Edu Marín y Olivier Algora han decidido aportar su granito de arena para hacer de este confinamiento por el coronavirus una experiencia más enriquecedora. Con ese objetivo ofrecen ahora en abierto su documental Good Night Sarajevo, que permite confrontar nuestra situación con el terrible cerco que sufrió la capital de Bosnia entre 1992 y 1996, periodo en estuvo a merced de la artillería y de los francotiradores serbios apostados en el monte Igman.

La película nos presenta a Slobodan (Boban) Minic años después del sitio, a punto coger el avión para volver a una ciudad que juró no volver a pisar por los recuerdos traumáticos asociados a ella. Él era jefe de cultura en Radio Sarajevo y durante el asedio, época en la que salir a la calle era comprar números de lotería para que te volaran la cabeza, alivió el tormento de sus conciudadanos desde su micrófono. Hacía guardias maratonianas que duraban hasta 36 horas, esfuerzo que le dejó la voz muy tocada para siempre. El periodista bosnio pinchaba música, narraba historias y ponía en contacto familiares y amigos que habían tenido que separarse por el estallido de la guerra. Tenía la responsabilidad de sostener una brizna de esperanza bajo el plomo escanciado por Ratko Mladic, líder militar serbobosnio que ideó el cerco con saña psicopática. Los bombardeos, a dictado suyo, eran irregulares, es decir, no se sometían a ningún patrón horario con el fin conducir a la locura a los sarajevitas.

Minic se la jugaba en los trayectos desde su casa —donde dejaba a su mujer y sus dos hijos pequeños— al edificio de la emisora. Así resistía frente a la barbarie ultranacionalista. “La radio era la única manera de sacar a la gente de sus sótanos, de los sótanos de sus mentes”, señala en un momento de Good Night Sarajevo, el magnífico documental de Edu Marín y Olivier Algora que rememora esos cerca de 1.000 días transmitiendo ánimo y aliento a través de la ondas.

Era en mitad de la noche cuando su labor resultaba más paliativa. Finalmente, Minic decidió salir por el túnel excavado bajo el aeropuerto de la capital bosnia. Tras la huida, recaló precisamente en España. Pero ya afincado en L’Escala, Gerona, topó de nuevo con algunos viejos fantasmas. Demasiadas banderas y políticos espoleando irresponsablemente a las masas. Minic, que ha colaborado durante varios años con El periódico de Catalunya, siente cierta amargura en esta época de exaltaciones identitarias. Cada vez que se le entrevista, lamenta que de lo sucedido en los Balcanes Europa no haya aprendido nada.

"Descubrí a Boban Minic gracias a su conmovedor relato de experiencias, reunidas en el libro Bienvenido a Sarajevo, hermano (Editorial Icaria, La mirada esférica). Lo leí durante un viaje a Roma que hice durante el mes de julio. En multitud de ocasiones, rodeado de romanos y turistas en el metro de la ciudad eterna, recuerdo que tenía que cerrar el libro y respirar, para digerir mejor lo que mis ojos estaban descubriendo en aquellas líneas", recuerda Marín, que al volver de su estancia romana se fue a buscar a Minic a L'Escala. "Lo que en Roma leía en papel, lo estaba descubriendo en ese momento a través de los ojos de Boban. Y también de su voz. Aquella voz que ayudó a sobrevivir a tantos sarajevitas".

Fue el comienzo de una relación que rápidamente se convirtió en triangular con la incorporación de Olivier Algora. Los tres decidieron poner rumbo a Saravejo y reconstruir la pesadilla. Minic perdió por ejemplo a su hermana en el sangriento del bombardeo del mercado de Markale, que se saldó con 68 muertos. En ese contexto devastador este locutor emergió como un baluarte moral frente a la desesperación y el miedo. El documental es el homenaje de Marín y Algora a su memorable esfuerzo.

@albertoojeda77