En un mundo ideal, es decir, inexistente, el supuesto y repentino interés por el cine coreano que ha despertado el éxito de Parásitos pondría a la población a la busca de las películas del autor más prolífico y más interesante del país asiático. Pero eso lógicamente no está ocurriendo y nadie va llegar a Hong a través de Bong. Dado que hace dos años que Hong Sang-soo no estrenaba una película, el tiempo se ha hecho algo más largo. Máxime teniendo en cuenta su incesante actividad: 28 títulos en 24 años, solo en 2017 estrenó tres películas... y todas magníficas. Ahora presenta en la Berlinale otra de sus crónicas sentimentales de tan bello título, The Woman Who Ran, esta vez y de modo algo insólito centrándose exclusivamente en el mundo femenino. No hay mayor sorpresa en las formas y maneras de su cine, esencialmente hablado y preocupado por revelar con un enfoque naturalista las profundas preocupaciones de sus personajes y las inclemencias de sus pasiones, pero sí hay dos aspectos que llaman la atención aparte del protagonismo femenino: sus personajes ya no se emborrachan y hay luz, mucha luz. Pareciera una película de Ozu.
Protagonizada por Kim Minhee, pareja del cineasta fuera de la pantalla y su musa en siete de las ocho últimas películas que ha hecho, el filme narra el periplo de Gamhee, una joven casada que, por primera vez en cinco años, viaja sin su marido para visitar a tres viejas amigas. La primera está divorciada, comparte piso con otra mujer y tienen un nuevo vecino que les pide que no alimenten a los gatos porque su mujer les tiene miedo, lo que da lugar a uno de los momentos más cómicos y mágicos de la filmografía del coreano, cortesía gatuna. La segunda vive adulada hasta el acoso por un poeta que se ha enamorado mientras ella tiene interés por un arquitecto que vive en el piso de arriba. La tercera está casada con un famoso novelista con el que Gamhee tuvo una relación anterior. En largas, a veces cómicas, conversaciones entre ellas iremos descubriendo parte de su pasado, de su presente y de sus sueños de futuro, con diálogos que transcurren en tiempo real, como siempre en Hong Sang-soo, y que mutan orgánicamente de los asuntos más profundos a los comentarios más banales.
Parte del juego que propone esta inmersión en el mundo femenino pasa por intuir cuál de esas tres vidas que no es la suya es la que Gamhee proyecta para sí misma, como si fueran versiones de lo que podría o querría ser, dado el aparente tedio que, por lo que cuenta, gobierna su matrimonio. “Mi marido dice que las personas enamoradas deben permanecer siempre juntas, y por eso nunca he estado un día sin él”, explica a las tres amigas. La mujer que corre del título es acaso ella, aunque sea en su interior, y las visitas a sus amigas en su primer viaje en solitario en cinco años pueden abrir una nueva perspectiva a su vida, si bien todas las mujeres retratadas parecen dispuestas a huir de algo. El filme muestra un interés genuino por trasladar las preocupaciones y miedos del universo femenino, hasta el punto de que los pocos hombres que aparecen lo hacen de espaldas, si bien nunca expresa literalmente la complejidad de esos sentimientos, que están en algún lugar por encima, por debajo o en los alrededores de las conversaciones. Los retratos de Hong Sang-soo siempre son por efracción, por lo que no explica pero nos hace sentir. Esa es la gran virtud y el gran placer que reporta su cine. El misterio de la película, y su título, persiste hasta el final.