Imagina que vuelas –eran otros tiempos– en un trayecto transoceánico, atravesando a menudo turbulencias, mientras en las pantallas individuales para el viajero, en la selección de películas, sólo encuentras a tu disposición una lista de títulos que van de la saga completa de Aeropuerto a United 93, pasando por Viven o Serpientes en el avión. Imagina que vas en un lujoso crucero “todo incluido”, pero la única barra libre de cine que se te ofrece la constituyen todas las versiones y secuelas de La aventura del Poseidón y Titanic, aparte de La tormenta perfecta o Capitán Phillips... Es probable que pidieras la devolución de tu billete y que te aterrizaran o desembarcaran en el primer lugar civilizado, antes de que la depresión y el miedo te llevaran a tirarte por la borda o la ventanilla de emergencia. Sin embargo, en medio de la posiblemente mayor crisis de salud registrada desde 1918, cuando la mal bautizada como “gripe española” arrasara más de medio mundo, encerrados en nuestras casas para evitar un contagio de incidencia inédita y prácticamente imparable hasta el momento, rodeados por las medidas de seguridad del primer Estado de Alarma en toda la historia de nuestra democracia, con los hospitales y la salud pública sobrepasados en varios frentes... ¿qué está haciendo buena parte de la población enclaustrada frente a la pantalla de su televisor o su ordenador? ¿Ver comedias románticas? ¿Fantasías épicas? ¿Historias de empoderamiento femenino e inclusión social? ¡No! Lo que buscan montones de espectadores forzosos y esforzados en la hora más oscura son... ¡películas sobre epidemias e infecciones virulentas!
Desde el minuto cero, plataformas como Netflix, Hulu, Amazon Prime, HBO o Filmin han respondido a una demanda inusitada de títulos víricos por parte de sus suscriptores con listas que incluyen desde clásicos como El último hombre en la tierra (1964), primera versión del Soy leyenda de Richard Matheson, o La amenaza de Andrómeda (1971), según novela de Michael Crichton, hasta películas más recientes, consideradas poco menos que proféticas, como Estallido (1995) y, sobre todo, Contagio (2011), que adelantaba de forma increíblemente acertada muchos de los factores que han caracterizado la expansión del Covid-19, incluyendo su origen chino. YouTube, iTunes o Tubi se unen también a la fiesta. La fiebre por las películas de zombis (o pseudo-zombis, pues como bien dice el veterano crítico de cine Carlos Pumares: “si no están muertos no son zombis, coño, son infectados”) ha resucitado –nunca mejor dicho–, y aquellos títulos que plantean la amenaza desde una apocalíptica perspectiva global, como Guerra Mundial Z (2013), basada en el libro de Max Brooks, o 28 días después (2002), se convierten en favoritas de las descargas para espectadores confinados. En medio de una crisis sin paralelo para la industria cinematográfica, que sin duda se verá obligada a cambiar su paradigma de distribución y exhibición definitivamente, las nuevas plataformas tratan de sacar partido, e increíblemente son las películas y series sobre contagios e infecciones planetarias las más solicitadas y vistas.
Las redes sociales son a su vez el más potente vehículo transmisor de este contagio secundario provocado por el Coronavirus. Twitter y Facebook, además de blogs y webs de incontables aficionados y cinéfagos, están a rebosar de usuarios que intercambian listas, rankings, reseñas e información sobre el género, convirtiendo internet en un verdadero hervidero de virus de película, rescatando joyas olvidadas como Exterminio (1980) de Kinji Fukasaku, según la novela del clásico de la ciencia ficción japonesa Akyo Komatsu; la atípica El puente de Cassandra (1976) de George Pan Cosmatos o Contaminación (1970), basada en el libro de John Christopher La muerte de la hierba. Se cruzan listas, desafíos y apuestas en torno a cuáles son las diez, las veinte o las cien mejores películas de epidemias, zombis, virus y apocalipsis o post-apocalipsis contagiosos. ¿Es mejor la original Los Crazies (1973), del profeta de los muertos vivientes George Romero, o su remake de 2010? ¿Metemos en la lista películas medievales “apestosas” como El séptimo sello (1957) de Bergman, La máscara de la muerte roja (1964) de Corman o Black Death (2010) de Christopher Smith... o no? Cuestiones trascendentales mientras al otro lado de la ventana pasan solitarios viandantes con mascarillas y guantes, la policía controla las entradas de los supermercados y los hoteles se reacondicionan como hospitales de campaña.
¿Por qué extraña razón queremos ver estas terroríficas ficciones en medio de una catástrofe real tan similar en muchos aspectos? Mar Corrales, realizadora y escritora de temas cinematográficos, que lleva desde el inicio de la cuarentena sometiéndose voluntariamente a un completo visionado histórico del género, cree que “supone una válvula de escape para la realidad”, al mismo tiempo que satisface “el interés de encontrar respuestas sobre la enfermedad: ¿qué tengo? ¿Me puede pasar a mí? Y sobre todo: ¿esto tiene cura? La narrativa epidemiológica en el cine, sea fantástica o mantenga un perfil realista, guarda siempre un punto de verdad cuando refleja la relación entre las instituciones con la salud pública”. Para el cámara profesional y Dj. Carlos Bronson, que ya era buen aficionado al tema antes de que le tocara interpretar su parte, el motivo “...es el mismo por el cual muchos recién enamorados ven comedias románticas, es algo que te está tocando vivir y te afecta más directamente, incluso buscamos respuestas y posibles consejos útiles para nuestro día a día”. Hay quien piensa que a quienes han gestionado tan deficientemente la crisis en nuestro país no les hubiera venido mal un poco de cinefilia. El escritor de cine y traductor Daniel Aguilar, residente en Japón, donde lo peor parece haber pasado ya, se pregunta en el blog perro-mundo.com: “¿Cuántas vidas se hubieran ahorrado si hace un mes se hubiera estudiado una obra maestra del cine como Pánico en las calles (Panic in the Streets, 1950), de Elia Kazan?” Pero no todos comparten esta visión didáctica e instructiva, para la librera de Malasaña (Rincón de Lectura, cerrada hasta nueva orden) y ensayista apocalíptica especializada en cultura oscura, Iria Barro Vale: “Yo lo veo como una manera de echar leña al fuego. Más por sadismo que por masoquismo... Como creer de nuevo, durante un rato, en los Reyes Magos... Jugar a pensar que cualquier cosa es posible, o que al menos lo es el apocalipsis. Disfruto pensando que es posible un mundo completamente nuevo, aunque luego ese mundo resultara profundamente decepcionante o en absoluto disfrutable.”
Y es que estamos hablando, para bien o para bien, de películas y series: pura ficción. Por más que algunos ejemplos como La amenaza de Andrómeda o Contagio hayan acertado en ciertos aspectos y presentado situaciones de un realismo desgarrador, la realidad es siempre decepcionante. Como explica Iria Barro: “...la presente realidad pandémica es mucho más aburrida que cualquier ficción sobre el tema. Pasados los primeros instantes de emoción sobreviene el aburrimiento. Supongo que lo que ha fallado es que no se ha producido el derrumbe acelerado de la civilización. También me ha faltado que los infectados muerdan, sinceramente”. La realidad raramente supera a la ficción, pero la ficción sí refleja a veces los comportamientos más sórdidos de la realidad. Lo hemos visto en películas de zombis desde La noche de los muertos vivientes (1968) a series como The Walking Dead (2010), y para la DJ o como ella prefiere, Pincha, Vanessa de Sogo: “hay varios frentes que están siendo sorprendentemente bastante similares tanto en el cine como en la realidad, sobre todo la estupidez humana. Sólo viendo las películas ya deberíamos aprender de los errores por los que pasan los personajes... por ejemplo: saber que ir al supermercado el primer día de pandemia es un error fatal”. Donde suelen triunfar las mejores películas del género es en el planteamiento visual y estético de la catástrofe, más que en su resolución, por eso, a Iria Barro le gusta especialmente “la primera parte de 28 días después, la primera mitad de Soy leyenda (2007) y el episodio piloto de The Walking Dead, pero no el resto de la serie, lo mismo ocurre con la adaptación televisiva de Apocalipsis de Stephen King, que se centra poco en la parte donde se describe cómo van quedando vacías las ciudades y se genera la atmósfera pos-apocalíptica propiamente dicha. Quizá la única que me gusta de principio a fin es Melanie: The Girl with All the Gifts (2016), según la novela de Mike Carey, esa no se anda por las ramas ni flaquea al final”. Lo que sorprende a Carlos Bronson es que “ni el guionista más avispado se hubiera imaginado que el bien más preciado no sería la gasolina, ni el agua, ni la comida, sino algo tan mundano y poco cinematográfico como el papel higiénico”. Podría decirse que la realidad se limpia el c... con la ficción.
Mientras se anuncia ya la primera pero seguramente no la última película de zombis resultado del nuevo virus, una producción satírica de bajo presupuesto de la compañía especializada Full Moon que llevará por título Corona Zombies, muchos siguen (como debe ser) metidos en casa, intentando dejar sus miedos encerrados tras la pantalla del televisor o el ordenador. Algo que tiene su lógica, pues como nos recuerda en The Guardian el crítico cinematográfico Charles Bramesco, “para algunos perfiles psicológicos, mantener el miedo fuera de la vista sólo consigue que crezca en tamaño e intensidad. Películas como Contagio o Estallido –o proyecciones menos literales como 28 días después– permiten a los espectadores vivir y sobrepasar indirectamente el final de los días, examinando lo que quedará después. Es una forma de preparar la mente para una emergencia, haciendo pensable lo impensable y teorizando sobre qué lugar ocupará el individuo medio en todo esto”. Una vez más, cabe preguntarse si, más allá de ese alivio psicológico, puede el cine servir para otra cosa que una catarsis momentánea, una evasión de la realidad, incluso cuando parece que más nos acerca a ella, lo que no es precisamente despreciable.
Quizá si el cine apocalíptico pudiera ofrecernos una lección debería ser, como nos recuerda Mar Corrales, que “no hemos entendido que la mejor defensa es la prevención, que cualquier cambio en el sistema ecológico puede alterar el equilibrio como está sucediendo ahora. Preferimos aferrarnos a la superstición y la conspiranoia a comprender que nosotros somos una especie más dentro del planeta. El virus no viene a nosotros sino que nosotros nos hemos puesto en su camino. El antropocentrismo es lo que acabará con nosotros”. Algo con lo que seguramente David Cronenberg, director de Vinieron de dentro de... (1975), Rabia (1977) o Videodrome (1983), entre otros visionarios horrores contagiosos, estaría muy de acuerdo: “Creo que quizás algunas enfermedades que percibimos destruyendo una máquina que funciona bien, en realidad la convierten en una nueva máquina que también funciona bien pero con un propósito diferente. Tomemos el virus del SIDA desde su propio punto de vista. Lleno de vida, de energía, pasándolo realmente bien. Es todo un éxito si eres un virus. Veamos las películas desde el punto de vista de la enfermedad. Veremos por qué se resiste a todo intento de destruirla. Todo esto son juegos mentales, pero tienen también su correlación emocional”. Ahora, nosotros somos ya parte del juego, actores en nuestra propia, contagiosa y desastrosa película catástrofe.