo encierra solemnidad y en la que intento romper con los géneros cinematográficos”, asegura. “La película persigue romper con las formas en las que acostumbro a ver la naturaleza y el cine, con la intención de conducir a la audiencia hacia una reflexión más amplia y profunda”.
Este encuentro entre la pastora a la que apodan ‘Dinosaurio’ (así llaman los mongoles a las mujeres de cierta edad que no han contraído matrimonio) y el joven policía sirve al director para realizar una humilde, poética y humanista película, con un trabajo de fotografía deslumbrante (difícil encontrar crepúsculos tan espectaculares en otro lugar), con un ritmo pausado que arrulla al espectador, y que de manera natural desarrolla una narrativa desnuda que encuentra en la colisión entre el mundo rural y la modernidad su principal punto de interés.
Los mejores actores
“Mongolia siempre ha sido una tierra de pastores nómadas, y esto implica modos de vida que necesariamente han de converger con la naturaleza”, comenta Wang Quan’an. “Pero es cierto que la civilización hace un esfuerzo por alejarse cada vez más de la naturaleza. Esto, sin embargo, nos dirige claramente hacia la desaparición del ser humano”.
El director, uno de los representantes más notables de la Sexta Generación de realizadores chinos, ha optado por utilizar actores sin experiencia y consigue que tanto Dulamjav Enkhtaivan en la piel de la pastora como Norovsambuu dando vida al joven policía, y el reparto al completo, trasmitan absoluta verdaden sus encarnaciones. “Siempre me ha gustado trabajar con actores no profesionales porque me permite encontrar a los personajes al mismo tiempo que se encuentra al actor, me basta con que respondan a las preguntas que les planteo”, reconoce. “Entre todos los pueblos que he tratado, el mongol es aquel que mejores dotes naturales tiene para la actuación. Por eso, comenzamos a rodar sin un guion, de forma muy libre. De hecho, esa fue una de las razones para rodar en Mongolia: la libertad”.